Para el año 2022, Venezuela cumplió oficialmente un siglo de matrimonio con su industria petrolera. Y es que, aunque la explotación de nuestro principal recurso natural no renovable data desde mucho antes, fue en 1922 cuando ocurrió el famoso reventón del pozo Barroso II, que se convirtió en una noticia que dio la vuelta al mundo y nos puso en el mapa, como un potente productor y exportador.
Como todos los matrimonios, hemos tenido altas y bajas. Pero esta etapa histórica nos sorprende sin las herramientas ni la habilidad necesaria para sacar partido de ese oro negro que late silenciosamente bajo nuestros pies, que podría ser la solución a todos los padecimientos que sufrimos en la actualidad.
Pareciera que nos falta un eslabón perdido para volver a tomar control de esa herencia poderosa que se nos escapa de las manos.
Nuestros intelectuales más emblemáticos se han pasado del amor al odio en su relación con este recurso, desde el sabio consejo de sembrar el petróleo que nos heredara Arturo Uslar Pietri hasta la amarga advertencia de Juan Pablo Pérez Alfonzo, cuando lo calificó como el excremento del diablo.
Y ambos tenían razón. Un recurso natural no es en sí positivo o negativo para la historia de una nación. Todo tiene que ver más bien con la manera como se le maneje. Y es aquí donde hemos tenido desde brillantes aciertos hasta garrafales errores.
Lo cierto es que, al día de hoy, Venezuela es el país con las mayores reservas probadas de crudo pesado del mundo, con más de 300 mil millones de barriles; además las mayores reservas de crudo liviano en todo el hemisferio occidental.
Hemos experimentado altibajos económicos relacionados con la fluctuación de los precios del petróleo en el mercado internacional, pasando de tiempos de abundancia inimaginable a otros de una forzada austeridad que ha constituido un verdadero reto.
Lo que se ha dado en llamar la época de las vacas gordas y la de las vacas flacas. Un ciclo perverso que debemos romper, mediante la planificación y el conocimiento profesional de la industria.
Lo cierto es que hemos tenido momentos estelares, que pusieron el nombre de nuestra nación en el mapa noticioso mundial, cuando, gracias a nuestro petróleo, se subsanaron apremiantes problemas internacionales.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Venezuela desempeñó un papel clave como proveedor principal de petróleo a los Estados Unidos y el Reino Unido. Nuestro país inicialmente mantuvo una política de neutralidad, participando de manera indirecta al suministrar combustible a los aliados.
Pero el 9 de diciembre de 1941, dos días después del ataque contra Pearl Harbor, Venezuela declaró su solidaridad con Estados Unidos. Es entonces cuando los alemanes minan con sus submarinos todo el Caribe.
El balance de la llamada Operación Westindien fue que submarinos de la Armada alemana torpedearon los tanqueros Pedernales y Arkansas, y hundieron el San Nicolás, el Tía Juana, el San Rafael, Oranjestad, Rafaela, y el Monagas, de Bandera Venezolana.
La Armada nacional inició un patrullaje, ante otros posibles ataques de submarinos alemanes. Ante las acciones bélicas del Eje, Venezuela se alinea y coopera de manera más activa con el bando aliado.
Entonces pasamos a ser el tercer país con más extracción de petróleo en el mundo, después de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y Estados Unidos.
Otro pasaje histórico digno de destacar fue el de la crisis petrolera mundial de los años setenta, a propósito de la guerra del Yom Kipur. En este trance, nos convertimos en un proveedor seguro de petróleo y nuestros ingresos se cuadruplicaron, viviendo entonces el país una larga temporada de prosperidad basada en los altos precios de los hidrocarburos.
Sin embargo, al día de hoy la falta de inversión, la pérdida de talento humano y la inestabilidad en general han llevado a un deterioro significativo en la capacidad de producción de la compañía nacional Petróleos de Venezuela, Sociedad Anónima. Para nadie es un secreto que la infraestructura petrolera está desactualizada y falta de mantenimiento, lo que ha llevado al declive de la productividad.
Para revitalizar la industria, se requerirán importantes reformas estructurales, transparencia en la gestión y la atracción de inversiones extranjeras.
Además, en un contexto mundial de transición hacia fuentes de energía más limpias y renovables, Venezuela también enfrenta el desafío de adaptarse a estos cambios. La diversificación de la economía y la inversión en energías renovables son definitivamente asuntos clave para el futuro del país.
Sí es definitivamente posible apalancar en el petróleo el regreso de la prosperidad a nuestra tierra, como la vivimos en el pasado. Pero no va a ocurrir por arte de magia. Necesitamos tomar las riendas de las soluciones.
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