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Eróstrato y su destructiva piromanía, de cómo pasar a la historia por los rincones de la infamia destructiva

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En psicología se habla del Complejo de Eróstrato para definir una personalidad de escasa autoestima con deseo de fama, notoriedad y de alguna manera búsqueda de la inmortalidad, dispuestos a realizar cualquier cosa para alcanzar esta meta.

Instituto Nacional Europeo de Asesoría Fiscal, Departamento de Psicología.

Una de las siete maravillas del mundo antiguo lo constituía el templo dedicado a la diosa pagana Artemis en la ciudad de Éfeso, actual Turquía, la maravillosa arquitectura de este portento arquitectónico se elevaba hasta el éter de la nubes, permitiendo maravillar a los fieles y extraños de esta ciudad, la virginal hija de Zeus y Leto contaba con un templo que rivalizaba con la colosal estatua de su padre erigida en Olimpia, el Artemisión nombre con el cual se conocía esta maravilla era una joya helenística en el Asia menor, así lo reconoce la clasificación hecha por Antípatro de Sidón en su obra de historiografía.

He posado mis ojos sobre la muralla de la dulce Babilonia, que es una calzada para carruajes, y la estatua de Zeus de los alfeos, y los jardines colgantes, y el Coloso del Sol, y la enorme obra de las altas Pirámides, y la vasta tumba de Mausolo; pero cuando vi la casa de Artemisa, allí encaramada en las nubes, esos otros mármoles perdieron su brillo, y dije: aparte de desde el Olimpo, el Sol nunca pareció jamás tan grande (De Sidon, 2016, pág. 58)

Para Antípatro los otros mármoles, habían quedado sin brillo y majestuosidad, para el autor de “Antología griega”, el templo poseía el mismo brillo de la morada de los dioses del Olimpo, la Artemis a quien se le rendía culto en Éfeso, se correspondía con una visión pre helénica, más vinculado a la fertilidad que a la virginidad, en ocasiones se le confundía con Sémele, por su vinculación con la Luna, sin embargo, pueden advertirse reminiscencias cretenses y por ende minoicas. “Al sanador de los desastres, a Apolo, dador de la Luz a los mortales, Eutiquess le ha erigido en ofrenda una estatua de la Señora cretense de Éfeso, la Portadora de la Luz”. (Bremmer & J, 1997, pág. 63).

No más que ciento veinte años (120 años), se tardaron en construir el Templo de Artemis en Éfeso, considerado un lugar de paz y tranquilidad, refugio para las Amazonas perseguidas por Heracles y por Dionisio, era una verdadera joya , la maravilla entre las maravillas, la joya del mundo antiguo, sin embargo un hombre embriagado por el deseo de fama, sabiéndose absolutamente incapaz de construir algo digno para esa maravilla, advirtió que la fama se puede ,lograr también a través de la maldad y la destrucción, que la herrumbre y el horror guardaban un sitial importante en los rollos de Clío la historia, entonces decidió prenderle fuego al templo de Artemis, sin importarle las consecuencias, ni la muerte, la tortura o la proscripción de su nombre lograrían revertir los deseos de pasar a la fama, pues ninguna prohibición de nombrar a Eróstrato, conseguirían borrar su ígneo paso por la historia al destruir la maravilla arquitectónica por antonomasia del mundo antiguo. La piromanía lograba borrar ciento veinte años de trabajos de construcción, la absorta maravilla de turistas, reyes y el mito como elemento primigenio de la episteme, lo inmediato del fuego su voraz capacidad por devorarlo todo, hicieron que este anarquista pasara a las páginas de la historia, no siempre Clío canta hechos heroicos, progresivos o plausibles, la maldad exacerbada también puede ser objeto de referencia histórico.

Eróstrato logró fama y así lo logro incendiando todo a su alrededor, llevando a las cenizas la morada de la mismísima Artemis, demoliendo hasta los carbones, capiteles, arquitrabes, arcos y otras bellezas de marmóreo valor.

