En China cualquier gesto colectivo de protesta es considerado una disrupción del orden público y por ello todo encuentro de personas que pueda derivar en una manifestación de malestar se encuentra severamente restringida. En épocas de Xi Jinping protestar equivale a exponerse a una persecución sin cuartel.
Ello, sin embargo, no implica que el régimen de gobierno del gran líder no sea cuestionado por la colectividad ni que se encuentre apagado el descontento. De hecho, a fines del año 2022 numerosas protestas contra la política de Cero Covid tuvieron lugar en centros universitarios en Pekín, Guangdong, Shanghai y Wuhan. Todas ellas fueron asfixiadas por la autoridad, numerosos líderes fueron arrestados arbitrariamente y la prensa ferozmente censurada.
De hecho, la sociedad china que sufrió las estrictas medidas de confinamiento decretadas y puestas en ejecución por Xi para detener la pandemia y contener sus perniciosos efectos en su país no se siente satisfecha. Las consecuencias del encierro físico y las dificultades empresariales que de allí surgieron afectaron a cada familia y a sus planes de progreso económico. Los más jóvenes, desmoralizados por una economía cojeante y por empleos precarios abandonan, en muchos casos, sus estudios, se tornan más rebeldes y para esta fecha se animan a retar al gobierno de Pekín. La tasa oficial de desempleo entre los jóvenes de 14 a 21 años en julio pasado era una cifra récord: 21,6%. Ello va en franca contravía del propósito gubernamental de disponer de una juventud que sea ambiciosa, trabaje duro y se prepare para afrontar la adversidad.
El empresariado, dentro de una economía que se quiere “liberal y capitalista”, pero igualmente impedido de manifestar cualquier género de intranquilidad es condenado una vigilancia a cada paso más extensiva. La ralentización de la actividad empresarial por desconsumo y la deflación de precios inevitable desestimula a todo aquel que maneja un emprendimiento, por pequeño que sea. Ni qué decir de las empresas de mediana y gran talla impactadas por la desaceleración proyectada para 2024. La inversión de fuentes externas y las no gubernamentales están en situación de hibernación.
Otro tipo de descontento es el que pudiera estarse forjando en el seno, en la caja negra del Partido Comunista donde no pareciera haber fisuras. No obstante, ya son corrientes reuniones cumbres de los mayores del PC –como la del balneario Beidaihe en septiembre pasado- de las que se filtra información sobre el malestar en torno a la responsabilidad del timonel Xi en una estagnación que no se veía desde los años setenta.
Las perspectivas económicas para China en el año que comienza, en el plano de lo interno, no son prometedoras. A la población le tocará seguir posponiendo sus planes de mejoramiento personal y para los jóvenes la cuesta a transitar para consolidar una familia y algo de bienestar económico seguirá siendo harto empinada.
Xi lleva ya una década con las riendas del gran dragón en sus manos pero su cuestionamiento doméstico es cada vez más protuberante. Un nuevo episodio como el de Tiananmen en 1989 no está a la vuelta de la esquina, pero lo propio es preguntarse si podrá este hombre al mismo tiempo atender los retos de un entorno internacional exigente y mantener a raya el disenso.
Una cosa es clara, en China como en cualquier otro país: aun cuando la manifestación de malestar no encuentre vías para expresarse, la disidencia nunca puede ser totalmente silenciada.
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