OPINIÓN

¿Es capaz López Obrador de convertir a Morena en el nuevo PRI mexicano?

por José Vales José Vales

El rutilante resultado electoral en las elecciones estaduales, donde el oficialismo terminó por destronar a lo que queda del Partido Revolucionario Institucional (PRI) de su principal bastión, el Estado de México donde reinó durante 94 años, encendió todas las alarmas hasta reponer la pregunta que, cada vez más, muchos se hacen dentro y fuera del país: ¿es capaz López Obrador de convertir a Morena en el nuevo PRI?

Por momentos, el discurso del presidente, Andrés Manuel López Obrador, parece recuperar la impronta de aquellos años. En otros, las presiones sobre el Instituto Nacional Electoral (INE) o, más recientemente, a los miembros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) para el traspaso de la Guardia Nacional a la órbita del Ejército, alimentan las sospechas.

Fragilidad de la oposición

Lo demás, lo aporta la fragilidad de la oposición, la continua succión de cuadros priistas –una constante desde que el mandatario inició su largo camino hacia el Palacio de Los Pinos, en el primer lustro del siglo– y la historia viva de una sociedad que dedicó décadas y vidas enteras a acabar con el régimen del partido único.

López Obrador no sólo se lo reconoce ya en el universo político por las siglas de su nombre, AMLO, sino por el de su proyecto la 4T (la cuarta trasformación), con la que viene trillando en sus mañaneras (conferencias de prensa diarias), a modo de interludio entre los temas de agenda del día, los versículos de su concepción del poder, las peleas dialécticas con algún periodista (en un país donde se los asesina de a decenas por año) y diatribas diversas.

Las reformas 4T

Dentro de esa sigla, 4T, encierra varias reformas. Últimamente destaca la de la Guardia Nacional, la eléctrica y siempre vuelve a la carga con la electoral, que es la que provoca más ampollas en buena parte de la sociedad civil.

Conociendo el derrotero político de AMLO, no es de extrañar su perfil político ni su idiosincrasia en el poder. Eso es lo que lo convierten en el presidente más puramente priista de este siglo, mal que le pese a un sector de la progresía sin rumbo ni lecturas.

Y que de allí viene, como la mayoría de los dirigentes que tras las elecciones fraudulentas de 1988 (las que entronizaron a Carlos Salinas de Gortari) se unieron a la Corriente Democrática del PRI junto a Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, para darle vida junto al Partido Mexicano Socialista (PMS) de Heberto Castillo y otras fuerzas, para darle vida al Partido de la Revolución Democrática (PRD).

Un liderazgo arrollador y las alianzas que fue urdiendo desde que alcanzara su primera candidatura a la presidencia, lo llevaron a fagocitarse al PRD para formar Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Entre chascarrillos y ataques, no son pocos los que sostienen que lo único que AMLO pretende regenerar es la era del Partido Único.

«Si uno observa la cantidad de expriistas que anidan en su gobierno y en su partido, además de su perfil político, no creo que necesite transformar a Morena en un nuevo PRI. Directamente retoma el nacionalismo de mediados de los años 50, propio de la época más sólida de aquel partido», explica el analista político Ariel González, en diálogo con El Debate.

Esos rasgos de nacionalismo afloran con frecuencia en el discurso del presidente, pero González observa que por un lado va el discurso y «un cuestionamiento constante del neoliberalismo y del libre mercado», pero por el otro, «en los hechos lo que se observa es una sintonía perfecta con empresas que hacen sus negocios con el Estado».

Iberdrola, un caso

«El caso de Iberdrola es la mejor muestra de sus constantes contradicciones», añade, o bien «la relación que mantiene con los grupos económicos como por ejemplo el de Carlos Slim».

Iberdrola viene de venderle 13 plantas de generación energética en México a un fondo de Inversión (México Infraestructure Partners), que actuó en representación del gobierno mexicano para enfocarse en la comercialización de electricidad a clientes.

Un pragmatismo, el de AMLO, que sorprendió en el extranjero. Cuando, ni bien posicionado en el cargo, se acercó a Donald Trump, todos esperaban una confrontación de tipo ideológico que solo figuraba en los papeles de la prensa y en de los de observadores convencionales, pero no en aquel que entendiera cómo se movería un priista de pura cepa como en su caso.

