Still lleva por título el documental de Michael J. Fox, elaborado por la casa Apple.
Fue dirigido por Davis Guggenheim, especialista en el género del biopic de no ficción, sobre todo por su experiencia de realizar Una verdad incómoda para el lucimiento de Al Gore y su campaña en defensa del planeta.
Aquel filme obtuvo el premio de la academia y globalizó el concepto de “cambio climático”, tan resistido ahora por grupos radicales, consparanoides y negacionistas de la red social.
Luego realizó un par de largometrajes correctos: Esperando a Superman y Él me llamó Malala, acerca de la chica ganadora del premio Nobel de la Paz.
Con tales antecedentes y pergaminos, el creativo decidió profundizar en la vida del actor de Volver al futuro, a propósito de su lucha contra la enfermedad del mal de Parkinson.
La cinta sigue el formato de otros proyectos de reciente data, concentrados en los conflictos y calvarios de estrellas de Hollywood de los ochenta y noventa. Precisamente, viendo la obra, recordamos el impacto cultural del estudio dedicado a Val Kilmer, así como la pieza sobre el atormentado protagonista de Muerte en Venecia.
Dichas películas corren el riesgo de volverse un filón industrial, a merced de explotadores de las miserias de los famosos, quienes buscan una segunda y tercera oportunidad en sus carreras, al vender y ventilar sus intimidades delante de la cámara.
Semejante formato ha sido cooptado por un reporterismo de farándula, por una prensa rosa y sensacionalista, que esconde verdaderas intenciones de morbo bajo una coartada de aportar luces en el periodismo de investigación.
El problema ético surge cuando los colegas huelen sangre y dolor, hincando sus dientes de vampiro y de hienas, por mero interés personal o crematístico.
Así la plataforma Youtube ha devenido en un archivo de programuchos baratos de televisión amateur, donde manipulan la nostalgia del espectador, narrándole el destino oscuro de un ídolo en declive, hoy olvidado y caído en desgracia.
De ahí solo se genera un intercambio transaccional y pragmático, en función de “sacar los trapitos al sol” de un hombre fuerte que perdió el brillo.
A la tendencia le llaman “sadfishing”, los expertos en chismes y neologismos de la media contemporánea.
Por eso, la película Still enciende unas alarmas en el analista y crítico, un poco cansado por ser depositario de los martirios que sufren los personajes privilegiados de la meca.
Por tratarse de Michael J. Fox y de la estatura del director, el documental logra superar los clichés y estereotipos del género, para mejor enfocarse en un registro frontal y nada lastimoso de un intérprete que desea contar su historia, al modo de una confesión, de un storytelling sin complejos de terapia de autoayuda.
Vamos, que Still se gana nuestros corazones y mentes, desde la primera escena, al sumergirnos en la realidad del Parkinson, evitando convertirla en un relato de glamour y afirmación dogmática de una narrativa de éxito.
Michael J. Fox no es tu coach, no es tu narrador motivacional en primera persona, no es un negociante de su debilidad, uno de nuestros vendedores de humo en plan de influencer.
En sus palabras, apenas quiere dejar constancia de su estado actual, tener una ocasión para conversar y sentirse vivo en su oficio, siendo productivo.
De modo que lo más emocionante que propone Still, incluso en su título, es la excusa que brinda el documental, para que un actor con Parkinson pueda regresar a la pantalla grande.
Por tanto, conocemos su pasado, su pico de gloria y el instante en que todo se le derrumbó, cuando le diagnosticaron la enfermedad.
Por un largo período, optó por permanecer en la sombra, mantenerlo en secreto, atiborrarse de pastillas y disimular frente al show.
Pero la propia honestidad del cine lo hizo preferir declarar su condición y continuar trabajando, con el propósito de ser ejemplo de inclusión en la industria.
En adelante vendrían series y campañas de filantropía, que la estrella financia y promueve como labor política, hasta llegar a la cámara de legisladores de Washington.
A su manera el documental ofrece un legado didáctico y empático, una lección de conciencia en el cine, una advertencia para los chicos que se creen incólumes e infalibles, un modesto mea culpa de un veterano que ha retornado del infierno, con el único deseo de abrir camino y que no lo vean a través del filtro de la lástima, de la condescendencia.
En su contexto, Still nos despierta a los que crecimos con Michael J. Fox, aseverándonos que la ilusión ha terminado, que la fantasía del secreto de su éxito era una película y nada más.
La vuelta del pasado al futuro nos expone un retrato descarnado de nuestra memoria.
La realidad, el documental y el cine son parte de la enfermedad, pero también pueden ser una cura, como Still.