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¿Es el G77 el futuro del multilateralismo?

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En el cambiante panorama geopolítico actual, pocas alianzas multilaterales son tan firmes –o tan esenciales– como el Grupo de los 77 (G77). Desde su fundación en 1964, el bloque se ha expandido para incluir 134 países de África, Asia, América Latina y el Caribe, que representan colectivamente el 80% de la población mundial y dos tercios de los estados miembros de las Naciones Unidas.

Pero el G77 ha tenido dificultades para definir su papel en un mundo que cambia rápidamente. Esto fue evidente en el reciente foro político del grupo en Nueva York, conmemorando su 60 aniversario. Tuve el privilegio de intervenir en este evento, organizado por su presidente en Uganda, en el que se destacaron los desafíos a largo plazo del G77 y se mostró su inmenso potencial y su creciente influencia mundial.

Formado como una coalición de los países más pobres del mundo, el G77 fue concebido como un «arma de los débiles», inicialmente buscando aprovechar su gran número de miembros para amplificar la voz del Sur Global en las instituciones multilaterales. Sin embargo, a pesar de su tamaño, el grupo ha sido incapaz de remodelar el sistema estatal de Westfalia y el orden económico de posguerra dominado por Estados Unidos, estructuras establecidas mucho antes de que muchos países en desarrollo obtuvieran su independencia.

Los orígenes del G77 se remontan a la sesión inaugural de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) en 1964. Desde el principio, el bloque ha buscado desafiar a las instituciones diseñadas por Estados Unidos, como el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) y su sucesor, la Organización Mundial del Comercio, y promover un orden internacional más equitativo. En su primera cumbre ministerial, celebrada en octubre de 1967, el grupo adoptó la Carta de Argel, en la que se pedía reformas radicales para hacer frente a las dificultades a las que se enfrentaban los países en desarrollo en un sistema económico mundial muy sesgado a favor de Occidente.

El Movimiento de Países No Alineados (MNOAL), establecido en 1961, surgió como un aliado natural del G77, con muchos miembros superpuestos y objetivos compartidos. Ambos grupos impulsaron avances transformadores en el derecho internacional, defendiendo el principio de autodeterminación, especialmente en Palestina y el Sáhara Occidental, al tiempo que afirmaban la legitimidad de la descolonización y la resistencia armada en Argelia, Mozambique, Suráfrica y Vietnam. Denunciaron el sistema de apartheid de Suráfrica como un «crimen contra la humanidad».

Estos esfuerzos se inspiraron en la Declaración sobre la Concesión de la Independencia a los Países y Pueblos Coloniales de 1960, una resolución histórica de las Naciones Unidas que se convirtió en una piedra angular del movimiento de descolonización. Durante este período, surgió una alianza afroárabe tácita, ya que los países africanos apoyaron la lucha palestina por la condición de Estado y los gobiernos árabes respaldaron a los surafricanos negros en su lucha contra el gobierno de los colonos blancos.

En su búsqueda por desafiar los sistemas dominados por Occidente, el G77 también ha cultivado una alianza única y duradera con China. Esta relación, moldeada por acalorados debates Norte-Sur en la Asamblea General de la ONU, se profundizó después de que el G77 desempeñara un papel fundamental en la expulsión de Taiwán de la ONU en 1971, despejando el camino para que la República Popular ocupara su asiento. Aunque formalmente no forma parte del G77, China sigue siendo el único miembro permanente del Consejo de Seguridad que es invitado regularmente a sus reuniones.

Pero el G77, con su creciente y diversa membresía, ha enfrentado dificultades para mantener la unidad interna. La división chino-soviética y la guerra chino-india de 1962, en particular, plantearon dudas sobre el no alineamiento de los países que albergan bases militares extranjeras, lo que puso a prueba la cohesión del bloque.

Con su embargo petrolero de 1973, que casi cuadruplicó los precios del petróleo, la OPEP introdujo una nueva y poderosa arma de los débiles, lo que llevó al G77 a pedir el establecimiento de un nuevo orden económico internacional. Esta ambiciosa visión implicaba reestructurar el sistema económico mundial para transferir recursos y tecnología del Norte Global al Sur, fomentando la autosuficiencia a través del comercio intrarregional, la inversión en infraestructura y la industrialización.

El G77 buscó activamente promover un nuevo orden económico mundial, centrándose en áreas clave como la energía, la alimentación y la agricultura, el agua, el comercio, la tecnología y la cooperación Sur-Sur. Pero después del final de la Guerra Fría, el grupo adoptó un enfoque menos conflictivo. Este giro pragmático puede atribuirse, al menos en parte, a las «décadas perdidas» de las décadas de 1980 y 1990, que dejaron a muchos países en desarrollo profundamente endeudados y cada vez más dependientes de las instituciones financieras dominadas por Occidente.

En consecuencia, si bien el G77 ha seguido impulsando reformas integrales de las instituciones multilaterales y se ha mantenido firme en su apoyo a la liberación palestina y al levantamiento del embargo comercial de Estados Unidos contra Cuba, las cumbres del bloque desde el año 2000 se han centrado en gran medida en temas más amplios como la seguridad, la justicia y la democracia.

Además, la dinámica interna del G77 ha cambiado con el tiempo. Para 2019, más de 30 de los miembros del grupo se habían graduado a la categoría de ingresos medios. A medida que Singapur, Corea del Sur, India y Brasil se acercaban a unirse a las filas de las economías ricas del mundo, sus prioridades comenzaron a divergir de las de la mayoría de los países del G77.

El foro político del G77 celebrado en octubre reflejó este cambio. Reafirmando el énfasis tradicional del bloque en la solidaridad grupal, la democratización de la gobernanza económica global y un compromiso compartido con el desarrollo sostenible y la justicia social, los oradores de países como Brasil, Indonesia, Argelia y Cuba articularon un mensaje claro: las aspiraciones del Sur Global deben ser reconocidas. Al mismo tiempo, el evento reflejó la evolución de las prioridades del grupo, subrayando la necesidad de desarrollar resiliencia, combatir el hambre y las enfermedades, cerrar la brecha digital, lograr la justicia climática y poner fin al «apartheid de las vacunas».

Los diplomáticos del G77 tradujeron estos principios en una serie de demandas concretas: alivio de la deuda, acceso preferencial al comercio para los países del Sur Global, seguridad alimentaria, cumplimiento de los compromisos de ayuda, financiamiento adecuado para los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU y bancos regionales de desarrollo más fuertes. También abordaron las desigualdades sistémicas, pidiendo que se limite el poder de las agencias occidentales de calificación crediticia y que se ponga fin a la ocupación israelí de Gaza y Cisjordania.

Lamentablemente, la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos amenaza con descarrilar los esfuerzos para fomentar un multilateralismo efectivo y reforzar el financiamiento para el desarrollo, lo que subraya la importancia crítica de la misión del G77. Dada su probada capacidad para forjar coaliciones globales, el grupo está en una posición única para liderar la resistencia internacional a la agenda unilateralista de Trump.


Adekeye Adebajo, profesor e investigador principal del Centro para el Avance de la Erudición de la Universidad de Pretoria en Suráfrica, trabajó en misiones de la ONU en Suráfrica, Sahara Occidental e Irak. Es autor de Global Africa: Profiles in Courage, Creativity and Cruelty (Routledge, 2024) y The Eagle and the Springbok: Essays on Nigeria and South Africa (Routledge, 2023).

Copyright: Project Syndicate, 2024.
www.project-syndicate.org

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