Tal vez la primera virtud a resaltar es la aparente sencillez del planteo. En un país devastado por el populismo y azuzado por la polarización, dos personas y personalidades se enfrentan. Una es Tamara, una dirigente oficialista, la otra, Natalie, es la maestra del pueblo. Pero el pueblo no es cualquier pueblo, es Congo Mirador, hogar y referente del Catatumbo, ese rayo que ciega sin sonar. Y en los palafitos está el germen, el nombre de un país que se llamó Venezuela y al que el título, mitad nostálgico, mitad relato para niños alude. El título no es menor. Si la alusión al pasado es tácita (en algún momento Congo Mirador fue un pueblo de pescadores con una población estimada de 1.000 almas), la referencia a este tiempo incierto e inverosímil habla de la desidia con la cual el hogar de muchos (Congo Mirador en la película, Venezuela por elevación) ha sido tratado. De nuevo, el planteo es simple pero no simplista. El problema es la sedimentación que aleja la pesca y trae roedores y plagas antes mantenidas a raya. Más que un problema, es un síntoma, la sedimentación se produce porque no se draga y no se draga porque la empresa encargada de hacerlo (Pdvsa, ¿cuál otra?) está demasiado ocupada conteniendo sus derrames. Y a partir de ese momento la historia se vuelve una radiografía del país, vista a través de dos ópticas radicalmente divergentes. Y en víspera de las elecciones de diciembre de 2015.
Por el lado oficialista, nadie puede entrar a la casa de Tamara sin tocar la foto de Chávez. El gesto es revelador. Hay que tocar un fantasma para comprobar su incorporeidad, alusión a su permanencia.
Pero esa permanencia icónica e incorpórea se da de golpes con una realidad que la arrasa. Los eslóganes de ayer (“unidad, lucha, batalla”) han perdido su pólvora. Pero la riqueza del drama está en la fe que persiste y busca en todo momento sustituir la lógica y la realidad. La pregunta a hacerse es ¿por qué ese personaje (el arquetipo del comisario político) no cae antipático? La respuesta está en la sensibilidad con la cual la cámara capta sus pequeños gestos. Hay algo en esa cara que desmiente la obesidad rotunda de su cuerpo, pequeños tics que muestran que la fe seguirá estando allí aunque la procesión interna vaya por otro camino. Y esos tics, diferencian la persona de su rol. Son las huellas de la decepción ante la deferencia con la cual es tratada, deferencia que esconde el peldaño bajo que habitan ella y
su gente en la escalera de prioridades de los dirigentes regionales. Esta larga lista de pequeños desaires telefónicos (terribles porque no llegan los insumos clientelares para las elecciones) llega a su eclosión cuando visita al gobernador. Es una escena maestra de producción y dirección. El gobernador Arias Cárdenas, simpaticazo, los recibe, pero todo lo que ofrece (un desayuno, una lista, una posiblevisita) son señuelos y vías de escape. Y este muestrario de pequeñas agresiones se revela en un larguísimo primer plano en el cual el rostro de Tamara ve derrumbarse su última esperanza mientras el gobernador habla por teléfono sin prestar atención a sus planteos. En contraste con sus escenas anteriores en su papel de dirigente, presionando a los votantes, esta decepción le da su dimensión humana.
No llega a ser una víctima (ningún detentador del poder lo es), pero cuesta asimilarla al rol que cumple.
Por el otro lado Natalie, más una escéptica digna que una opositora militante, ve pasar la desidia con la cual el pueblo es tratado sabiendo que cuenta con pocas armas para enfrentar al poder. La imagen muestra una resistencia estoica, que no necesita esgrimir más razones que las que le brinda la realidad. Los bolígrafos no se distribuyen, pero simplemente porque no sirven. Así como Tamara resiste frente a la realidad, Natalie resiste frente al poder. Su actitud paga sus frutos con la victoria del 6 de diciembre, pero es una victoria de vuelo bajo. El pueblo sigue muriendo de mengua.
Este antagonismo es la columna vertebral de un libreto inteligente que encuentra la forma de narrar el drama de un pueblo y un país. Sobre él se estructura una de las películas más sensibles y lucidas que veremos en mucho tiempo sobre el tema Venezuela, amparada en una impecable factura técnica. Las imágenes son de una belleza sobrecogedora y el montaje las encadena mostrando el lado más turbio de la vida cotidiana. Porque no hay abstracción, ni grandes reflexiones en la película y esta es una de sus virtudes mayores. La voz en off aparece apenas para ubicar temporalmente una escena o para permitir que un personaje se explique mejor. La película es más bien una crónica que deja las conclusiones por cuenta del espectador. Queda, eso sí, una tristeza existencial que todo lo domina.
Una joya. Imperdible. Se puede ver en www.cinemestizo.com, una plataforma que conviene visitar. Tiene lo mejor del cine venezolano para disfrutar en estos tiempos de pandemia.
Érase una vez en Venezuela (Congo Mirador), Venezuela, Reino Unido,m Brasil y Austria, 2020. Dirección: Anabel Rodríguez Ríos. Guion: Anabel Rodríguez Ríos y Sepp R. Brudermann. Fotografía: John Márquez. Montaje: Sepp R. Brudermann. Música: Nascuy Linares.
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