La pospandemia aún está lejos para el mundo entero, mas no para China.
Los temas sanitarios conectados con el COVID y su control son todavía motivo de seguimiento estrecho para las autoridades en Pekín, pero la realidad es que no solo han conseguido meter en cintura a la contaminación sino que han podido dominar la repercusión nociva que la desaceleración del consumo y de la actividad productiva provoca en el crecimiento económico.
Lo que ha reflejado la prensa con fanfarria y estupor en todas partes es que mientras el mundo verá la economía global contraerse en 2020 en 4,9%, China experimentará un crecimiento de 1,9%. En un año en el que el comercio internacional se ha venido al suelo, las exportaciones chinas crecerán 10% y en el mismo período en que la inversión en infraestructura por doquier se ha aplazado en espera de mejores vientos, Pekín incrementó las obras públicas en 15% para estimular la expansión de su economía.
Así, pues, si se interpreta el desempeño del gigante de Asia con parámetros de juicio occidentales puede concluirse que China se encuentra en una situación de bienestar y de progreso excepcional tanto en el campo de lo económico como en el de la salud, en el instante en que las restantes naciones se encuentran arrodilladas por las perniciosas consecuencias del virus.
Una aproximación más detallada a sus variables pone de relieve, sin embargo, que la sola dimensión de su mercado puede mantener al país relativamente aislado de la debilidad provocada en la demanda global. La población china, por ejemplo, es más de dos veces la de toda América Latina.
Por otro lado, una estructura y un régimen de poder sin adversarios ni oposición permiten imponer medidas e instrumentar políticas que en cualquier otro país serían objeto de un forcejeo político de envergadura. Es así como los créditos y los subsidios ordenados desde Pekín en este año de penurias permitieron fortalecer actividades dinamizadoras del resto de la economía y generar millones de puestos de trabajo. China se dedicó a exportar al mundo todo lo que podía ser colocado fuera de sus fronteras, mientras las industrias en cantidad de países del orbe se detuvieron o funcionaron a media marcha.
También en el terreno de la salud el resultado de la gestión gubernamental está siendo calificado de excepcional. ¿Qué es lo que explica que en China, cuando una nueva oleada del virus se encuentra en desarrollo por doquier, imperen bajísimos índices de contaminación que aventajan ampliamente a cualquier otro país? Hoy por hoy, la tasa de pacientes confirmados de coronavirus en los últimos 15 días es de 6,52 por cada 100.000 habitantes, lo que es también una excepcionalidad incontestable.
La explicación no puede ser más simple. Las medidas de contención no han sido diferentes a las del resto del planeta. Pero una vez más el rigor que rige la actuación de su gobierno, a la vez que el comportamiento disciplinado de sus ciudadanos no es comparable a nada de lo que conocemos por fuera de esas latitudes. Hay un componente cultural sostenido por un liderazgo fuerte que preconiza la obediencia y no admite los desvíos, la discrecionalidad ni el individualismo, que son corrientes en las democracias occidentales. Esta fortaleza cultural apuntala, sin duda, la indudable fortaleza económica de la gran nación.