OPINIÓN

Epitafios chavistas

por Jorge Ramos Guerra Jorge Ramos Guerra

Cuando la muerte es sólo para los creídos inmortales, la entrada al reino de Dios y los honores una prerrogativa exclusiva para ellos, no es más que una estúpida «Vanidad de vanidades » más allá del sentir de Salomón.

En la democracia venezolana se honró a políticos y personas a quienes se les reconocieron méritos y obras. Rómulo Gallegos no aceptó el merecido honor del Panteón Nacional, porque si a ver vamos, como dice el refrán: «Ni son todos los que están, ni están todos los que son».

Leonardo Ruiz Pineda descansa en el Cementerio General del Sur en Caracas. Luís Beltrán Prieto Figueroa y Jóvito Villalba en su isla de Margarita. Juan Pablo Pérez Alfonso dispuso su cremación y lanzar sus cenizas al mar.

Los presidentes Betancourt, Leoni, Caldera, Carlos Andrés Pérez, Herrera Campins, Lusinchi, Lepage Velásquez, Larrazábal en La Guairita, negándoles sus  correspondientes honores.

Ahora resulta que el chavismo de sus muertos montan espectáculos, con un ritual escatológico hacia el adversario, circo circulando por las redes sociales el irrespeto y el odio, tipificado como delito en una repugnante ley, precisamente para el adversario pero que no aplica para ellos.

Veamos lo que dijo Hugo Chávez tras la muerte del cardenal Castillo Lara: «Me alegra que haya muerto ese demonio vestido de sotana, ojalá se esté pudriendo en el infierno como se merece, sé que se retorcerá eternamente viendo avanzar la revolución…»

Palabras de Izarra -ahora crítico de Maduro-, ministro de Comunicación de Hugo Chávez, antes de la muerte de Franklin Brito: «Franklin Brito huele a formol». Palabras de Hugo Chávez tras la muerte del expresidente Carlos Andrés Pérez: «Yo no pateo perro muerto… No habrá luto nacional porque hoy murió un corrupto, un dictador”.

Palabras de Hugo a la madre de los hermanos  Fadoul cuando los asesinaron: «Deje la lloriqueadera y deje que esos muchachos descansen en paz». Palabras de Hugo Chávez después de la tragedia de Amuay: «El show debe continuar».

“Quien siembra vientos, cosecha tempestades” y eso es lo que ha ocurrido lamentablemente en  estos días. El discurso político es soez, vacío de estimulante prosa y razonamientos ideológicos, impropios de una sociedad como la nuestra ,y, muy concretamente, ante el misterio de la muerte que solo conoce Dios con la promesa de su hijo Jesús, de la resurrección ¿Qué tendrá sentido, sin perdonarse ante la muerte las reservas que se tuvieron en la vida? ¿Qué macabro interlocutor ha podido influir, para que el insulto haya sustituido el diálogo, más cuando se trata del destino de la patria? ¿De quién se burlan los negociadores de un mínimo de paz en medio de una crisis que solo ha beneficiado a unos cuantos de lado y lado?

La primera condición que se debe exigir a los “sembradores de cenizas” como llamara don Augusto Mijares a esos venezolanos, que ”solo miran la paja en el ojo ajeno”, es utilizar el lenguaje para diálogos positivos, por aquello que dijera Rómulo Betancourt, “Este país es de todos, tenemos que hacerlo todos” para no terminar como el cura Solana, en la novelada muerte del general Juan Vicente Gómez, “Oficios de difuntos” de Arturo Uslar Pietri, preparando su panegírico para el funeral, diciéndose a sí mismo “Se iba a hacer una especie de nunca vista ceremonia de duelo real, con tambores a la sordina, caballo enlatado y marchas fúnebre”, pero no lograba inspirarse. De la calle venían gritos ¡Abajo la tiranía!  ¡Viva la libertad! y el sirviente le dijo «Esto se está poniendo feo» y sólo pudo escribir “No, después de lo que acabamos de ver,  la salud no es sino un nombre, la vida sino un sueño,  la gloria una apariencia, las gracias y los placeres sino un pasatiempo,  todo es en vano en nosotros”; y se tomó un brandy…

ardive@gmail.com