OPINIÓN

Errar reiterativamente en política y economía

por Alejandro Uribe Alejandro Uribe

El científico alemán de origen judío más popular del siglo XX fue Albert Einstein (1879-1955), quien recibió el premio Nobel de Física en 1921 y es el autor de las teorías especial y general de la relatividad, junto con la ecuación más famosa del mundo, que rige la conversión de materia en energía: E = MC2 –la energía es igual a masa por el cuadrado de la velocidad de la luz– ; pero este investigador, además de su ciencia, nos legó un conjunto de pensamientos: sabios, cortos, profundos y sinceros, aunque muy duros en algunos casos, de los cuales utilizaré tres para ilustrar este artículo y el primero que viene como anillo al dedo –en los asuntos relacionados con la esquizofrenia económica actual a nivel global– es la siguiente afirmación: “Una locura es hacer la misma cosa una y otra vez, esperando obtener resultados diferentes. Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.

Desde el comienzo de la historia del hombre, los seres humanos observaron y entendieron que cada persona tenía capacidades y habilidades diferentes y sin que nadie se los dijera, comenzaron a crear una forma primitiva de división del trabajo, donde algunos seres se dedicaban a la caza, otros a la pesca y otros a la recolección de frutos, raíces y semillas, siendo que con el crecimiento de las poblaciones y la inestabilidad climatológica, había que buscar métodos eficaces que fueran más sostenibles y estables y así fue como nacieron los procesos productivos, tales como son la agricultura, la ganadería, el almacenamiento y la conservación de los alimentos y además, junto con esas actividades especializadas, apareció el comercio entre las personas –que no es un producto per se, pero si es un servicio indispensable– que facilita el intercambio de los bienes producidos y que al principio se basaba en el trueque, lo cual era complicado, pues se requería un patrón de medida que permitiera valorar los productos, para buscar equivalencias y hacer los intercambios equitativos, siendo que de esta forma se inventó el dinero, que inicialmente era: piedras, conchas, hojas, plumas, huesos, semillas, sal, etc, hasta que la inteligencia humana introdujo como dinero por excelencia a un metal, que se encontraba libre en los lechos de algunos arroyos y ríos, era escaso, incorruptible, duradero y además cumplía las tres funciones requeridas del dinero, que son ser unidad de cuenta, de intercambio y de reserva de valor.

Por ser el oro un metal noble, brillante, hermoso y escaso, ha sido considerado y aceptado por todos los seres humanos como el mejor dinero real que existe, siendo atesorado y usado desde tiempos muy remotos e históricamente, fue el origen de la estabilidad y el progreso económico en ciudades-Estado, naciones e imperios como fueron, por citar solo algunos, los imperios: romano, inca y azteca; las ciudades-Estado tales como Florencia y Venecia –en el Renacimiento de la Edad Media–; el imperio napoleónico –después de la Revolución francesa, que dejó a Francia en la ruina–; el imperio norteamericano –después de la Segunda Guerra Mundial y hasta 1971, cuando Europa quedó destruida y arruinada– y finalmente Venezuela –desde 1918, época del general Juan Vicente Gómez, hasta finales de 1974, en tiempos de Carlos Andrés Pérez, cuando se destapó la caja de Pandora con el uso del dinero fiat y se empezó el deterioro monetario que ha permanecido haciendo estragos hasta el presente–.

El 15 de agosto de 1971 –hace medio siglo– Mr. Richard Nixon repudió los acuerdos de Bretton Woods, que eran un compromiso adquirido por la gran nación americana del norte, para reconstruir la economía global, devastada por la Segunda Guerra Mundial, cuando se ofreció el dólar de Estados Unidos como moneda de reserva mundial respaldada por oro, a razón de una onza troy por cada 35 dólares, compromiso que no se pudo cumplir, por haber usado la emisión de dinero en cantidades astronómicas, para financiar los costos de la guerra de Vietnam y por las recomendaciones del monetarista Mr. Milton Friedman, quien ganó el premio Nobel de Economía en 1976 –ese 15 de agosto de 1971, fue el momento preciso en que se jodió Estados Unidos–.

