“Tripaflojismo del siglo XXI”, así llamó el profesor Manuel Caballero al “socialismo del siglo XXI” que pregonaba el difunto Hugo Chávez cuando este se atrevió a describir, groseramente y en cadena nacional, uno de sus apuros intestinales, si no, mentales.
El país sufrió no sólo el desconcierto de un milico golpista que encarnó la suma de todos los defectos morales del venezolano, sino también sus patanerías y delirios que vertía a troche y moche, sintiéndose dueño de nuestro tiempo y espacio, al punto de cambiar el huso horario y ceder parte de nuestro territorio, por acción u omisión. Dejación lo llaman en derecho internacional: cesión, desistimiento o abandono. Me refiero, obviamente, a lo que ha ocurrido con el territorio del Esequibo.
Hace poco le “celebraron” al susodicho su cumpleaños. De igual modo celebran cada año de haber salido de la cárcel de Yare, donde recibió toda clase de privilegios, a pesar de haber cometido delito, y nunca le fueron cercenados sus derechos, aunque como se sabe, el golpista Chávez había insurgido contra el gobierno legítimo de Carlos Andrés Pérez. Y fue tratado así, como fue, porque así es la democracia.
Chávez y su combo de 200 oficiales incurrieron en el delito de rebelión militar en el año 1992, mandaba CAP, y Rafael Caldera asumió su segundo mandato el 2 de febrero de 1994. Ni Chávez ni su séquito fueron juzgados ni sentenciados, de modo que no puede hablarse de indulto como se sostiene erradamente (por ignorancia, quizá), sino de sobreseimiento.
Cada diciembre les recuerdo a los dirigentes oficialistas, y a los demócratas de la oposición, que los presos políticos y sus familiares pasarían una muy triste Navidad más en las mazmorras del Sebin, de Ramo Verde, La Tumba o del Helicoide (solo por citar algunas de las mazmorras existentes) que copartidarios del presidente Hugo Chávez al parecer han olvidado que su máximo jefe, en el año 1994, recibió la gracia presidencial del sobreseimiento de su causa de parte de Rafael Caldera, en secreto acuerdo con el jefe adeco Luis Alfaro Ucero y el apoyo de los miembros del Alto Mando Militar.
Todos ellos estuvieron de acuerdo con la libertad a los militares alzados en 1992 dizque “para sanar las heridas en las fuerzas armadas causadas por los levantamientos del 4F y el 27N” con sus secuelas de heridos y muertos que enlutaron a humildes hogares venezolanos.
Prohibido olvidar
Durante la campaña presidencial de entonces, todos los candidatos, entre los cuales se encuentran: Claudio Fermín (AD), Oswaldo Álvarez Paz (Copei) y Andrés Velázquez (La Causa R) –excepto Rafael Caldera– prometieron a la población liberar a Hugo Chávez, y a todos los golpistas, una vez que ganara –cualquiera de ellos– las elecciones y asumiera la Presidencia.
Cada vez que le consultaban a Caldera sobre el asunto, este decía, mutatis mutandis, “se estudiará cada caso en particular”.
Vale recordar al exdiputado Juan José Caldera, quien se refería a la decisión de su padre del sobreseimiento al teniente coronel Hugo Chávez Frías, que como presidente electo a Rafael Caldera se le acercaba la gente para susurrarle que “lo soltara” y recordó que el mismo día de su toma de posesión, Patricia Poleo hizo pública una “extremadamente afectuosa” carta suya a Chávez en El Nuevo País, donde entre otras cosas le dice: «Caldera seguramente te abrirá las rejas de la cárcel donde estás. Ojalá lo haga, yo, insignificante venezolana, se lo agradeceré siempre». Cinco días más tarde el presidente Luís Herrera se pronunció a favor de la liberación de los golpistas que aún permanecían detenidos.
El 8 de febrero, seis días después de la toma posesión de Caldera, La Causa R introdujo ante el Congreso Nacional un nuevo proyecto de ley de amnistía y en la campaña de 1993 lanzó la candidatura de Francisco Arias Cárdenas al Congreso, pero no la pudo inscribir porque aún estaba en las filas del ejército.
A Chávez lo apoyó un gentío, las pruebas abundan. Algunos se han ido de este pícaro mundo y otros muchos, siguen chupando del erario, sin interesarles en modo alguno que el país siga cayéndose a pedazos.
No se puede estar tan cerca del dolor y seguir viviendo con normalidad. El sufrimiento es una miseria y exaltarlo una perversión más. Sufrir es malo en sí mismo y punto.
Así que no es hora para endilgarle a una sola persona o a unas pocas, el desatino de esta pesadilla, hoy continuada por un ser que no ha demostrado que él es quien dice ser.
Sin más vueltas, sabemos quiénes nos desgobiernan y esta vaina tiene que cambiar con el concurso de todos. La tranquilidad de la indiferencia es mala consejera, una odiosa compañera.
Aquel que diga o se reconozca como demócrata tiene que demostrarlo con hechos. Y si es posible, con propósitos de enmienda y rectificación, con la valentía de reconocer los errores cometidos para corregirlos y las omisiones para subsanarlas.
La democracia comporta rectitud de conciencia como base del sistema, honestidad como norma permanente, pulcritud en las ideas y en las formas de comportamiento. Conscientes de ella, debemos saber ejercerla, defenderla y conocer sus ventajas sobre otros sistemas de gobierno.
Mucho cuidado con ver traidores donde no los hay. Además, hay que continuar civilizando la política como el deporte, el amor, la cortesía y las buenas costumbres. Hay que enfriar a los fanáticos que aprendieron una sola consigna, se cristalizan en un solo eslogan y no se afanan en comprender ni discutir lo distinto para que no se les quebrante su único y desesperado esquema.
El hombre moderado es el verdadero dueño de sí mismo y el más apto para evitar que las pasiones se impongan sobre la razón. No se requiere de mucho talento o filosofía para comprender cuando un hombre es falso o hipócrita. Y Venezuela, desgraciadamente, ha sabido desenmascarar a muchos de sus líderes, que infieles a sus promesas, sólo han vivido su egoísmo.
Y no olvidar que el golpista muerto fue enemigo de la democracia, pésimo administrador, un militarista desquiciado que acabó fragmentando con su odio a toda una sociedad. Por desdicha, la macabra sucesión sigue sus pisadas.
Entre demócratas te veas, Venezuela. Yo entretanto, como en la fábula del colibrí que tanto se cuenta, por el país entero acudo esperanzado con el poquito de agua que quepa en nuestro piquito, a apagar el incendio en que hoy arde Venezuela. Es verdad, quizá no pueda yo solo apagarlo, pero mi única opción es cumplir con mi deber. ¿Y tú?
Yo quiero mudarme a un mejor país, pero en el mismo sitio.