No hay duda de que en Venezuela, en este momento, el dilema entre potestas y auctoritas en el sector militar es un debate que se pone de relieve a medida que la crisis política se agudiza, escala y se prolonga. Y todo eso se manifiesta con mayor intensidad en el tiempo y el espacio, y aclara sobremanera que el punto final en el desenlace reside en un quinto piso en el Fuerte Tiuna.
En Venezuela estamos en guerra. Casi desde el momento de juramentarse Hugo Chávez como presidente de la república y ser reconocido oficialmente como comandante en jefe de la FAN. Eso permea en la responsabilidad a todos los uniformados que están en situación de actividad, pero también a la reserva activa.
Voy a justificar esto antes del tiroteo desde la cintura que se va a desarrollar, con el argumento peregrino de, yo colgué mi uniforme y ahora veo los toros desde la barrera.
No tengo la menor duda de que la guerra se ha trivializado en estos últimos tiempos, a nivel de la opinión. La proliferación en la penetración de las tecnologías de información de las comunicaciones (TIC) ha colocado al alcance de todos, la información. El uso abierto de las redes sociales (RRSS) ha convertido en expertos de todo, a todos. El dato disponible las 24 horas del día en la web ha graduado científicos de toda laya, economistas de toda pelambre, filósofos fuera de la esquina tradicional y libres de la barra del botiquín, politólogos de mercado libre y, obvio, en estos tiempos de guerra, a generales y almirantes con grandes teatros de la guerra desplegados en la pared del puesto de comando de una imaginación proverbial y distintiva, con escenarios aeroterrestres y aeronavales insólitos y, análisis, que dejan al milenario Arte de la guerra de Sun Tzu y a la fundamental referencia de todo militar, el De la guerra de Karl von Clausewitz como panfletos de feria y folletos de primaria, a Alejandro Magno como un muchacho de pantalón corto y al general George Patton como un hablador de pistoladas en las fiestas patronales de Casanay. Con una cuenta en Facebook, Twitter o en YouTube todos somos periodistas de ocasión y comunicadores con cada disparo que se allana en los espacios del sentir social.
Eso no es bueno ni malo. Solo pone a prueba que quienes son verdaderos profesionales de esas especialidades tienen la obligación, también, de tomar el toro de la opinión pública por los cachos y apreciar como tales sin ningún tipo de reservas, los temas de su especialidad que ocupan la primera plana en la sociedad con amateurs, y los ponen a difundirse en todo tipo de ambientes. La competencia de las ideas por los espacios la debe ganar la seriedad y la profundidad de las mismas, con la solvencia de la experiencia, la sistematización de la capacitación y la formación de los especialistas.
Estamos aún en pleno epicentro de una pandemia en la cual se debate el origen o su naturaleza, los alcances en materia de salubridad, su etiología, el uso político y militar del morbo, el impacto sobre las economías globales y las consecuencias a futuro sobre el comportamiento social de los terrícolas. El coronavirus o covid 19 ha impactado globalmente a todos. Y todos nos hemos convertido desde su aparición en la lejana Wuhan en China, y a través de un teléfono inteligente, en médicos, en infectólogos, en neumonólogos, en coachs motivacionales para atender las emergencias del confinamiento, en psicólogos, en psiquiatras y, por supuesto, en expertos en geopolítica de China y el manejo del poder global desde Pekín; incluida por supuesto, la guerra química, radiológica y biológica que se alienta desde algún oscuro y secreto búnker del Partido Comunista chino contra el mundo libre. Y siempre llegamos al tema que anima este texto, a la guerra.
Como decíamos inicialmente, eso no es bueno ni malo. Y, si afinamos a profundidad en ese río de opiniones, corren más virtudes que defectos en esa chorrera que se desprende del uso libre de la información y la difusión de búsquedas, investigaciones y conclusiones. Y allí es donde deben asumir el protagonismo de la verdad, los profesionales. Estos, tienen como misión separar el grano de la paja. Y en ese momento, los novatos se van para el dogout.
La carrera militar es para toda la vida. No culmina con el retiro, cuando se guinda en el armario el uniforme. Facundo Cabral en una de sus parodias decía que su abuela, casada con un coronel, siempre refería que un coronel desnudo era nadie. Con el uniforme se le iba chorreando también y se colgaba en un gancho toda la autoridad. El nieto arrancaba a su público ruidosas carcajadas cada vez que repetía esa especie. Como chiste es respetable. Como verdad, discutible.
