OPINIÓN

¿Es Georgia Meloni neofascista?

por Julio Ocampo Julio Ocampo

Manual analítico, trascendente a clichés y estereotipos, para comprender quién es verdaderamente la mujer que gobierna en Italia desde hace casi un año y medio. Expertos de política, filosofía e igualdad de género tratan de diseccionarla.

En 1978, el profesor italiano Renzo de Felice publicó una frase inmortal: “El fascismo se nos escapa. No sabemos si existe o no porque jamás comprendimos su cultura antropológica”. Es conveniente desempolvarla, sobre todo ahora que buena parte de Europa tiene dificultades para reconocer el camaleónico ropaje del gobierno Meloni, usado en muchos casos como asidero perfecto para alertar al mundo con nuevas hordas mussolinianas, como un fuego fatuo sin ambages.

Nunca fue fácil descifrar un país descaradamente joven, huidizo, campanilista y con una ambigüedad envuelta en centenares de máscaras o disfraces. Lo cierto es que, desde la II Guerra Mundial, Italia tuvo setenta gobiernos con una media de cuatrocientos días en el poder cada uno, trece meses aproximadamente. Todo un récord en Occidente, donde Alemania, por ejemplo, contabilizó tan solo 24. Ahora, al frente de Palazzo Chigi Giorgia Meloni ya ha rebasado ese meridiano de rigor, y mientras torea aún ciertos estereotipos que la visten de negro con botas de militar, arenga a Santiago Abascal para el ansiado impulso en las elecciones europeas del 9 de junio, donde Fratelli d’Italia y Vox forman parte de unos conservadores y reformistas europeos (Erc) que, según algunos sondeos, podrían obtener un centenar de eurodiputados convirtiéndose en la tercera fuerza de la Eurocámara. Soplan vientos de cambio.

“Hay que dejar claro algo ya: el gobierno de Giorgia Meloni (junto a la Lega y Forza Italia) no es fascista ni tiene nada de fascismo, aunque algunos de sus exponentes deriven del Movimiento Social Italiano. Es liberal. Sus dogmas son mercado soberano y atlantismo imperial”. Las palabras son del filósofo, escritor y pensador italiano Diego Fusaro, quien subraya la perfecta continuidad y simbiosis con el ejecutivo precedente de Mario Draghi, paladín del euro en Bruselas. “Es más, lo empeora”.

Hay un problema de comprensión y descodificación. “La izquierda tiene una idéntica visión de las cosas: es neoliberal también, y lo escribo en mi libro Sinis Trash (editorial Piemme)”, subraya. “El tema es que la oposición a Meloni no la puede acusar de pro OTAN, de lo contrario se criticaría a sí misma. Por este motivo se inventa lo del post fascismo para poder condenar algo, pero el objetivo principal es que siga viva la retórica del antifascismo en ausencia de él. Esto era correcto en los tiempos de Gramsci; ahora no. Es un arma de justificación del capitalismo neoliberal, quien dice vivir en una sociedad perfecta a preservar de un monstruo que no existe”, advierte sin demasiados miramientos.

Atendiendo esta fina y profunda disección, quizás los resultados al plebiscito eterno al que se somete la premier italiana serían más certeros. En definitiva, Giorgia podría ser juzgada por quién es o qué está haciendo y no por viejos fantasmas anidados en el alma. “Es que Meloni, en realidad, apoya todas las guerras que quiere Washington, como la de Ucrania… Además, en los mercados no ha tasado los bancos y está sometida siempre a Bruselas. Comprendido esto, solo queda decir que ha traicionado todas las promesas de su electorado (30%). Sí, ese que clamaba por el soberanismo y el patriotismo, y se ha encontrado con la Unión Europea, el euro, el imperialismo USA y los mercados”.

Así concluye un Fusaro que, en su último libro (Demofobia), precisamente ahonda en la ridícula alternancia izquierda-derecha. La metáfora utilizada es la de un capitalismo ungido como un águila con dos alas: la derecha bluette del dinero y la izquierda fucsia. Intercambiables ambas, permiten al libre mercado liderar el mundo con puño de hierro. “Sánchez es fucsia y Meloni es bluette, pero hacen la misma política internacional. Son la alternancia sin la alternativa. Una especie de homogeneidad bipolar de izquierda y derecha. Así la llamaba mi maestro Costanzo Preve”.

Geopolítica compleja y entourage precario

Para comprender a Giorgia Meloni, su ejecutivo de gobierno y la política desplegada en apenas catorce meses es más sensato leer el Uno, nessuno, centomila de Pirandello que la biografía de Hitler o Il Duce. Así analiza la situación Fabrizio Maronta, periodista de Limes, mensual de geopolítica. “Trata de mantener un sutil equilibrio entre soberanistas como Orban (con menos fuerza tras la derrota de AfD en Alemania) y el Ppe”, cuyo presidente -Manfred Weber- precisamente condenó hace semanas los hechos sucedidos en la via Acca Larenzia de Roma, donde cada año desde 1978 se reúnen nostálgicos de la extrema derecha italiana para velar por las víctimas de una tragedia orquestada otrora por el terrorismo rojo.

