OPINIÓN

¡Éramos felices y no lo sabíamos…!

por José Tomás Esteves Arria José Tomás Esteves Arria

 

Caracas, años sesenta

Los verdaderos paraísos son los paraísos que uno ha perdido

Marcel Proust

Decía Jean Cocteau que la historia era una combinación de realidad y de mentiras. Lo verdadero de la historia se convierte en una mentira y la irrealidad de la fábula se convierte en verdad. De esta forma tenemos que el gobierno y sus aliados-amigos en el sector “empresarial” poseen una cantidad extraordinaria de medios de comunicación, basta mover el cambiador de  canales del televisor  para ver la cantidad de propaganda y programas en donde se exalta al comunismo, al marxismo, al tercermundismo, etc  Y se glorifica el culto de la personalidad, exponiendo la memoria del difunto Chávez como si fuera un santo en el cielo. Al igual que un “big brother” tropical, a cada momento se encadenan los medios para mostrar a un único orador endiosando al gobierno y sus tentáculos.

Tenemos entonces, que mediante este aparato propagandístico impresionante y apabullante (canales de televisión, periódicos, emisoras de radio, columnistas prepagados)  se pretende convencer y adoctrinar al gran público de que todo era malo en la república civil en Venezuela establecida el 23 de enero de 1958. Supuestamente, según los áulicos y corifeos del régimen dictatorial, todos vivíamos con hambre y una miseria insoportable, y hasta teníamos un porcentaje enorme de analfabetos. Lo cual es falso también de toda falsedad.

Pues bien, leyendo en estos días el extraordinario libro del profesor cubano Levi Marrero, Venezuela y sus recursos, editado por Cultural Venezolana, S. A. en 1964, podemos distinguir los siguientes datos:  en su página 511, por ejemplo, se tienen las horas de trabajo requeridas —en ese entonces— por un obrero industrial medio para adquirir artículos indispensables. Así, de esta manera, un obrero venezolano que trabajaba 63 horas podía adquirir un traje (flux) en 1962, mientras que en Argentina requería 189 horas, en Brasil 256 horas y en Chile 230. Estas cifras están recopiladas para el año 1962. En efecto, para comprar un par de zapatos, requería ese mismo obrero venezolano trabajar 19 horas; pero un obrero argentino debía trabajar 42 horas para adquirir ese mismo par; y uno brasileño 68 horas.  Pero como no solamente de ropa vive un hombre, tenemos algunos datos similares en cuanto a los alimentos.  También para ese mismo año de 1962, una hora de trabajo del obrero industrial medio venezolano, le permitía adquirir 1,74 kilos de arroz; para un obrero argentino ese mismo tiempo le permitía adquirir 1,406 kilos de arroz y en Colombia el obrero con ese mismo tiempo de trabajo compraba 0,640 kilogramos de arroz. En lo que concierne a las pastas, el obrero venezolano podía comprar con una hora de trabajo 2,35 kilogramos; el argentino 1,204 kilogramos y el colombiano 0,268 kilogramos. Es interesante el caso de la leche, en donde el trabajo de una hora de un obrero venezolano le permitía comprar 2,35 litros; mientras que el argentino con ese mismo tiempo de trabajo: 2,97 litros; y el colombiano 2,42 litros. En cuanto a la carne, que en los actuales momentos se ha vuelto inaccesible a los venezolanos de las clases e, d, y c, en aquel año, con una hora de trabajo, el obrero venezolano podía comprar 0,392 kilogramos; el argentino 0,627 (esto es, en Argentina era muy barata la carne vacuna); el colombiano 0,240, y el brasileño 0,172 kilogramos.

Así mismo, en el mencionado libro también se encuentra el dato o la información de que Venezuela en aquel año era el primer productor per cápita de cemento (200 kilogramos). De modo que no nos encontrábamos tan mal como lo predica la absurda propaganda gubernamental, pro comunista y tendenciosa. En lo concerniente a la agricultura, el sempiterno “talón de Aquiles de la economía venezolana”, extrajimos algunos números. Así pues, en la producción de maíz, el promedio de kilos por hectárea -que es como se como se mide la productividad agrícola- era de 1.110 kg, cuando en Estados Unidos (potencia agrícola mundial) se situaba este indicador en 2.060 kg y en América del Sur era de 1.380, de modo que para nada nos encontrábamos tan mal. En el rubro del arroz –hoy tan escaso– nuestro promedio por hectárea era de 1.716 kg, mientras que el promedio mundial era de 2.000, y en América del Sur 1.840.  Ahora bien, en algodón, insumo imprescindible en la industria textil, nuestro promedio de kilogramos por hectárea era de 500, mientras que el promedio mundial era de 320,  así que ¡teníamos una ventaja comparativa!, como lo llaman los  economistas. También podemos mencionar al ajonjolí o sésamo, como lo llaman en otros países latinoamericanos, del cual nuestro promedio de cultivo por hectárea era de 362, mientras que el promedio mundial alcanzaba 290, otra ventaja comparativa para producir aceite de ajonjolí –un rubro que también escasea en la despensa de las familias venezolanas–.