El muy gris burócrata Miguel Díaz-Canel, devenido en abusador de derechos humanos como sus dos predecesores, no tiene otra opción que aferrarse a Nicolás Maduro, pues es consciente de que la caída de Maduro es su propia caída.
Este patético personaje, despreciado más que temido, fue escogido por Raúl Castro (apodado «el Chino») para ejecutar el giro hacia el modelo «vietnamita» (economía abierta, candado político). Para ese fin, Alejandro Castro Espín, hijo del dictador, negoció durante 18 meses con la administración de Barack Obama a espaldas de Rusia y de Venezuela.
Al final, esa estrategia de acercamiento a Estados Unidos y al siglo XXI naufragó por la tozuda perversidad del sector fidelista, que siempre ha vivido del cuento del «bloqueo» y disfrutaba de chupar dinero del chavismo; dinero que no tenía condiciones de ningún tipo y con el cual intervinieron en los asuntos políticos de muchos países en todo el mundo. Venezuela ha sido el cajero automático de una revolución infame que ha empobrecido a Cuba, pero no a sus jerarcas.
Se dice que Raúl Castro, al ver con inusual pudor, lo que se tuvo que hacer para que un Chávez moribundo «ganara» la elección de 2012, y el fraude que hubo que defender, con el apoyo impúdico de Juan Manuel Santos y otros en Unasur en abril de 2013, se convenció de que el futuro de Cuba no podría depender de Venezuela.
Con el fin de desvincularse de Maduro, en junio de 2013 autorizó a su hijo a comenzar reuniones secretas con dos funcionarios de la Casa Blanca. El 17 de diciembre de 2014, tras 22 reuniones secretas en diversas ciudades en el mundo, Washington y La Habana sorprendieron a todo el mundo, especialmente a Caracas y Moscú, con el anuncio de la reanudación plena de relaciones diplomáticas.
Con el fin de desvincularse de Maduro, en junio de 2013 autorizó a su hijo a comenzar reuniones secretas con dos funcionarios de la Casa Blanca. El 17 de diciembre de 2014, Washington y La Habana sorprendieron a todo el mundo, especialmente a Caracas y Moscú, con el anuncio de la reanudación plena de relaciones diplomáticas.
Esa estrategia naufragó cuando en marzo de 2016 Obama optó por ir a La Habana y dar un discurso impecable que estaba dirigido no solo al pueblo cubano, que se paralizó para escucharlo por TV, radio y teléfonos, sino que buscaba convencer a quienes en la Pequeña Habana (Miami) aún dudaban de la estrategia.
Ese discurso certero y frontal y el concierto de los Rolling Stones promovido por el ala «raulista» tres días después y al que asistieron mas que felices 600.00 cubanos, enfurecieron a los carcamales de Fidel. Tres días después, bajo el título: «El hermano Obama», un artículo firmado por Fidel (quien ya no estaba en condiciones de escribir ni firmar) puso fin a esa normalización con Estados Unidos. Leerlo aquí: https://lavanguardia.com/internacional/20160328/40715245996/fidel-castro-escribe-hermano-obama-cuba-necesita-imperio-regale-nada.html
Hoy, Díaz-Canel preside, sin tino, sin apoyo, sin respeto y sin posibilidad de éxito, el final de la revolución. Moscú y Beijing, y muchos nostálgicos de la vieja guerra fría, lo apoyan políticamente, pero con ese tipo de apoyos no comen ni el pueblo ni sus represores. Nadie le presta ni regala dinero. Nadie quiere invertir donde todos lo que se arriesgaron salen con las tablas en la cabeza.
En momentos en que Washington, Beijing y Moscú se lanzan dardos constantes y directos, a nadie le hace falta una Cuba para las jugarretas veladas que eran comunes en la diplomacia global de esa vieja guerra fría. La Habana ha perdido su utilidad y queda como un furúnculo infectado que todos esperan que drene hacia mejor fin en cualquier momento.
Ni Venezuela va a salvar a Cuba, ni Cuba será refugio seguro para Maduro y los suyos.
@pburelli
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