Contradicciones, esas, que no distan mucho del modelo que aplican otros mandatarios latinoamericanos, cercanos conceptualmente a López Obrador, como era el caso de los Kirchner.

Cuando el politólogo y exdirector de Flacso-MéxicoFrancisco Valdez Ugalde, observa el ADN del priismo en el accionar presidencial, principalmente en su intento de reformar el INE, bien podríamos imaginar a Jorge Luis Borges opinando no ya del peronismo sino de la actualidad mexicana.

El autor de El Aleph, era un admirador confeso de Juan José Arreola y amigo íntimo de Alfonso Reyes, pero no tuvo la ocasión de conocer a AMLO a quien le hubiese prestado aquella, sin dudarlo, aquella genial definición sobre el peronismo: «…Los peronistas son una maravilla, tienen todo el pasado por delante…»

Y AMLO, al decir de Valdez, busca las semillas para plantar su ansiada reforma electoral en los jardines del «Maximato» (Como se conoce al período histórico que va desde 1928 a 1934), luego del asesinato de Alvaro Obregón y la instauración de una democracia simulada por parte del expresidente y, a la postre, «jefe supremo de la Revolución», Plutarco Elías Calles.

El mismo ADN

«La iniciativa de reforma del presidente y su obedientes legisladores contiene el mismo ADN del hegemonismo presidencialista antidemocrático del siglo XX. Quiere suplantar de facto el carácter imparcial y arbitral de la autoridad electoral autónoma (INE) con un órgano designado en la práctica por el bloque morenista, que se supone mayoritario y quiere ser hegemónico. Un nuevo instituto la legitimidad del voto popular a los candidatos a consejeros que broten de las listas obviamente controladas por Morena en los tres poderes de la Unión», explica pormenorizadamente Valdez Ugalde.

González coincide. «Hoy ya no será Maximato sino 4T, pero su horizonte es la hegemonía» que incluso se observa en los movimientos presidenciales para su sucesión».

Los sucesores

«Entre los candidatos a la sucesión que surgieron se encuentran Claudia Sheibaum (hasta ayer, jefa de Gobierno de la Ciudad de México) y Marcelo Ebrard (excanciller), de uno de ellos dos saldrá el sucesor y la hoja de ruta para que AMLO prolongue su influencia, al mejor estilo de Plutarco…», advierte el analista.

Con las principales espadas de su gobierno con ADN priísta, tal el caso del propio Ebrard o el secretario de Gobernación, Adán López, por citar sólo a dos, la tentación por refrescar la historia parece grande. Valdez sigue haciendo hincapié, en lo que por décadas fue una obsesión de los demócratas mexicanos: la autoridad electoral. «Lo que se busca es el control del órgano electoral y la mayoría de los puestos de representación, esa que antes se decía revolucionaria y ahora cuartoreformista, por lo que se necesita tomar recaudos», sostiene.

Para González desde que la sociedad forjó la apertura democrática en 1994, no sólo se pudo fortalecer al INE, sino se fue generando una conciencia democrática que volvió a ponerse de manifiesto en las calles el pasado 13 de noviembre, en aquella masiva movilización de apoyo al instituto que «goza de buena salud».

«Hoy contamos con organizaciones no gubernamentales con estamentos de la sociedad civil, listas para movilizarse y una conciencia democrática difícil de arrebatar, por lo que cualquier intento hegemónico no le será fácil al gobierno», acotó.

El sueño de AMLO

Por lo pronto, López Obrador va, con lo tiene. Una sólida formación política forjada en las canteras priistas y una particular lectura de ese «pasado heroico», plasmado en los albores del partido de Estado, allá cuando todo no era más que el Partido Nacional Revolucionario (PRN). O sea, la prehistoria del PRI, esa otrora aplastante maquinaria política convertida hoy en un virtual campo de desguace, sobre el que alguien con ambición y un alto porcentaje de su ADN, bien podría soñar con reconstruirlo. Y AMLO posee esas características y, por lo que aseguran algunos que lo conocen bien, también sueña.

Artículo publicado en el diario El Debate de España