OPINIÓN

Eppur si muove­

por Raúl Fuentes Raúl Fuentes

 

Foto Prensa Miraflores

Comienzo por donde menos tenía pensado hacerlo, porque cuando la alharaca y la pataleta del derrotado candidato republicano  comenzaron a fastidiarme, decidí cerrar el capítulo atinente a sus truculentas, infundadas y perversamente calculadas denuncias de fraude a escala superlativa; denuncias compartidas, en medios electrónicos, por venezolanos sin velas en ese entierro a quienes bien les vendría leer los formidables artículos al respecto de Alberto Barrera Tyszka (“Rambo Trump y la fanaticada venezolana”), Federico Vegas (“Soy venezolano y me alegra pasar la página de Trump!) y Moisés Naím (“74 millones”), publicados en la edición española de The New York Times, los dos primeros, y en El País y El Nacional, el tercero; sin embargo, el aparente recule del pelirrojo me espolea a improvisar variaciones sobre el calichoso tema. Lo hago valido de una frase atribuida a Galileo Galilei: Eppur si muove —«y sin embargo se mueve»—. La sentencia habría sido proferida o rezongada por el físico y astrónomo toscano, al abjurar, ante un tribunal del Santo Oficio, de la teoría heliocentrista de Copérnico, según la cual nuestro planeta gira alrededor del Sol y no este en torno a aquel. Probablemente la locución sea apócrifa: el sabio renacentista estaba demasiado enculillado para andar desafiando con refunfuños a la Inquisición. Poco importa si pronunció o no la celebérrima sentencia.  En todo caso, la misma, trillada en la criba de la resemantización, devino en comodín argumental, usado a menudo en favor de la veracidad de un suceso cualquiera ante su impertinente negación. La expresión se instaló en mi azotea con intensidad de alucinación acústica cuando supe de la venia de Mr. Trump al proceso de transición presidencial, aunque lejos de mi intención estaba equiparar su aquiescente yes and not con la histórica retractación del gran hombre de ciencias a quien erróneamente adjudican la invención del telescopio. Uno apuesta al poder; el otro a la vida. La Tierra siguió moviéndose y Donald continuó jodiendo, pero yo, con este exordio, espero poner punto final al culebrón electoral norteamericano y decirle adiós al pato cojo (lame duck), desviando mi pluma y la atención del lector hacia asuntos de interés nacional.

El pasado lunes, mientras algún medio sin miedo, ¡hurra por los anagramas!, privilegiaba con rango de noticia relevante un canicidio carcelario —«Los reclusos del Centro de Formación para el Hombre Nuevo El Libertador, del Complejo Penitenciario de Carabobo, fueron castigados luego de comerse la mascota del exdirector del penal, una perra rottweiler, llamada indistintamente niña o princesa»—, se apersonaron en palacio los aduladores habituales, ávidos de colgarse de los genitales de Cilio Nicolás y cantarle happy birthday. Obsecuentes, tal prescribe la guía del perfecto jaleta, le regalaron una indigesta torta de tres niveles —atentado al buen gusto y a la arquitectura pastelera—: tres patrióticos y patéticos pisos correspondientes al amarillo, azul y rojo, la bandera de los piojos, cual cantábamos en el parvulario y la maestra nos regañaba, pero este recuerdo no viene a cuento y sí cuentan o contaron las 58 velitas que iban a ser apagadas, ¡sopla, camarada!, con el taparrabos en la boca. Circulan fotos y videos del holgorio, e Infobae reseñó la desopilante escena de la mascarilla, gag propio del cine mudo. Las imágenes de Maduro y sus felicitadores propician diversas lecturas, la más obvia y sugerente: el usurpador goza y el pueblo sufre.

Así abrió la postrera semana del penúltimo mes del agonizante annus horribilis 2020. Y si bien poco resta de él, queda por cortar la tela de la estafa parlamentaria que se perpetrará el venidero domingo, mas orientemos momentáneamente la brújula del recuerdo al 29 de noviembre de 1781, no domingo como hoy, sino jueves. Ese día nació en Santiago de León de Caracas quien, a juicio del ensayista hispano venezolano Pedro Grases sería «el primer humanista de América», opinión unánime de biógrafos e historiadores de todo el continente. En Chile se le tiene en alta estima gracias a su labor pedagógica —fue rector de la universidad durante más de 20 años—, y a su polifacético aporte a la institucionalización de la nación austral, su segunda patria. La síntesis biográfica del Instituto Virtual Miguel de Cervantes, abre con un par de hiperbólicas líneas, buenas para estimular el ego cívico vernáculo: «Este ilustre humanista, nacido en Caracas en 1781 y muerto en Santiago de Chile en 1865, puede considerarse como la figura intelectual más destacada y de mayor relieve en la cultura hispanoamericana del siglo XIX». No abundaremos en loas y alabanzas; no obstante, merecería la fecha de hoy ser  festejada en toda la geografía hispanoparlante, aunque solo fuese en honor a la custodia del castellano y el celo gramatical del filósofo, poeta, abogado, diplomático, ensayista, educador, traductor y filólogo caraqueño.

