Querido y admirado poeta Alexis Romero:
Confieso que cuando vi en mi bandeja de Messenger de Facebook tu último libro de poesía sugerentemente titulado La inclinación, publicado en la Colección Contestaciones y tan impecablemente editado bajo los cuidadosos auspicios de la Fundación La Poeteca con las elocuentes y bellísimas imágenes de nuestro amigo común Alfredo Herrera, la expresiva gráfica de Manuel Reverón y el enjundioso Epílogo analítico-hermenéutico de Roberto Martínez Bachrich, no podía salir de mi grato asombro. Ese mismo día descargué el archivo en PDF en el disco duro de mi ordenador personal y me entregué a la jubilosa lectura de tu poemario hechizante que atrapa y subyuga la sensibilidad desde la primera página hasta la última.
Debo comenzar estas líneas expresándote de viva voz mi gratitud por tu gentil amabilidad y reiterarte de nuevo mi agradecimiento por poner a mi alcance tu más reciente publicación estético-literaria. Entre el estrecho círculo de mis amigos poetas, narradores, ensayistas nunca pierdo ocasión de hacerles ver la rendida admiración intelectual que siento por tu obra escritural en perpetuo e incesante movimiento gestacional y este nuevo libro tuyo me acrecienta la macerada devoción hacia tu obra bibliográfica y me induce a agregarle un plus a tu encomiable contribución a la creación poética venezolana en sus más altas cotas de expresión lírica de entre siglos.
Lo que primero prenda mi atención a las primeras páginas de tu libro es la tríada de paratextos de tres poetas de universal trascendencia como lo son: Wislawa Szimborska, Adán Sagajewski e Ilse Aichinger. El primero nos advierte lo que sucede inexorablemente allá abajo en las catacumbas de la historia y que pocos seres de la especie humana advierte. Tal parece que únicamente los poetas están capacitados para ver, cuales videntes o mejor dicho clarividentes las turbias y turbulentas corrientes de la intrahistoria. El segundo epígrafe o cita paratextual, cuyo autoría de nuestro admirado poeta polaco Sagajewski reciente ausentado de entre nosotros nos habla del torrente inasible o mejor, inaprehensible de la Historia del género humano y ello me toca de cerca pues como sabes asaz bien soy historiador por formación profesional y sé perfectamente bien los relevantes alcances epistémicos de la afirmatio de Sagajewski y por último pero no menos trascendental idea que incierran las palabras de Ilse Aichinger:
“Los días de la infancia
se inclinan
hacia los últimos días”.
Querido poeta, quiero que sepas que aunque las terribles circunstancias históricas te hayan aventado a la lejura de la extranjía tu poderoso estro lírico ya es ícono verbal sustantivado en la socioantropología de la venezolanidad; creo haber dicho esto mutatis mutandi en mis humildes palabras escritas hace ya muchos años escritas en torno tu emblemático poemario titulado Los tallos de los falsos equilibrios (2001), hermoso poemario con el que fuiste distinguido, enhorabuena, con la XIII Bienal de Poesía José Antonio Ramos Sucre. Por supuesto, poeta, eran otros tiempos más propicios y auspiciosos para el cultivo y valoración de los bienes del espíritu como los llamó nuestro insigne ensayista Mariano Picón Salas.
Perdona que “distraiga” tu atención con estas cortas líneas que sé perfectamente prescindibles. Ahora a lo que se refiere al libro en sí.
En estricto rigor voy a empezar resaltando lo que subrayé con el resaltador amarillo del ordenador y atrapó o imantó mi atención como lector tuyo.
