Hoy Venezuela se debate entre quienes apostamos a la rectificación, a la negociación por el bienestar del país y quienes simplemente desestiman cualquier mínimo avance, esos que todo lo critican, pues para ellos es un “todo o nada” y la única solución posible es la que pasa por sus manos.
Recientemente hemos visto el acuerdo para la entrada al país del Programa Mundial de Alimentos; el trabajo mancomunado oposición-oficialismo para acceder al sistema Covax; la medida de arresto domiciliario para los seis directivos de Citgo; el reconocimiento de los hechos que lesionan los derechos humanos en el caso de Fernando Albán y el joven Juan Pablo Pernalete; el nombramiento de un nuevo Consejo Nacional Electoral producto de un consenso entre el PSUV e integrantes de las fuerzas democráticas del país con excepción del G4 que, erróneamente, se adelantó a condenar la conformación del ente comicial. Sin duda alguna, estas acciones nos llevan a pensar en que “algo” está cambiando de sentido, y aunque el camino todavía es largo, quienes queremos la paz albergamos un poco de esperanza.
Ahora bien, ¿cómo deben calificarse estas acciones? Para un sector se trata de la construcción de una serie de “gestos” por parte la administración de Nicolás Maduro con la intención de enviar señales positivas a la Casa Blanca en la búsqueda de flexibilizar sanciones y un canal directo de comunicación. Para otros, se trata de un “lavado de cara” con la comunidad internacional, un cambio de piel de “lobo a cordero”, es decir, una treta; para mí, es parte de esa transición sobre la cual llevo más de un año escribiendo.
En noviembre de 2019 escribí “el chavismo está en transición” y esta es su especie de “perestroika”. Nadie debe sorprenderse por esto. El chavismo tiene precisión para leer los tiempos, es ágil para dar virajes, son expertos en resistir buscando el desgaste del oponente y se mueve con base en estrategias claras, habilidades de las cuales adolece la oposición tras veinte años intentando desalojarlos del poder.
Con lo anterior confirmo que, podemos estar hablando de una “lista” de gestos, pero en realidad esto es parte del “gran viraje”. Ciertamente Miraflores quiere hablar con la Casa Blanca y hará su mejor esfuerzo, pero su agenda va corriendo indistintamente de lo que piensen en la oficina oval.
En conversación con un ex alto funcionario de la administración estadounidense y experto en el hemisferio occidental, lo referente a los “Citgo 6” es un no evento para la administración Biden, debido a que, para ellos, el encarcelamiento y juicio de estos ciudadanos siempre fue considerado como una acción política del régimen de Maduro para tener “fichas de canje”. En su visión, esta acción pone el juego de “negativo” a “uno a cero”, entendiendo que cero corresponde a Maduro y su equipo. Sin embargo, desde el pragmatismo político sigue siendo un avance.
En general, Washington ha recibido con satisfacción estas acciones, pero todavía no están en el punto de pasar a otra fase. Bajo esta premisa, muchos están expectantes sobre cuál puede ser el gesto que detone esa apertura entre Washington y Caracas. Juan González, director principal para el Hemisferio Occidental del Consejo Nacional de Seguridad, ha reiterado que Estados Unidos apoya una salida negociada a la crisis venezolana y que ese proceso debe ser totalmente venezolano –“nosotros no le vamos a imponer condiciones a ese proceso”–, aquí está la clave y esto tiene una explicación.
Pensemos en el escenario donde Joe Biden quisiera hablar con Nicolás Maduro en este instante. Los demócratas tienen por delante una batalla electoral que librar en 2022, en la que Florida sigue figurando como la piedra en el zapato, siendo así, cualquier acción que se pueda entender como “aflojar” con Nicolás Maduro les puede causar un daño irreversible, por tanto, ningún asesor y mucho menos el partido apoyaría tal acción. Bajo este contexto, el único gesto que representa el menor costo político para que la administración Biden pudiera pensar en una flexibilización, es el diálogo directo oposición-oficialismo para llegar a un acuerdo negociado.
Hablando sobre este proceso de negociación, tenemos que, lejos de la diplomacia de micrófonos, en la Casa Blanca entienden muy bien que el G4 y Juan Guaidó no son los representantes absolutos de la oposición venezolana y evidentemente tendría que haber sillas en la mesa para otros actores.
Ese “diálogo” venezolano le pone la vara alta a la oposición venezolana. En términos reales, esto es muy bueno para el oficialismo, que podría ponerse a disposición mañana para abrir este espacio; pero con la oposición dividida y fragmentada, tocaría hacer un gran esfuerzo para acudir lo más unida y ser lo más representativa posible en este espacio.
Por ahora, mi sugerencia es seguir profundizando los temas humanitarios que están como prioridad en la agenda Biden, normalizar y estrechar la relación con las ONG que sí cumplen con su trabajo humanitario, revisar las listas de presos considerados de tipo político y comenzar a pensar en un espacio de negociación, el cual debe estar muy lejos de Dominicana y Barbados, y más cerca de la que fue la Mesa de Negociación y Acuerdos de 2002-2003.
Mientras tanto, la administración Biden sigue revisando las sanciones impuestas por Donald Trump, en especial aquellas que lesionan los derechos humanos y trastocan los temas humanitarios, pero no hay prisa en el 1600 Pennsylvania Avenue NW, Washington DC.