Durante su campaña de 1992, Bill Clinton, entonces presidente electo de los EE.UU., hizo de «¡Es la economía, estúpido!» una frase familiar. Acuñada por el asesor de campaña James Carville, señalaba los temas económicos y de salud parte de la estrategia que trajo como consecuencia la asunción de este relativamente desconocido gobernador de Arkansas a la Casa Blanca.
De vez en cuando, esta frase sufre mutaciones. Para este artículo, se transforma una vez más para llamar la atención sobre la desinformación, una especie de red invisible que envuelve a las sociedades actuales, sobre todo en las democracias occidentales, donde la prensa libre ha sido tradicionalmente uno de los pilares del sistema político.
La censura y la desinformación parecen ir de la mano de los regímenes autoritarios. El modelo de China está más orientado hacia una lógica de control estricto de lo que la población lee, ve u oye; y la tecnología ha devenido en un fino tamiz para consolidar este modelo. El objetivo es evitar que la sociedad china se informe y acceda a la información considerada sensible o peligrosa por el régimen, es decir, que los ciudadanos no se enteren de nada.
Mientras tanto, Rusia ha estado desarrollando su propio esquema de desinformación. Más que censurar el contenido, el objetivo es inundar al público con versiones, la mayoría de ellas falsas, fomentando así la confusión entre los ciudadanos. Este modelo parece tener como objetivo arrojar dudas sobre todo y no dar nada por cierto.
En una visita a Caracas, Venezuela, la historiadora y periodista americana Anne Applebaum dio un claro ejemplo de cómo funciona esta lógica de desinformación generada por Moscú. Ella investigó el caso del vuelo 370 de Malaysia Airlines, con una cifra de supuestamente 239 pasajeros muertos en 2014, en una entrevista para el sitio local de noticias Prodavinci: el ecosistema de información estaba inundado de cientos de teorías, de modo que, en última instancia, nadie creería nada ni sabría a quién creer. El objetivo es desacreditarlas todas. Después de que estas versiones circularan, el papel del ejército ruso en la muerte de los pasajeros de Malaysia Airlines fue solo otra idea que se deslizaba sobre una ola de falsedades: objetivo cumplido.
Hacia finales de 2019, dos organizaciones mundiales defensoras la libertad de expresión, con claras diferencias de énfasis y perspectiva, acordaron denunciar la desinformación como una grave amenaza para la democracia en los tiempos actuales: Reporteros Sin Fronteras (RSF), con sede en París, y Freedom House, con oficinas en Washington, D.C., y Nueva York.
RSF, por su parte, destacó cómo el año 2019 cerró con el menor número de periodistas asesinados en una década y media en todo el mundo. No obstante, esto no equivale a una mejora en la libertad de expresión mundial. Para esta organización, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, es un «depredador» de la libertad de expresión y los ciudadanos rusos son rehenes de este esquema devenido en la más reciente exportación de Moscú al mundo, la desinformación.
El Índice Mundial de Libertad de Prensa 2019 de RSF advierte acerca de Rusia: «Mientras que las grandes cadenas de televisión inundan a los ciudadanos con propaganda, la atmósfera se vuelve asfixiante para aquellos que cuestionan el discurso patriótico y neoconservador del gobierno […]».
Freedom House, por su parte, señaló en su informe mundial sobre Libertad en la Red de 2019 que los gobiernos de todo el mundo recurren cada vez más a los medios de comunicación social para manipular las elecciones y vigilar a sus ciudadanos. Este informe muestra cómo al menos 33 de los 65 países evaluados cuentan con software avanzado de vigilancia de los medios interactivos para ese fin.
La desinformación, una especie de estadio superior de la antigua censura, es un desafío que trasciende los grupos de periodistas y medios de comunicación de hoy en día. Los gobiernos democráticos del mundo ya no pueden quedarse de brazos cruzados mientras este fenómeno se extiende; y, en mi opinión, esta no es una cuestión que requiera una respuesta del Poder Judicial o el Legislativo.
Los medios interactivos de hoy están literalmente inundados de fake news, información difícil de comprobar. Todo conspira para que el ciudadano esté mal informado. En un momento en que las sociedades parecen estar sobreinformadas, a la verdad sufren de desinformación.
Estamos en un punto de inflexión en el campo de la información. Por un lado, los medios de comunicación tradicionales – prensa, radio y televisión – están atravesando un período de incertidumbre, ya que es todavía incierto un modelo de negocio exitoso a largo plazo; y, por otro lado, la búsqueda de información en los medios interactivos por parte de los ciudadanos está ganando terreno.
A este respecto, los gobiernos democráticos y las fundaciones dedicadas a esta misión deben apoyar el periodismo independiente para que adquiera capacidades de reinventarse, ya que los medios de comunicación libres son una garantía para la vida democrática. Asimismo, existe la urgente necesidad de impulsar estudios independientes realizados por las universidades o las ONG sobre la desinformación y las fake news, a fin de generar evidencia documental de lo que está sucediendo.
Por último, debemos ocuparnos de educar a las audiencias para desarrollar un ojo crítico. Este sería un paso fundamental para hacer frente a los desafíos que plantea esta nueva «Era de la (Excesiva Información o) Desinformación».
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