En la década de los noventa, Caracas era una ciudad con un vibrante resonar, la pujante juventud inundaba los espacios, coexistiendo con una sólida generación adulta, protagonista de los años de mayor convulsión en la historia contemporánea; juntas eran la representación de dos épocas que se abrían paso ante la incipiente pero amenazante transformación que viviríamos. El país empezaba un descalabro desde sus cimientos y cuando el espejismo de lo que no fuimos se difuminó, quedaron nuestras manos agitadas en el aire sin nada de aquella Venezuela que resplandecía como un oasis en el desierto, dejando un malogrado inventario con el que jamás conciliaríamos cuentas.
El arte de ese momento era muy contestatario, siempre generó una reflexión, propiciando la crítica a los estamentos; desde los teatros se convocaba con alerta a una Venezuela fragmentada, analizada e integrada a las expresiones creativas que nutrían los postulados de los artistas teatrales. Para esa época el teatro estaba dominado por las agrupaciones, compañías establecidas que de forma colectiva y con claros discursos estéticos que las hacían diferentes entre sí. A mediados de los noventa en esa Caracas estruendosa surge un grupo que irrumpe con clara intención de convertirse en una de las voces de esa generación que reclamaba su lugar y que debía continuar la sostenible evolución de esa manifestación artística; José Tomás Angola, Soraya Camero, Gabriel Veiga, Valentina Sánchez, Lilo Schmid y José Manuel Vieira fundan La Máquina Teatro. Este grupo que actualmente celebra 25 años de trabajo, transitando un camino lleno de aciertos y desencuentros, con un vertiginoso recorrido creativo marcado por una honesta postura que, con el pasar del tiempo madura y fortalece. Los jóvenes de ayer, con su efervescente respuesta, son hoy los adultos que siguen buscando descifrar los acertijos culturales con los que enredados nos encontramos en el tiempo.
En 1996, en la sala Rajatabla, La Máquina Teatro presenta El molino, cuya autoría y dirección estaba firmada por José Tomás Angola, lo que marca un punto de inflexión en nuestro teatro, unos jóvenes que no apostaban por una manida irreverencia sino por una profunda deliberación antibelicista de la mano de su personaje principal, José de Jesús Sánchez Carrero, oficial venezolano que luchó en las filas de la Legión extranjera francesa durante la Primera Guerra Mundial y fallecido en el molino de Lafaux durante la cruenta operación Chemin des dames en el frente occidental, en 1918. Aquel vendaval dramático se acrecentaría con tal crudeza, que el público podía trasladar sus emociones y examinar sus convicciones éticas e ideológicas desde esos campos de combate, donde la asfixiante desesperación, la agonía y el llanto de jóvenes soldados destripados por la furia parecía el fin de la humanidad.
La Máquina Teatro durante un cuarto de siglo ha tenido una prolífica actividad como lo demuestran los 27 espectáculos estrenados por esta compañía, Diálogos de auto, cama y toilet; El quijote cuerdo; El pasajero de la fragata (título que los llevó con rotundo éxito a México y España); Así mintió él al esposo de ella; La serpiente en el templo; Ningún hombre es una isla o, más recientemente, Medida por medida y Alta traición. Con la llegada del nuevo siglo estrechan una relación con las nuevas tecnologías, La Máquina Teatro empieza una reingeniería e incorpora elementos a su trabajo, videos composiciones, efectos sonoros y principalmente el uso de un concepto novedoso en Venezuela e inédito aún en gran parte de América, el uso del video maping, la creación de escenarios completamente virtuales y la proyección estereoscópica; con esas herramientas estos creadores dan una nueva lectura al espacio escénico y comienza un andar por la exploración visual que expande su propuesta a dimensiones antes inimaginables, logrando sumergir al espectador en un experiencia más sensorial y cognitiva. De esta etapa resalta con singularidad La favorita del rey (2016), un multitudinario espectáculo junto a la Orquesta Sinfónica de Venezuela, presentado ante más de 3.000 personas en la Concha Acústica de Bello Monte. En esta compleja producción, el desarrollo técnico alcanzado con los elementos virtuales no tenía precedentes, esto originó una ruptura con los conceptos rígidamente establecidos, provocando una confrontación teórica por su estética y discurso.
Hoy, el arte deambula con un anodino trasnocho y se le impone un aberrante concepto rentista al teatro; como reacción, el teatro se ve obligado a librar una necesaria y encarnizada guerra contra un enemigo fatuo, seductor y complaciente. Es en ese rugir de morteros o metralla cuando los auténticos artistas plantan frente; justo en ese espacio es donde La Máquina Teatro, decididamente firme, prosigue con su engranaje de creación y resiste como aquellos soldados de lozanas almas, luchando por el sueño de un mejor mañana, desde una trinchera que se hace infinita.
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