Al igual que los padres excesivamente protectores impiden el normal desarrollo de sus hijos, un líder demasiado supervisor puede arruinar a su empresa.
A menudo, vemos niños pequeños que ya podrían comer solos, pero que sus padres les meten la cuchara en la boca porque así tardan menos o no se manchan tanto; pequeños que no colaboran en casa porque sus mayores lo hacen mejor y más rápido, o que no pueden intentar nada arriesgado, no vaya a ser que se lastimen…
Los llamados «padres helicóptero» son los que sobrevuelan constantemente la actividad de sus hijos, dirigen sus juegos, hacen sus deberes, los sobreprotegen y controlan cada minuto de sus vidas. El resultado son niños dependientes, incapaces de asumir responsabilidades, poco creativos y con problemas para gestionar sus emociones. Y lo peor: lo que aprendes en tu familia lo extrapolas al mundo del trabajo.
Lo mismo ocurre en las empresas cuyos líderes caen en la excesiva supervisión. Y, en cierto modo, la tecnología facilita esta forma de gestión inadecuada, porque el trabajo de cada uno es fácilmente fiscalizable cuando todos los miembros del equipo están interconectados.
La supervisión es necesaria, por supuesto, pero encontrando un equilibrio:
Delegar en el verdadero sentido. Puede que un líder sepa mejor cómo hacer las cosas de la manera más rápida y eficaz, pero eso no significa que tenga que hacerlas él. Bastará con que dé indicaciones, que comparta cuál es el método que a él le funciona y que deje que los demás trabajen sin hipervigilancia. Un buen jefe sabe que él no es un jugador estrella, sino simplemente el entrenador del equipo.
No repetirlo mismo varias veces. Indicar las tareas pendientes y asignarles una fecha, consensuada con la persona que va a asumir la responsabilidad, es mucho más eficaz que estar recordando los plazos y lanzando avisos repetidos de que el día de cierre se aproxima. Un líder no puede preguntar cada dos por tres «cómo va eso», ni actuar como esos padres que repiten: «Te he dicho cien veces que recojas tus juguetes…».
Permitir que la gente se equivoque. Un error puede ser fatal para la empresa y debe evitarse a toda costa; pero hay que correr el riesgo y que sean responsables de sus decisiones y encuentren nuevas soluciones. La creatividad fluye solo cuando uno debe afrontar sus propios retos, y solo si es responsable de sus equivocaciones y aciertos.
Dejar espacio para la intimidad. Las oficinas abiertas de las grandes empresas tienen algo de inhumano. La gente puede sentir la necesidad de esconderse, aunque no tenga nada que ocultar, solo por el instinto de privacidad en el trabajo. Por eso es importante crear espacios donde los empleados se relajen para trabajar de forma más eficiente.
Decía Roosevelt, quien no solo fue presidente de Estados Unidos, sino también un gran estratega, que «el mejor ejecutivo es quien tiene el suficiente criterio para elegir buenos colaboradores que hagan lo que hay que hacer, y la suficiente fuerza de contención para no entrometerse mientras lo hacen». Pues eso, no hay que ser líderes ni padres helicóptero.