Maronta no solo ve un problema en estos frágiles equilibrios internacionales sino en una posible guerra civil con Salvini, cuyo crecimiento ha coincidido con la crisis de una Forza Italia que camina -con Antonio Tajani- hacia el cadalso en ausencia de su tótem Berlusconi. “Matteo hace campaña electoral de todo, tiene que tener cuidado ahí… También debe lidiar con la maldita deuda y los altos intereses. Es algo que resta energía a la política fiscal y económica, aunque para mí lleva razón en la polémica con Stellantis (ex Fiat) y su sede en Francia, donde produce modelos italianos: los franceses con el gobierno en su consejo de administración tienen una voz en capítulo desproporcionada, pero las empresas no pueden usar subsidios para la deslocalización”, opina.

Pero hay más. Lucetta Scaraffia, historiadora y pluma del diario turinés La Stampa (Grupo Gedi), habla sin embargo de dos Meloni. “Una que está trabajando bien en ámbito internacional, que mantiene buena relación con Von der Leyen y trata de sacar adelante este plan Mattei con África (con polémica, pues los africanos se sienten sin voz ni voto). Luego está la otra Giorgia, el anverso: esa que en Italia no ha conseguido reformar la constitución, la escuela, y además está rodeada en materia de política interna con gente de baja calidad. Un ejemplo es Francesco Lollobrigida, ministro de agricultura”… Famoso, además, por salidas de tono prehistóricas y controvertidas, como cuando alertó que la etnia italiana debía ser protegida (¿de la inmigración?) fomentando la natalidad y evitando una hipotética sustitución étnica. Tildadas de racismo por la opinión pública, el ministro siempre trató de desmarcarse, aunque en ocasiones de forma ignorante o poco inteligente: “la raza es contemplada por la constitución. Afirma que no debe haber distinción de raza, luego afirma que existe este término, esta palabra. Yo, cuando se use refiriéndose a algo negativo, trataría de abolirla”.

Así se despachó el hoy cuñado de una Giorgia Meloni que afronta un año crucial en el que debería -como dice Gianfranco Fini (ex secretario general del Movimiento Social italiano) a Il Foglio- llevar a término la refundación de la derecha italiana. La insta a ser más abierta y liberal, con muchos más derechos. Todo un alegato, en definitiva, para abanderar un Fiuggi II y evitar que se cumpla el viejo proverbio: “cuando cae un árbol hace mucho más ruido que cuando crece el bosque en la selva”. No será fácil, aunque enfrente el paisaje local está a favor: emerge un PD desnortado que parece haber nacido nuevamente póstumo. Sí, con Elly Schlein (su líder), quien coquetea con Giuseppe Conte (5 estrellas) y se declaran recíprocamente “ni contigo ni sin ti”.

Derechos precarios

Los adoquines de la política italiana están llenos de zarzas. Es precisamente ahí, en esas carreteras secundarias, donde suele sostenerse paradójicamente el prestigio. “Nuestra comunidad la tienen entre ceja y ceja. La derecha que nos gobierna la usa como propaganda electoral. Las familias arcoíris se sienten atacadas. Las han cancelado en los registros de tribunales en toda Italia por orden del ministerio del Interior. Nos prohíben entrar en las escuelas para llevar a cabo iniciativas. Nos usan para esconder los grandes problemas del país”. Es elocuente en su discurso Mario Colomarino, presidente de la asociación de cultura homosexual Mario Mieli y portavoz del Roma Pride. Ellos han sido grandes artífices para impulsar a la gente a una movilización transversal: no sólo LGTB, sino en temas de ambiente, derechos sociales y trabajo. “Queremos una sociedad ecua e inclusiva. Cierto es también que los gobiernos precedentes prácticamente nos ignoraban y había una cierta indiferencia, pero con Meloni han pasado al ataque. La teoría gender, la familia arcoíris, la comunidad trans… Ella y toda la derecha europea nos tratan como algo negativo a exorcizar”, subraya con empaque.

Porque sí. Aunque en Italia actualmente existen las uniones civiles (aprobado por el gobierno Renzi), no está permitida la adopción para parejas del mismo sexo. Tampoco el útero de alquiler. “Respecto al aborto”, prosigue Colomarino, “hay una parte de este ejecutivo que no lo ve con buenos ojos. Además, hay grandes asociaciones conservadoras (Pro Vita e famiglia) que quieren limitar el derecho de la mujer al aborto. No cancelarlo, sino hacerlo más complicado”, pronuncia en un claro afán de impedirlo a sabiendas que el Vaticano no ayuda ahí. Es otro de los frentes a resolver en las escurridizas instancias de Palazzo Chigi, muy pendiente de qué depara el futuro a corto plazo.

Porque lo cierto es que Italia no pretende, una vez más, correr deprisa hacia ninguna parte.