Existe en cada tirano, en cada inadaptado y en cada mente enferma, sin hábitos modeladores de carácter un Eróstrato, con su tea ardiente, pirómana y criminal, pasando a la historia por los intersticios inmundos de los vicios, de la corrupción en sus formas del horror, Eróstrato fue ajusticiado, por el emperador, persa Artajerjes III, en medio de una extraña combinación entre furia y asombro, el pirómano de la Casa de Artemisa aunque fue molido por la tortura logró alcanzar la fama, violentar a Nike la victoria y ensuciar sus níveas alas, en fin se había inmortalizado por medio de las tropelías, del mal, del vicio, le importaba el fin no los medios.

Así mismo ocurre con la hegemonía de cacocratas instalados en el poder, todos peores que los demás, cada cual un antro en sí mismos de vicios e inmundicias, les interesa pasar a la historia por la vía de la destrucción que les es más cercana a las bestias, que por la progresiva manera de trascender desde la eudaimonía y el triunfo de la Areté, su paso por nuestra historia republicana es una tea ardiente, una antorcha destructora un incendio voraz de la verdad como paradigma de vida, no destruyeron un templo de mármol, sino a un país entero, vivimos entre los tizones ardientes de aquello que llamamos Venezuela, de ese sueño colectivo al cual nombramos hogar, hicieron ruinas las infraestructuras e incendiaron la moral de un país entero, cataclismo colosal, error geográfico, Ilión en llamas esa es Venezuela, su institucionalidad violentada en la cuna de semen de Heliogábalo, allí entre esas fangosas sábanas Artemis violada y maculada, la patria que llora desconsolada, desconsuelo de sus hijos ungidos en el fango selvático del Darién, paso infernal para Dante y Virgilio, en dónde Hobbes vive e impera la ley del más fuerte, selva homicida de venezolanos desesperados quienes huyen de la piromanía del Eróstrato coronado en el poder, Maduro pasará a la historia como el peor presidente de este ex país, el artífice de esta antinomia ha decidido dejar de usar el titulo y las formas de presidente para presentarse como un Eróstrato pirómano, el incendiario de Venezuela y de sus habitantes.

Más de ocho millones huyen de este incendio colectivo, de la estética de la ruindad y la desesperanza huimos hasta de nosotros mismos, pues el vaho a cenizas y horror de llamas voraces consume todo a su paso, la historia ya lo esta compilando como el destructor de Venezuela, su verdugo implacable, su pirómano coronado, nos corresponde imponernos ante el derecho a existir, no hay virtud en la victimización y en esta encrucijada histórica, asumir la frese de Mariano Moreno, prócer de la independencia argentina “ Prefiero una libertad peligrosa a una esclavitud tranquila”, pues la tranquilidad y la paz son incompatibles con el horror, el miedo y la maldad, esta heredad ha superado en maldad a la primera tiranía más larga de nuestro país, me refiero a la época de Gómez y sus crueldades, ese tirano se jactaba de decir que la paz residía en los cementerios a los cuales acudían las victimas de sus desmanes, de esos oscuros tiempos se han rescatado las ergástulas, mazmorras y grillos, para quienes no acepten de manera silente el ígneo porvenir de este ex país.

Maduro y Eróstrato pasaran a la historia por sus maldades, por su crueldad y radio de ciega destrucción, no hay un ápice de virtud en esta hegemonía y Venezuela, es el asolado Templo de Artemis destruido por un voraz incendio, que no previene a los vecinos, quienes siguen dándole la antorcha embebida en inflamable brea, para incendiar todo a su paso, el reto insisto subyace en nuestra valentía ciudadana, en la virtud de la fortaleza para evitar ser pisoteados, tenemos el derecho a existir y existiremos, por encima de las ruinas humeantes de la revolución perversa e incendiaria del castro chavismo. La cita es con la libertad y la vía concreta de alcanzarla por cualquier medio, culpables ante Dios y los hombres, esta ignominia no puede ser eterna, pues un modelo que se fundamente en el atropello al otro, en el abuso al débil y la asfixia libertaria no puede ser eterno. Entonces sigamos a San Juan Pablo II y “No tengamos miedo”

“Él ha escogido ser terrible. Se teme irritarlo. Nadie sabe a qué extremos lo llevarán los extravíos de su pasión; pero él lo sabe: pues su pasión no ha sido provocada desde fuera. La tiene bien en mano”

Jean Paul Sartre.

 

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