Actualmente es probable que unos viejos sabios, como son Mr. Biden y sus asesores en asuntos estratégicos, se hayan percatado de que su país no puede ni debe seguir con las prácticas políticas, económicas y geopolíticas erradas del pasado, que se basaban en invadir a países –como Vietnam, Libia o Afganistán, entre otros–, para gastar tiempo, energía o recursos y perder valiosas vidas humanas de manera estéril e improductiva y por otra parte, para promover a los especuladores financieros –quienes no trabajan ni producen nada útil– mientras la nación se arruinaba y otros países como China hoy progresan en diversas áreas porque han descubierto la bondad de las virtudes certificadas por la experiencia, que son generadoras de: paz, bienestar, riqueza y prosperidad para aquellas naciones que tienen la suerte de contar con verdaderos estadistas en sus gobiernos y estas virtudes bondadosas no son otras que: educación, investigación, trabajo, ahorro, inversión, productividad y producción, en un ambiente honesto y con una moneda estable y confiable, donde para el caso particular de Estados Unidos, bien se podría hacer uso de las 8.000 toneladas de oro que teóricamente reposan ociosas en los sótanos de Fort Knox, para hacer que otra vez su moneda sea fuerte, creíble y estable, al ser respaldada por oro.

En el caso de Venezuela –cuando existía el bolívar oro– en 1966 con un bolívar se compraban 8 arepas de maíz sin relleno hechas en horno, es decir, cada arepa tenía un precio de una locha –12,5 céntimos–; con un fuerte –moneda de 5 bolívares– se cubría el consumo diario de una familia pequeña y con un marrón –billete de 100 bolívares, que era la máxima denominación– se hacía un mercado que duraba casi un mes y hasta en los pueblos más remotos y humildes de la nación existían mercados, bodegas, quincallas y pulperías, donde se conseguía toda clase de artículos y productos alimenticios.

A partir de la década de 1970 y hasta el presente, un grupo de supuestos expertos económicos, políticos y seudointelectuales, comenzaron a recitar los siguientes mantras, para engañar a ciudadanos y gobernantes ingenuos: el bolívar está sobrevaluado, el país sufre de la enfermedad holandesa, se deben hacer devaluaciones competitivas para poder exportar, la expansión de liquidez monetaria no genera inflación, si quitamos el control de cambio nos tumban, etc, y con esas falacias se eliminó el bolívar oro en 1974 y se empezó la creación de dinero fiat de la nada, en cantidades astronómicas, que junto con a la devaluación, la inflación, el control de cambios y las reconversiones monetarias cíclicas han: destruido el tejido productivo nacional, envilecido el ingreso del ciudadano, causado la exportación de capital y talento humano y por lo tanto, colocaré como reflexión la segunda frase famosa de Albert Einstein que dice: “Nunca se puede resolver un problema en el mismo nivel en el que fue creado”, lo cual puede interpretarse de la siguiente manera: “Nunca se puede resolver un problema usando las mismas prácticas, herramientas y asesores con el que fue creado dicho problema”, que en el caso tanto de Estados Unidos como de Venezuela, son las recomendaciones y las políticas económicas fracasadas y repetidas ad infinitum, por supuestos expertos, que han demostrado su ineficacia de manera reiterada.

Por último y con relación a algunos aspirantes a políticos, que al no tener las capacidades ni las virtudes propias de los estadistas, recitan mantras y pretenden continuar haciendo experimentos con el país, aunque su impericia e incapacidad hacen las delicias de los grupos económicos, financieros o geopolíticos, que los promueven y tratan de imponer y, por tanto, se ignora, se desprecia y se repudia a aquellos ciudadanos que tienen experiencia y capacidad comprobadas, quienes con su sabiduría y voluntad de servir al país, mediante la utilización de asesorías adecuadas, capaces y honestas –debido a que no existen superlíderes ni iluminados que se las sepan todas– podrían resolver los problemas nacionales crónicos, que son reiterativos y por tal razón, los diálogos sinceros en México y también en Venezuela, entre el gobierno, toda la oposición sin exclusiones ni mezquindades y los sectores productivos nacionales, son bienvenidos, siempre que conduzcan a que los ciudadanos puedan en los próximos comicios, escoger y elegir libremente a los mejores líderes reconocidos con que cuenta la nación, que no sean impuestos por cúpulas como era en el pasado, pues infortunadamente a algunos aprendices de políticos se les podría aplicar la tercera frase célebre de Albert Einstein que es muy fuerte pero a la vez sincera: “Cuando mueres, no sabes que estás muerto, no sufres por ello, pero es duro para el resto. Lo mismo pasa cuando eres imbécil”.