OPINIÓN

Epitafios a José Gregorio Hernández

por Francisco González Cruz Francisco González Cruz

La muerte del Dr. José Gregorio Hernández, el 29 de junio de 1919, causó una enorme conmoción en Caracas que luego, al conocerse la noticia, se extendió por toda Venezuela. La concurrencia a su sepelio fue gigantesca y enormes las manifestaciones de duelo. Una de las más conmovedoras iniciativas fue la convocatoria de la Junta Central de Obreros y Artesanos de Caracas a un certamen, con el objeto de elegir el mejor epitafio que debe ser grabado sobre la lápida que se colocaría en su tumba.

El 19 de agosto de 1919 circuló un comunicado firmado por su junta directiva, integrada por el presidente Fabián Ubeto; el vicepresidente A. Berroterán; el tesorero, E. Ramón López; el secretario Adolfo Montero y los vocales: F. de P. Rengifo, Ramón Cabrera y Víctor Hernández M. dando a conocer las bases de la convocatoria y haciendo un llamado a la participación.

El 15 de septiembre de 1919 se reunió la Junta para informar que se recibieron 130 propuestas o “pensamientos”, como las califica, y declara ganador el enviado por el señor don José E. Machado. En el acta firman los integrantes del jurado que fueron los eminentes humanistas señores Agustín Aveledo, el presbítero Doctor Rafael Peñalver I. y Eloy G. González.

El epitafio ganador dice: “Al Dr. José Gregorio Hernández, médico eminente y cristiano ejemplar. Por su ciencia fue sabio y por su virtud justo. Su muerte asumió las proporciones de una desgracia nacional. Caracas, que le ofrendó el tributo de sus lágrimas, consagra a su memoria este sencillo   epitafio, que la gratitud dicta y la justicia impone”. José E. Machado.

Los restantes pensamientos fueron entregados a la Junta Central, los cuales fueron reproducido en el libro Nuestro Tío José Gregorio: Contribución al estudio de su vida y de su obra escrito por Ernesto Hernández Briceño en 1958; de allí hicimos una selección para entregárselas a nuestros apreciados lectores, aunque todos son una muestra de gusto literario y de una gran admiración a José Gregorio Hernández.

«Glorificó a Dios, honró a su patria y sirvió a la humanidad, y, en perenne expectativa de su tránsito a la Eternidad, testimonió con su vida el poder inmensurable de la más natural de las alianzas: la de la Ciencia y la Fe». J. de D. Villegas Ruiz.

«Para conservar eternamente frescas las flores de esta tumba bastarían las lágrimas que ocasionó tu muerte».  Enrique Canelón N.

“Vivió para amar a Dios y al prójimo en la caridad, que practicó con su hermosa hermana, la abnegación». Victoria Smith de Urbaneja.

«Gloria de la patria por su ciencia. Gloria de Ia humanidad por su virtud”.   Isabel Margarita Aveledo Urbaneja.

“Yace aquí el Doctor Gregorio Hernández. Ante esta tumba se emulan la ciencia, la modestia y la fe”.  F. González Guinán

«La sanción moral existe: por eso vemos hoy a la sociedad venezolana rindiendo merecido y justiciero tributo de admiración, de cariñoso aplauso, a la memoria del Doctor José Gregorio Hernández, que fue filántropo galeno y ciudadano modelo, a cuya persona la iluminó siempre los claros resplandores de la virtud”.  Manuel M. Gallegos.

«iDescúbrete!

Estás ante la tumba de un varón santo, que su virtud ocultaba y su muerte vino a revelar cuan bueno fue. iTodo un pueblo lloró sobre sus despojos, apellidándole su médico, su medicina y su consuelo!

Culminó entre los sabios y era un dechado de humildad.

La de un ángel fue su vida, que más pura no se vio jamás en nuestro siglo.

Su nombre: ¡el Doctor José Gregorio Hernández!”.

“iDescúbrete ante su tumba!». Juan B. Lameda.

“¡Cuan honrados nos sentimos al visitar la tumba del ser cuyo cuerpo aquí reposa! . .

Él derramó los prodigiosos caudales de su sabiduría en todos sus discípulos; la fuente inagotable de su cristiana caridad en todos los dolientes; y los efluvios purísimos de su alma acrisolada ascendieron en constante holocausto al trono de su Dios.

! Oh bendito mortal, loado seas!». E. 0. S.

«Iluminó con su saber, edificó con sus virtudes». Dr. Julio H. Rosales.

“Ruego.

Descúbrete, mortal, ante esta fosa,

y eleva al cielo una oración sentida

por el alma del ser que aquí reposa,

que una estela de luz dejó en la vida.

Subió hasta Dios en ascensión gloriosa,

al ser de la materia desprendida;

el saber fue su antorcha luminosa

y la suprema caridad su egida.

Descúbrete, mortal, y tu quebranto

aquí derrame su copioso llanto

en oblación sincera a su memoria.

Todo lo grande su recuerdo encierra:

¡si cruzó como un santo por la tierra

goza la paz de la celeste gloria!»

Juan González

El 9 de octubre de 1919 la Junta Central de Obreros de Caracas rindió su homenaje a la memoria del Doctor José Gregorio Hernández en el templo de Las Mercedes, con misas rezadas desde las 6:00 am en todos los altares, a las 8:30 am se celebró un solemne funeral con vigilia y la intervención de la orquesta dirigida por el Profesor Gabriel Montero L. Al final se cantó el Pater Noster, de J. A. Montero, y la Marcha Fúnebre de Rogerio Caraballo. Presidió el Responso el ilustrísimo señor monseñor Arturo Celestino Álvarez obispo de Maracaibo.

A las 4:30 pm, la Junta Organizadora se trasladó al Cementerio General del Sur, se descubrió la lápida que contiene el epitafio escrito por el señor Machado y para finalizar el Doctor J. M. Núñez Ponte pronunció un emotivo discurso.

En estos epitafios, y en los otros que no caben en un artículo necesariamente corto como este, están los valores que aprecian los venezolanos, los que emergen y se ponen en evidencia cuando muere la persona humana que los portaba en grado heroico: virtud, bondad, estudio, servicio, modestia, respeto, sabiduría, honestidad, espiritualidad. Frente al hombre muerto que representa el ideal de lo venezolano, se despliegan las palabras principales que pueden darle sentido trascendente a la identidad nacional.

El día 8 de septiembre de 1974, la tumba del ya declarado venerable quedó totalmente destruida por el voraz incendio provocado por las numerosas velas encendidas y el abundante material combustible dejado allí por lo devotos. Nada quedó de la lápida.