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¿Es el liberalismo una antiideología?

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El inventor de la palabra “ideología” fue el intelectual francés Desttut de Tracy, quien la definía como la ciencia de la formación de las ideas, un sentido totalmente diferente al que posteriormente le daría Karl Marx.

Así, pues, en el libro de J. M. Mardones, Filosofía de las ciencias humanas y sociales, (Barcelona, Anthropos, 1991, p.403), además del concepto marxista que la califica como “creencia en una visión del mundo social que ‘enmascara’ la realidad, se presentan once conceptos de ideología:

1) Ideología como mito y folklore, creencias populares, clichés y prejuicios difundidos;

2) Ideología como ilusión y autoengaño;

3) Ideología como sentido común;

4) Ideología como mentira, deformación, oscurantismo;

5) Ideología como estafa o engaño consciente;

6)  Ideología como falso pensamiento en general;

7) Ideología como filosofía;

8) Ideología como visión del mundo;

9) Ideología como intuición del mundo;

10) Ideología como sistema de comportamiento;

11) Ideología como sentimiento.

Otra acepción que ahora está disfrutando de una extendida popularidad es que “la ideología es un conjunto de afirmaciones, teorías y metas que constituyen un programa de gobierno”. En este ámbito, los programas de gobierno de los gobiernos de AD y Copei eran casi idénticos: el primer gobierno de Acción Democrática se abstuvo de dar nuevas concesiones petroleras y el primer gobierno de Copei lo secundó y de paso nacionalizó a una empresa norteamericana extractora del mineral de hierro. Luego, el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (AD) adelantó la reversión de las concesiones petroleras, constituyendo una nacionalización de facto y los voceros del principal partido opositor que era Copei la aplaudieron. También los gobiernos de Acción Democrática hicieron su leit motiv que fue el proporcionarle más beneficios a los trabajadores, y Rafael Caldera principal líder de Copei, planteaba otra Ley del Trabajo. Sea como fuere, al igual que en el siglo XIX, de acuerdo con Pedro José Rojas, quien nos aclaraba que:

Los partidos nunca han sido doctrinarios en tierra de Venezuela. Su fuente fueron los odios personales. El que se apellidó liberal encontró hechas por el contrario cuantas reformas liberales se han consagrado en códigos modernos. El que se llamó oligarca luchaba por la exclusión del otro. Cuando se constituyeron, gobernaron con las mismas leyes y con las mismas instituciones. La diferencia consistió en los hombres.

En efecto, hasta Laureano Vallenilla Lanz postulaba que, en nuestro país, había sido una deshonra llamarse conservador, al punto de que se había comprobado hasta la saciedad que los godos siempre fueron más radicales y hasta más jacobinos y democráticos que sus contrarios llamados liberales.

Actualmente, muchos intelectuales –sobre todo los de izquierda– tienen una doble actitud con relación al capitalismo: en efecto, por un lado, están orgullosos de los resultados de la técnica y se alegran de que la gente obtenga un mayor número de bienes más baratos y de mejor calidad. Pero, por otro lado, se dan cuenta de que el ejército triunfador de la industria y el capitalismo pulveriza ciertos valores, y que su disciplina sea o tenga que ser exigente. Pero tienen una coartada o respuesta prefabricada: todos los aspectos positivos de esta verdadera revolución se la atribuyen a la “fuerza o potencia” del progreso, mientras que las cosas y facetas del progreso que les desagradan (ganancias del capital, propiedad intelectual, desigualdad en los ingresos) se las conceden al capitalismo.

Así y todo, la ideología liberal en los últimos 20 o 30 años se ha vuelto tan atractiva que sus detractores, gratuitos o eternos, le han endilgado el mote despectivo –o que trata de ser despectivo– de “neoliberal”, o de partidarios de un capitalismo “salvaje”. Ahora bien, bajo este contexto, si hay algún capitalismo que sea salvaje en el planeta Tierra es el practicado en la China comunista, donde existen enormes factorías (sin sindicatos exigentes) que fabrican productos de marca, para competir en el engaño al consumidor, que en definitiva es el verdadero monarca de una economía de mercado. De igual modo, el desaparecido filósofo Jean Francois Revel aclaraba al respecto: “El neoliberalismo no procede de una batalla ideológica ni de un complot preconcebido, sino de una banal e involuntaria comprobación de los hechos: el fracaso de las economías de mandato, la nocividad patente del exceso de dirigismo y los callejones sin salida, reconocidos del Estado-providencia”. (negritas nuestras)

En conclusión: la principal sustancia o característica existencial del liberalismo es el respeto por los propósitos o aspiraciones de vida de todos y de cada uno. Es precisamente en este punto donde el liberalismo es la antiideología por excelencia. Su base doctrinaria se alimenta en el respeto al prójimo. El liberalismo en tanto liberalismo no se pronuncia sobre los fines que cada uno persigue. Cada individuo tendrá que responderle a su propia conciencia y a Dios por sus actos, como también a los gobernantes por aquellos que vulneran o dañan derechos de terceros. Esta actitud singular frente a la vida y la sociedad solo permite el uso de la fuerza gubernamental con carácter defensivo. Así mismo, el liberal busca y anhela el Estado mínimo en oposición al Estado regulador, providencia, militar, y empresario.  El liberal siempre tiene y tendrá respeto por el Estado de Derecho, jamás aprobará vericuetos para evadir las disposiciones constitucionales o legales.  Y en cuanto a la solidaridad la proclama siempre que sea espontánea, jamás obligatoria.

Y aquí determinamos que este es el principal problema de la oposición. Todos sus integrantes salvo el partido Vente Venezuela de María Corina Machado son socialistas, unos como el MAS en cierto grado mayor, otros socialdemócratas como AD, Copei, Primero Justicia, Voluntad Popular, Avanzada Progresista, etc. Adicionalmente, estructuran su propaganda hacia las masas en que “son” mejores administradores que los del PSUV, y también se apoyan en la vieja renta petrolera, que dio aliento fiscal a todos los gobiernos de la extinta IV república, olvidándose de que esta desapareció en el gobierno de Luis Herrera Campins cuando en plena época de elevados precios de los hidrocarburos tuvo que acudir al expediente del control de cambios que paradójicamente no pudo detener la salida de capitales y la enorme desconfianza de los inversionistas, ahorristas y empresarios.

 

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