El natalicio del autor de La oración por todos da pie en Venezuela a la celebración del Día del Escritor; ello me anima a romper una lanza por artistas y oficiantes de la prosa y el verso. Tuve la dicha de conocer de trato y copas a unos cuantos de nuestros más destacados «obreros de la palabra», especialmente cuando Caracas era fiesta perenne y Sabana Grande asiento de la República del Este. Muchos han muerto —Miguel Otero Silva, Miyó Vestrini, Salvador Garmendia, Antonia Palacios, Adriano González León, Vicente Gerbasi, Carlos González Vega, Denzil Romero, Caupolicán Ovalles, Baica Dávalos, Víctor Valera, Pancho Massiani, Francisco Salázar Martínez, Rubén Osorio Canales, Simón Alberto Consalvi y aquí me detengo: es grande el riesgo de excedernos en omisiones—. No listaré a los vivos, no vaya a empavarles un recuento demasiado inclusivo, porque cual es de dominio público tenemos un stock color rubí de calamos consignados al chavismo. Son las excepciones concomitantes a la regla que norma mi admiración y sana envidia a los auténticos talentos.  Brindo por y con ellos en este bello día de Bello.

Cumplidos los trámites de rigor y las cortesías protocolares, llego al tramo semifinal de mis divagaciones. Aguarda ser cortada, dije y repito, la tela comicial. Al parecer, el zarcillo se saldrá con la suyas y el domingo exclamará urbi et orbi, asamblea habemus, sin importarle el volumen de una abstención ilustrativa del repudio generalizado a la inescrupulosa escenificación de unas votaciones sin sufragantes, pues no otra cosa será el montaje circense de la alianza PSUV-FANB. Habrá marchas triunfales. Pífanos y tamboriles pondrán notas incidentales al alboroto de un puñado de pesuvecos borrachos de rojas camisas, exacerbado con el estruendoso detonar de cohetones y tumbarranchos. En el ínterin, la oposición estará afinando sus instrumentos a fin de alzar la voz mediante la consulta popular, un evento cuya importancia enfatiza monseñor Ovidio Pérez Morales en palabras diáfanas y contundentes: «Frente a la dictadura militar de signo comunista, que busca a través del 6D imponer un Estado socialista, comunal, inconstitucional e inmoral, la consulta popular constituye un paso de primer orden hacia una Venezuela digna y próspera». Y, ¡por supuesto!, el combo Maduro, Padrino, Cabello & Co. amenazará a gritos rayanos en la histeria con descargar su poder de fuego y agresión sobre los potenciales participantes en el acto plebiscitario convocado por Juan Guaidó y la legítima Asamblea Nacional. En lo personal, no le temo al ultimátum de quienes ejercen el poder usurpado con fines intimidatorios. Tales advertencias son la otra cara del pánico a quedarse sin chivo ni mecate. Sí me preocupan, y mucho, los alegres gatillos de colectivos y paramilitares armados a costa del dinero público, y pavlovianamente condicionados para agredir físicamente a quienes no comparten sus anacrónicas convicciones. No me gusta fungir de profeta del desastre, pero, si las amenazas no funcionan, apelará la mafia bolivariana al estado de excepción y emergencia asociado a la coviditis. Suficiente. Pasemos al último acto de esta tragicomedia dominical.

Debemos unas líneas a Diego Armando Maradona, figura controversial, tanto por sus méritos deportivos, cuanto por su déficit de ciudadanía. Era, es, una estrella del firmamento futbolístico, e ídolo de masas al cual no le va lo de «con pies de barro», porque su leyenda se forjó a patadas. Su fallecimiento, como la desaparición física de cualquier mortal, es lamentable e inevitable. Es asimismo insoslayable y deplorable, la cursilería en clave de tango de Maduro Moros, derramada con lacrimógeno acento en su cuenta del pájaro azul: «Querido e irreverente Pelusa, siempre estarás en mi corazón y en mis pensamientos. No tengo palabras en este momento para expresar lo que siento». ¿Tendrá este sujeto palabras para expresar su recurrente indiferencia al drama venezolano? La pregunta queda en el aire y comienza a bajar el telón. Sobre el mismo, un primer plano de Eva Perón alterna con otro del nuevo dios del olimpo rioplatense. En off, canta Madona —rima con Maradona—: Don’t cry for me Argentina… Aplausos y bravos. Una voz anónima en la oscuridad susurra: eppur si muove.