A esta altura de nuestra tragedia –siglo XXI– las uñas del tiempo que raspan y raspan la corteza del secreto donde navegan los partidos y dirigentes políticos venezolanos, dejan al descubierto inmensas goteras de espantos, que a su vez tienen el encanto de mostrar con las primeras lucecillas del día las llamas aisladas que, al escudriñar más, se convierten en hogueras gigantescas que borran con humos en el aire la picardía de estos bucaneros de nuestra política. Descubiertos como están es necesario diferenciar las mezquindades de estos a la grandeza de los otros, dos posiciones que se atan en el nudo gordiano de la vida que oscila entre la gloria y los abismos de las miserias humanas. Para ello, es necesario hacer un poco de historia del siglo pasado.
La política internacional errática liderada por Neville Chamberlain, entonces primer ministro de Gran Bretaña (mayo 1937 – mayo 1940), en sus relaciones con la Alemania gobernada por el cabo Adolfo Hitler, llevaron a Gran Bretaña para finales de 1940 a las puertas de su ocaso. Como consecuencia de esa política de contemporización y apaciguamiento con el régimen nazi, para agosto de ese año los holandeses habían sido arrollados por el ejército alemán, Bélgica invadida y su fuerza armada derrotada, la propia fuerza expedicionaria inglesa en retirada y acorralada, y Francia vencida, entregada con la instauración de un gobierno títere formado por Henri Philippe Pétain y Pierre Laval en la ciudad de Vichy. Toda la costa occidental de Europa –desde el cabo norte hasta la frontera española– estaba en manos de los nazis y todos sus aeropuertos y puertos dispuestos a ser utilizados por el ejército alemán para la invasión a la isla inglesa.
Así era de desolador (II Guerra Mundial), para su recién nombrado primer ministro Winston Churchill (mayo 1940), como aterrador para su población, tan así que muchos se planteaban lograr un «acuerdo con los nazis» como permanentemente presionaba Edward Frederick Lindley Wood, conocido como el Vizconde Halifax, se lo «susurraban» a Churchill. A pesar de ese oscuro panorama con su lema de “sangre, esfuerzo, lagrimas y sudor, no nos rendiremos”, Churchill logró la victoria en 1945 por su «superioridad moral», nunca se doblegó, se creció en el infortunio.
De haber aceptado los «susurros» para sentarse en una mesa de negociación el resultado hubiese sido otra paz de Amiens, aquella tregua que Francia y Gran Bretaña sostuvieron entre 1802 y 1803, que el gran corso Napoleón Bonaparte, aprovechó para fortalecerse y reanudar las hostilidades. Hacer lo mismo en 1940 hubiera representado dejar a Hitler como dueño absoluto de la Europa y permitirle la conquista de Rusia. Churchill entendía que después irían por el premio mayor: Gran Bretaña, y seguidamente el mundo, comprendía la política de Hitler del lebensraum o espacio vital y entendía que el continente europeo le quedaba pequeño para sus ansias de poder.
Cito este pasado histórico para emular las consecuencias de las continuas silentes negociaciones y pretendidos diálogos entre el régimen y un sector de la oposición para avalar un proceso electoral que en principio se realizarán el próximo 6 de diciembre y quizás para su conveniencia estratégica se pospongan para bañarse con una legitimidad pretendida, satisfaciendo estratégicamente a un aliado ideológico, el gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias de la España socialista, con el objetivo central de resquebrajar la alianza internacional contra el régimen chavo-madurista. Alianza, que tanto esfuerzo le costó a la diplomacia norteamericana y muy en particular al presidente Trump, donde arriesga su prestigio y peso presidencial. Como son las cosas de la historia, si la comparamos con aquella decisión de Churchill de no negociar ni dialogar a pesar del panorama adverso como de los «susurros» de diplomáticos y políticos, palpamos la diferencia entre la grandeza y la estupidez humana. En Venezuela observamos a un sector de la oposición oficialista liderada por los partidos electoralistas que se transforman en los Pétain y Laval de la Francia conquistada como en aquellos «susurradores» ingleses al oído de Churchill patrocinando «el acuerdo». Estos opositores, quieren convencer al electorado de la conveniencia del proceso electoral para no perder los espacios que el régimen usurpador, les garantiza. Nuevamente cotejando los tiempos históricos, los primeros entregaron a Francia, los otros querían entregar a Gran Bretaña, y en nuestra tragedia, los partidos electoralistas y sus dirigentes, les están entregando por su tozudez e interés económico y su falta de visión histórica el país al régimen, por ignorancia, ingenuidad o por compromisos inexplicables, el resto de la oposición, en su gran mayoría no lo hacen porque tienen la mirada atenta de Trump, pero no dejan de acariciarla.
