OPINIÓN

Entre China y Occidente, ¿qué hará Latinoamérica?

por Daniel Arias Alfonzo Daniel Arias Alfonzo

Archivo / Getty Images

Esta semana que transcurre están ocurriendo situaciones realmente curiosas como la reunión del presidente de Colombia, Gustavo Petro, con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en víspera de la importante reunión internacional que se celebrará en Bogotá el próximo 25 de abril; mientras que el mandatario de Brasil, Lula da Silva, hace llamados contundentes a apoyar a la República Popular China en sus planes de crear un nuevo mundo multipolar, en el que se supere la hegemonía política, militar y tecnológica de las potencias occidentales, vigentes desde el siglo XVII, de manera evidente.

Es obvio el interés de China por evitar una derrota militar de la Federación Rusa en la Guerra de Ucrania, que derivaría en un descalabro militar y político, que afectaría a todos los enemigos políticos e ideológicos del mundo capitalista y democrático, puesto que además del cambio de gobierno que produciría una derrota de Putin, existe la posibilidad de un nuevo desmembramiento político, como el ocurrido en 1991, que acabó con la Unión Soviética y que en este caso dejaría despejado el camino para un enfrentamiento mayor entre China y los países miembros de la OTAN.

Este conflicto, que se observa claramente de parte de China con Australia en el Pacífico, con Japón y Taiwán en Asia Oriental, con Filipinas y Singapur en el sureste de Asia y con la India en el sur de Asia, teniendo a Estados Unidos, como país pivote, apoyando a cualquier país que entre en estado bélico con China, es una situación muy complicada, que parece que sólo cambia para el gobierno chino en los lejanos territorios de África y Latinoamérica, donde el odio, resentimientos y complejos, pueden explicar que unos gobiernos que se denominan democráticos, progresistas y defensores de los derechos humanos pueden tener simpatía por un gobierno de partido único, como es el caso del sistema político de China.

Esta conducta contradictoria, es igualmente parecida a la política seguida por casi todos los actores políticos latinoamericanos de rechazar el imperialismo, manteniendo una neutralidad total frente a la invasión rusa de Ucrania (alcahueteando el imperialismo ruso), para no dar ningún tipo de respaldo a Estados Unidos o a Europa Occidental, lo que es imitado por muchos países africanos, que se apoyan igualmente en la simpatía política heredada de la Unión Soviética, debido a su apoyo a los movimientos de liberación nacional que se presentaron en el siglo XX, en los imperios coloniales europeos.

En esta situación, donde es un hecho palpable la imposibilidad de mantenerse neutral en esta especie de guerra mundial de tipo económica y tecnológica, la visita del canciller ruso Lavrov es una demostración de fuerza,  demostrando que tienen el apoyo regional, a la vez que ocurren situaciones deplorables como lo acontecido en el Congreso de Chile, donde diputados de izquierda se retiraron para no escuchar el discurso virtual del presidente de Ucrania, como si Putin tuviese facultad de invadir países y crear zonas de seguridad, para dominar a sus vecinos.

Los países que lamentablemente están en manos de gobiernos irresponsables que no entienden quién ganó la Guerra Fría están colocando a sus poblaciones en situaciones de extremo peligro, de producirse un escalamiento de su conflicto militar, económico y tecnológico, como se observa en la «Guerra de los Chips», donde Suecia y Estados Unidos están colocando las bases de los nuevos emplazamientos industriales de semiconductores.

Países como México, Colombia, Argentina, los miembros de la Caricom, tienen una gran dependencia económica de los países occidentales y no tienen el peso de Brasil para arriesgarse a apoyar a China contra sus rivales.

Ignorar el peligro de apoyar a un bando, sin esperar las represalias del otro bando, es seguir el trágico camino de la República Bolivariana de Venezuela, que dejó de percibir un porcentaje de sus ingresos petroleros en su casi totalidad (hasta 99%, de las exportaciones petroleras, en un momento dado), lo cual unido a una corrupción administrativa masiva, terminó reduciendo su Producto Interno Bruto en casi 80%, desde hace una década.

Este evento sociológico y político que ha derivado en unos 7 millones de emigrados hacia muchos países se puede quedar corto, si se produce un colapso de las economías de los países, cuyos gobiernos y no pocos de sus grupos partidistas e intelectuales, apoyan a China sin simulación de ningún tipo.

Países como México y Brasil, con decenas de millones de ciudadanos en condiciones de pobreza, no están para aguantar sanciones financieras y comerciales como las que soportan Cuba y Venezuela, donde se han perdido grandes cantidades de población, que irónicamente hoy día ha terminado viviendo, buena parte de ella, dentro de Estados Unidos, a pesar de las diferencias ideológicas y culturales.

El presidente Petro tiene un enorme compromiso político con Biden, que implica encauzar al gobierno de Maduro buscando una solución dialogada que saque a Venezuela de la diatriba electoral estadounidense, en el estado de Florida, apartándose del bloque chino-ruso. El fracaso de dicha conferencia, objetivo principal de la visita del canciller Lavrov, va a enervar a los miembros del Partido Republicano, donde muchos de sus integrantes desean una solución militar a los casos de Venezuela y quizás Cuba, como se ha descubierto por la lectura de las crónicas de exfuncionarios de la administración Trump.

Los partidos políticos de nuestros países, muchos de los cuales no se han liberado de los conceptos estalinistas, propios de la izquierda aliada al desaparecido mundo soviético, están en la imperiosa necesidad de renovar sus discursos, comprendiendo que la caída del Muro de Berlín fue la consecuencia directa del fracaso de un sistema de Estado, de Gobierno y Económico, que no es sostenible para alcanzar el pleno desarrollo de los países avanzados, ya que tarde o temprano deben enfrentarse a la eficiencia en la asignación de recursos que solamente puede garantizar una economía de mercado, propia del mundo capitalista.

Tratar de obtener ventajas inmediatas de sacar enormes créditos a China, como han hecho gobiernos de Argentina y Venezuela (Fondo Chino) es una peligrosa tentación que puede terminar lastrando a nuestros países, que hace cuarenta años, en la década de los ochenta del pasado siglo, encaró una espantosa crisis de deuda externa (deuda eterna) que, al igual que hoy en día, ha sido empleada en inversiones improductivas, corrupción gubernamental y muy lamentablemente el desvío de fondos hacia bancos ubicados en paraísos fiscales.

En las próximas semanas van a ocurrir hechos trascendentales, que dependen en gran medida de la situación de la guerra de Ucrania o de un escalamiento en el estrecho de Taiwán, pues ambos factores van a alterar la conducta oficial de los gobiernos empeñados en agradar a Rusia y China y a su vez, mantener el enfrentamiento público con el gobierno estadounidense.

Como Venezuela, están arriesgando demasiado a todos los niveles, pronto se verán los resultados de su cálculo político.