En el poema titulado «Palabras del romano» apuntas:
“Mi certidumbre fue la incertidumbre
(…)
Diré a los míos
Que los versos se pudrieron en mi …”
Como lector me veo especularmente reflejado en tu poesía, pues no sólo las certezas identitarias, individuales y colectivas, fueron trocadas por la agonística ignominia de la azarística incertidumbre sino también un proceso lento pero sistemático fue implacablemente impuesto sobre toda una comunidad de tradición lingüística-verbal-idiomática que por más que se empeña en demoler los cimientos de nuestras certezas sensibles y racionales no han podido ni creo que podrán jamás llevan a cabo con éxito tan mefistofélica empresa de democión de la palabra y sus correlatos de sentido. Como tu mismo escribes en Heredamos un salmo:
“El mundo se oye hambriento de espontaneidad
el pico más alto no es miedo sino ráfaga
del eco de las garras heredamos un salmo
oídos oídos oídos
ningún pájaro vino del odio”. (pág.11)
Permíteme, querido poeta, hablar con tus mismas palabras, pues ellas son cifra y cota de excelencia dicente en lo tocante al pertinaz encono con que los portaestandartes del odio sempiterno que rige los destinos de la especie en esta hora aciaga por la que atraviesa el humano ser. Nos queda “la lección de los ancestros” –como tan certeramente señalas-.
En la “Primera versión de un saxofón” le pides a la muerte que no acelere en ti y contrapones implícitamente el terco y obsesivo vivir contra las deletéreas obras de la muerte y ello arranca aplausos a pie juntillas porque como dijo creo que el poeta Miguel Hernández; “de tanto darle vida a la muerte hemos matado la vida”. No sabes cuánto me contenta que hayas traspasado los barrotes invisibles de la ergástula en que la nueva clase tecno-burocrática cívico-militar ha convertido a Venezuela. Que te hayas puesto a salvo, literalmente, en el transtierro como desterrado voluntario, me llena de una especie de infantil optimismo porque estoy absolutamente convencido que perteneces y formas parte ex aequo a la más distinguida prosapia de los más sabios cultores de la lengua de Cervantes y nuestro eximio poeta Andrés Bello.
La sequedad, la destrucción, la fragilidad, los malos sueños, el vacío y el miedo, son entre otros elementos distintivos que atraviesan no pocos textos poéticos de este portentoso libro que estoy orgullosamente convencido te confiere estatuto de mayoridad en el panorama de la poesía hispanoamericana actual. ¡Albricias poeta!
No puedo dejar se traer a colación este verso del poema titulado: «Una ilustración del siglo XV»:
“Nos llamamos biblioteca tapiada en el aire
Nos vendimos por una ruina”.
Me encanta leerte con morosa parsimonia, pero sobre todo releerte y subrayar con colores llamativos esos hondos e iluminadores versos que claman y reclaman enlentecimiento y abundante oxígeno en el proceso de forja y fragua que conduce a su morfogénesis. Creo que en ti se cumple el antiquísimo dicho que reza: si las musas (o sus corolarios) existen, siempre te encontrarán fraguando pacientemente cada palabra, cada verso, cada fragmento hasta hacerlas “chirriar” y suplicarte que las dejes, al fin, así; eres de los poetas que labran la palabra y decantan las sinécdoques y metonimias hasta pulirlas obsecuentemente y dejarlas como un sol que alumbra pero jamás encandila.
Tu sabia meditación sobre el tiempo se entronca con el linaje de los presocráticos. Vi una imagen que me obsequió el filósofo postsocrático Epicteto en sus Máximas.
«En contra de mí» dices con envidiable maestría expresiva:
“La nada
a veces yerra
de allí
el tiempo
que nos engendra
y nos pudre
serenamente”
Pienso en la naturaleza estética de tu poesía y me congratulo al vislumbrar como reverso complementario la profunda eticidad de tu poemática. Sólo a los maestros del lenguaje les está permitido esa especie de amonedamiento de inveterada pulcritud sintáctico-verbal y tú eres con sobrados méritos uno de ellos.
Finalmente, querido Alexis, permíteme tutearte con la venia del poema, ¡infinitas gracias, hermano! Sigue resistiendo, continúa leyendo y escribiendo, pues sabes mejor que yo que la poesía es la última casamata de resistencia del espíritu que no declina ante los poderes terrenales del hombre y de algunos extraviados y trasnochados “dioses” de barro y charreteras. Te abrazo fuerte con mi devoción en la amistad que nunca se apaga. Nuevos abrazos hermano. ¡Salud!
Rafael Rattia
Los tallos de los false Poesía XIII Bienal J. A. Ramos Sucre