La necesidad de un dios ha mantenido vulnerable al ente sensible, y fortalecido a quien convierte el arte de conducir mentes en un poderoso e imparable vehículo hacia el caos: impulsado por el nada extraño [y sin sustancia] propósito exterminador que nos mantiene en pugilato. El hombre evoluciona cultural, científica y tecnológicamente, pero su ofuscación ante la muerte inevitable expone su también falta de anticuerpos capaces de resistir patógenos invasivos que le fracturan la psiquis. Superchería y cientifismo coexisten, dándole empuje al fetiche antropomórfico representado en personajes de prosopopeya, todopoderosos: impalpables, obvio, porque imaginarios. Jamás irrumpirán en nuestra realidad y tiempo a salvarnos de calamidades naturales y las inducidas por degenerados.
Aceptar que el ser humano fue, es y será finito no tiene complejidad filosófica. Sin embargo, la ansiedad por lo perpetuo imposible entorpece el discernimiento, lo hace mutante hacia razonamientos insostenibles que, cada cierto tiempo, se relevan. Somos sabios pero estúpidos, comprendemos que nada habrá más allá del momento que experimentamos. Sin embargo, tozudos, persistimos en la idea del providencialismo. Alguien será dios porque otros lo necesitan para no suicidarse, lo cual es negligencia frente a la responsabilidad individual de suspenderse o parar de vivir.
El hombre tiene el deber irrenunciable de quitarse la vida, ello antes que a otros se les antoje hacerlo por causas innobles. Entre las más frecuentes, citaré: la venganza, el robo y la querella política, que son factorías de la dominación universal. Mantenernos vivos el mayor tiempo posible es plan de manipuladores, los cuales no renuncian al éxtasis que produce someter al otro. Mostrarse superior en la transitoriedad de su existencia y víctimas. Lo identificamos psicópata, luego decidimos enfrentarlo con mayor envergadura para aplicarle merecidos castigos en provecho de la convivencia pacífica. Nada que corresponda a tesituras divinas.
Es plan de manipuladores la procreación incesante, que nazcan más para el disfrute del que crecerá salvaje y aventajado en tanto logre infligir dolor y acumular privilegios. Es tiempo de acusar recibo de haber sido notificado de la contienda principal, esa del individuo contra sí mismo. No esperemos, ya no hay tiempo que perder. Hacerlo es magnificar la importancia de la vida. No la tiene, es insulsa, trivial, rutina, tediosa. Fatiga el cuerpo y alma. Desaparecer reivindica, repara ese accidente del universo que calificamos «hombre», que ningún ser de otro y santo mundo resucitará.
@jurescritor
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