Que esos partidos y dirigentes lo hagan pudieran haber muchas interpretaciones, desde sus alegatos que no se pueden perder oportunidades hasta los más pecaminosos, pero que parte aunque sea pequeña del colectivo continúen avalándolos tiene que haber una explicación distinta a la de los «susurros». Esta conducta la encontramos en el acondicionamiento –inducción– y se explica en el experimento de Solomon Asch, muy famoso en Estados Unidos en 1958 (Estudio de la Conformidad), en el cual a varias personas se le mostraban tres líneas sobre una pantalla y se les conminaba a que dijeran cuál de ellas era la más larga, desconociendo uno de los voluntarios que los otros formaban parte del equipo del experimento. De las tres líneas resultaba evidente cuál era la línea más larga y por lo tanto la respuesta era obvia. Después de varias rondas donde se elegía la línea correcta, en un momento determinado, la mayoría concertada comenzaba a decir que la línea más larga era una de las cortas. El voluntario no comprometido, para asombro de los científicos, finalizaba en corto tiempo por aceptar y sumarse a la opinión de los otros voluntarios. Se demostró qué tan fácil es inducir a una persona o a un colectivo a negarse a aceptar las evidencias que tiene(n) aún ante sus ojos.
Allí está la causa, de «la razón de la sinrazón», como lo expliqué en un artículo así intitulado años atrás. Ahora bien ¿todo está perdido? ¿Tenemos inexorablemente que entregarnos para que el binomio régimen y oposición oficialista, jueguen con nuestro futuro? ¿Que nos embarquen en procesos electorales fraudulentos, y como ya lo han anunciado, utilizando reglas y procedimientos electorales perfeccionados para la gran estafa, beatificadas sorprendentemente por instituciones e intelectuales convencidos por el ofrecimiento por parte del régimen de migajas burocráticas y algo más? ¿Nuevos, Philippe Pétain y más Pierre Laval? Sobre estos últimos, escribía Fernando Olaizola (Notario de Valencia, España), “¿Dónde trazar la línea que separa al patriota del traidor? ¿Es la traición, como decía Talleyrand tan solo una cuestión de fecha? ¿Es una justificación última el doblegarse ante lo que se presenta como inexorable?”. Por traición fueron juzgados al terminar la II Guerra Mundial, Pétain guardo impertérrito silencio durante todo el juicio, Laval se defendió con ardor, pero durante el juicio se le recordaron las palabras que durante la ocupación le había dirigido a Pétain en 1942: “Ahora que estamos en la mierda, Mariscal, permítame ser su pocero”. Ambos fueron condenados a muerte, a Pétain se le conmutó y Laval fue fusilado.
En la parodia venezolana, cada uno de nosotros tenemos la obligación de mirar hacia el grupo de hombres y mujeres que imperturbablemente le han dicho la verdad una y otra vez: este es un régimen forajido que se legítima con la fiesta electoral donde se prestan dirigentes y partidos de la oposición para servirle de mampostería, es tiempo de aceptar el fin de la mentira. No podemos continuar cohonestando a esa dirigencia sin grandeza histórica, que demostraron una acefalia general e indigencia estratégica. Como corolario es oportuno citar al escritor cubano Carlos Ripoll, el hombre que desenmascaró las mentiras del castrismo: “Lo más lamentable y doloroso del castrismo en el sojuzgamiento del espíritu, por lo que allá, en buena parte, el cubano dejó de pensar: por instinto de conservación quiere huir de la geografía, o halla refugio en la indiferencia”.
Ya es tiempo de que sepamos quiénes son los Pétain, los Laval, «los susurradores» y quiénes pueden ser los Churchill. El pueblo inglés lo supo, también lo hizo un militar francés que estaba huyendo de los nazis y de sus «colaboracionistas franceses», nada más y nada menos que Charles de Gaulle. El régimen cada día está más cercado y no tienen punto de regreso, lo cual lo hace más peligroso, la reciente decisión de la Naciones Unidas es demoledora al calificar a Maduro y a las más altas autoridades incursos en crímenes de lesa de humanidad, seguirán sus colaboradores pretendidos oposicionistas, emulando a Pierre Laval, expresándole: “Ahora que estamos en la mierda, permítame ser su pocero”.
Tenemos que escoger entre la gloria y el abismo.
¿Por donde andará Lucio Quincio Cincinato?