La autoridad de un profesional no depende del atuendo que vista y si del conocimiento de su especialidad que difunda, argumente y ejerza, con la seriedad y la responsabilidad de los créditos académicos y la experiencia en su actividad. De allí emana la autoridad. El hábito no hace al monje. Eso es válido para el médico y su bata, el profesor y su pizarra, el abogado y su constitución, el ingeniero y su regla de cálculo, el cura y su sotana, el militar y su media bota de campaña, y el largo etcétera profesional que deriva. La profesión se ejerce y se demuestra. Y el retiro, muy bien es útil para escribir, reflexionar, ampliar el conocimiento sobre la especialidad de origen y opinar cuando corresponda. No es para permanecer lo que resta de existencia, pasando la punta de la lengua por las aristas del diente roto. Vestido o desnudo, la autoridad de un verdadero profesional permanece. Y desde allí, la auctoritas que hace y establece una clara referencia a un poder no vinculante, pero socialmente reconocido.
En Venezuela, desde 1992, se vive una política cuartelera y de vivac, que se inició con la antesala al golpe y se abrochó con las elecciones que ganó el teniente coronel Hugo Chávez Frías el 6 de diciembre de 1998. La opinión pública ha sido cubierta por un vocabulario surgido de un manual de táctica general en la efervescencia de los discursos revolucionarios. Y después del 2 de febrero de 1999, El propio comandante Chávez le declaró la guerra a Venezuela. 22 años después, los cuatro puntos cardinales del país han vivido en una permanente movilización y en un conflicto. Todo se remite a batallas, a estados mayores, a puesto de comando, a batallones, a unidades, a milicianos, a invasiones, a soldados, a fusiones cívico-militar, y en estos últimos tiempos hasta prisioneros de guerra. Y a toda esa torta bélica le ponemos la guinda que decora toda guerra, los desplazados. Más de 6 millones de venezolanos que hacen la diáspora criolla alrededor del mundo, confirman globalmente que estamos en guerra. Y, si estamos en guerra, quienes deberían de levantar prioritariamente la bandera de la opinión pública en todo tipo de plataformas dentro y fuera de Venezuela son los militares. Sobre todo aquellos que ocuparon altos cargos y elevadas magistraturas durante la estigmatizada cuarta república. Ministros de la Defensa, comandantes de fuerza, contralores, presidentes de corte marcial, agregados de defensa, jefes de estado mayor conjunto, inspectores, secretarios de seguridad y defensa se desnudaron de las potestas otorgadas en los cargos ocupados y se quedaron solo con la auctoritas acumulada, allí, en la soledad y la reserva del área de retaguardia en una garita de silencio. Muchos viven en una permanente ronda, en la reflexión filosófica del personaje de Pedro Emilio Coll mientras la patria del juramento se termina de extinguir. Cazando güires le dicen a eso, en el llano.
Proporcionalmente son pocos los que esgrimen la espada de la fuerza moral de su ejercicio profesional para opinar, para rebatir en las redes, para conceder entrevistas, para escribir artículos argumentados, para aclarar la historia reciente. Repito, proporcionalmente son pocos. Las redes son parte un nuevo escenario bélico. Twitter, Facebook, YouTube son relativamente una estructura ad hoc en una orden de operaciones en la organización para el combate como nuevos medios de guerra y unidades de combate. Las maniobras previas se concentran y despliegan en estos nuevos escenarios con las armas de la palabra, la opinión y el discurso. El párrafo y la entrevista tienen efectos tanto o más demoledores en esta guerra, que la dotación convencional. Y las bajas de combate y no combate son ilustradas en la voluntad del enemigo. Estamos en guerra. Y, se supone, que quienes saben de la guerra, son los militares. No importa si están activos o retirados.
La guerra, un milenario acto de violencia destinada a forzar al adversario a someterse a nuestra voluntad, siempre será mejor ganarla sin luchar. Una guerra con resultados así, hace del comandante un virtuoso del campo de batalla, y a aquella una ciencia y un arte supremo. A la hora y fecha, la revolución está ganando esta guerra sin luchar, proporcionalmente. Este es un buen momento para que los profesionales de la guerra, activos y retirados, justifiquen las potestas actuales o las que tuvieron en algún momento, sin dejar margen para alguna duda.
Las potestas expiran, la auctoritas no.
El clarín de la patria, en las crestas de las crisis, siempre está haciendo el toque de llamada de oficiales, y cuando se es militar, el oído debe distinguir ese cornetazo. Salvo que Facundo Cabral tenga razón en su chiste.