«No todos los hombres están capacitados para asimilar el conocimiento»
Manuel de la Fuente
Por azar Manuel de la Fuente y yo nos topamos en un avión procedente de Maiquetía, con destino a Mérida y previa escala en Barquisimeto. Desde hacía mucho tiempo planeábamos ir juntos a su taller de El Valle, para conversar sobre su vida y obra. El capitán del avión nos anunció que, por estar nublado el aeropuerto de Mérida, aterrizaríamos en San Antonio del estado Táchira: poblado situado a pocos kilómetros de la frontera. Ya era de noche y fuimos trasladados hacia el Hotel Bolívar de Cúcuta [Colombia]. Allá dormiríamos.
Luego de instalarnos en habitaciones contiguas, nos convidamos reunirnos en el área de la piscina para beber cervezas colombianas y platicar. Contento, Manuel me dijo que pronto viajaría a Madrid para exhibir [especialmente invitado por el gobierno español] sus últimas esculturas en bronce.
“La exposición será inaugurada los primeros días del mes de mayo –murmuró–. Estoy ansioso por regresar a Mérida: en pocas horas iniciarán la fundición de mis piezas y debo estar presente”.
—¿De dónde venías –lo interrogué.
—Aruba –explicó–. Allá asistí al develamiento del busto que hice a Betico Croes, para el gobierno de esa isla. Fue un hermoso evento público al cual asistieron numerosas personas […]
De la Fuente nació en Cádiz (1945), situada a una distancia aproximada de 600 kilómetros de Madrid, pero se nacionalizó venezolano. Cuenta que realizó sus trabajos iniciáticos en el «Arte del Modelaje» en su ciudad natal, con las migas del pan que preparaba su madre. Su padre fue un famoso ebanista ahí, donde, ciertamente, se salvó de ser «fusilado» por orden expresa del dictador Francisco Franco.
—Mi padre no fue, en realidad, un activista político –dilucidó–. Es verdad que siempre se preocupó por los gaditanos, pero jamás tuvo participación directa en asuntos de naturaleza política. Por ello fue injusto que los franquistas lo acusaran de ser un opositor e intentaran «pasarlo por las armas». Escapó oportunamente.
Mientras cenábamos, de la Fuente me informó que estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Cádiz. Posteriormente, cursó en la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría: fundada el año 1952, por Martínez Montanés y B. E. Murillo en Sevilla. Hoy Facultad de Artes que, hace lustros, le otorgó la licenciatura.
—Es curioso que seas escultor e igual académico de las «Bellas Artes» –comenté sonriente-. La mayoría de los artistas suele mostrar apatía hacia las academias […]
—No se trata de que, a diferencia de otros, yo sí tenga pasión por las academias –advirtió-. Sucede que los «estudios formales» ayudan a sobrevivir durante los primeros años de trabajo artístico.
No mentía. Cuando decidió fijar residencia en Venezuela, fue contratado por la Universidad de los Andes [Facultad de Arquitectura] para dictar clases de Expresión Gráfica: gracias a lo cual pudo vivir sin tormentos económicos.
—¿Confieren doctorados en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla? –indagué.
—Actualmente lo hacen –confidenció-. Por cierto: me han informado que, durante los días de mi muestra escultórica, me darán el doctorado.
Interrumpimos nuestra conversación. La retomamos tres días después, en Mérida, en su taller de El Valle: un excelente lugar para trabajar, apartado del bullicio.
—¿Acaso fueron las obras de Montanés y Murillo tus primeras influencias? –inquirí.
—Cierto, Alberto –confesó-. Vi muchas esculturas de ellos y, por supuesto, de Miguel Ángel en libros que estudiábamos. Me impresionaron muchísimo. Por otra parte, ningún escultor deja de apreciar a los antiguos: Lisipo, Fidias, et, de los siglos IV y V antes de Cristo. Luego Miguel Ángel, lo «barroco» y la «imaginería» […]
Recordó que, como su padre era muy pobre y no podía enviarlo a Sevilla, concursó por una beca de la Academia de Bellas Artes, junto a otros jóvenes escultores, y la obtuvo. No era exclusivamente para ellos, y la honraba el Estado. Ganó con un retrato [tridimensional] que le hizo a una vecina de 15 o 16 años de edad. En tanto que triunfó frente a 50 rivales, le otorgaron la de mayor monto económico: pero, tampoco era suficiente dinero. De cualquier modo, le sirvió. Prosiguió sus estudios. Se ayudaba con trabajos artesanales.
—¿Qué opinas de los artistas que irrumpen con talento y culminan en militancia política o, simplemente, activismo partidista? –súbitamente, le pregunté-. ¿Puede un escultor lograr trabajos de gran calidad y, al mismo tiempo, dedicarse también al proselitismo?
—Quien aspire a ser un buen escultor tiene que olvidarse de otros asuntos –profirió-. He conocido muy pocos artistas que hayan ejercido funciones de gobierno sin perjudicarse. No es frecuente que suceda. Pero, somos aptos para intervenir en cuestiones políticas. No somos insensibles. Sin embargo, la creación artística es demasiado absorbente. El tiempo siempre es poco para un artista.
Estábamos próximos a una pequeña mesa y teníamos por testigos a varias de sus esculturas, entre ellas una mediante la cual Manuel ilustraba la fecundidad: de una inmensa vagina brotaban numerosos seres informes. Cercana a esa pieza yacía otra que también definía, magníficamente, el estilo manueliano: una lata a medio abrir entreveía una multitud apretujada y sin rumbo preciso. Más allá admiré una que le hizo al notable intelectual venezolano Arturo Uslar Pietri, en yeso. Me narró cómo el novelista posó para él en Caracas. La versión del busto en bronce la exhibe el escritor en su residencia. Me impactaron esas geniales obras de mi amigo.
—¿Debe la escultura expresar mensajes sociales? –curioseé mientras examinaba, una y sucesivas veces, las «multitudes» del artista esparcidas por el taller.
—A los mensajes no escapa ningún artista –sentenció-. Los contenidos sociales están, normalmente, sugeridos en nuestras obras. Porque el creador suele ser rebelde y crítico.
Lucubré e inferí a De la Fuente que si algún hacedor de literatura decidiese representar todo cuanto él [sin «censura previa»] transmuta al bronce, seguro sería espetado por críticos y lectores sensacionalistas.
—«Los artistas plásticos tienen mayor libertad que nosotros, los escritores, para expresar sus ideas –me quejé-. Las palabras parecen golpear más severamente las conciencias de los hombres».
Manuel de la Fuente comulgó con mi tesis según la cual falta educación perceptiva a la gente que enfrenta la producción literaria. Adujo que el lenguaje pictórico ha sido, tradicionalmente, menos explícito: más oculto, metafísico quizá, insinuador.
—Nacemos con el sentido de la vista, lo que no significa que todos aprendamos leer o entender [en última instancia] lo que miramos –con humor, sostuvo De la Fuente su discernimiento respecto a la percepción. No todos los hombres están capacitados para asimilar el conocimiento […]
@jurescritor