La ola de protestas sociales en progreso no por inesperada en enero era impredecible su ocurrencia.
Siempre he tenido la convicción, no es un asunto de particular clarividencia de quien escribe, de que eso venía tarde o temprano, es lo que enseña la historia llena de flujos y reflujos en lo referente a la lucha sociopolítica, sobre todo en sociedades tan castigadas como la venezolana donde hay demasiadas demandas insatisfechas. La paz social y la desmovilización existentes no eran ni podían ser eternas y los mecanismos de control social en algún momento perderían eficacia ante una realidad tan opresiva. Otro escenario no se condice con la emergencia humanitaria y la indolencia gubernamental al respecto.
No es que hubiese completa calma y absoluta desmovilización social, solo era muy localizada, dispersa, escasa en participantes; sin capacidad potencial para comprometer la gobernabilidad. La diáspora funcionó como válvula de escape y descompresión. Así como los mecanismos de disuasión, intimidación, represión estatales y no estatales.
Las protestas, siendo su principal motivación lo socioeconómico, son a la vez políticas por varias circunstancias: es contra el Estado patrón e implícitamente cuestionan la política socioeconómica del gobierno; siendo este un régimen dictatorial perseguidor de cualquier tipo de disidencia o reclamo, la ocurrencia de las mismas se transforma en un acto político; las movilizaciones están recogiendo y expresando el cuestionamiento de la mayoría social al statu quo, de allí su creciente masividad y transversalidad sectorial y regional, así como la solidaridad que suscitan.
¿Tendrá recorrido la ola de protesta? Las condiciones objetivas existen y las subjetivas están en construcción. Es probable el escalamiento con la incorporación de nuevos sectores porque la explosión de la burbuja económica demuestra que no existe la recuperación pregonada. La ausencia de respuestas eficaces, la negativa del oficialismo a acometer el viraje económico pertinente, la ausencia de recursos para atender los reclamos justos de la sociedad con relación a la deteriorada calidad de vida son poderosos incentivos para la protesta. También influirá la actitud del gobierno y la madurez política del movimiento protestatario.
El gobierno no la tiene fácil, su capacidad de gratificación en lo político-simbólico como en lo material es prácticamente nula: su narrativa, discurso, propaganda están seriamente amellados por su distancia con la realidad cotidiana del ciudadano común; en lo material la situación de escasez de recursos del Estado y la debilidad de la economía le dan poco margen de maniobra. Circula información en el sentido de que en el oficialismo hay creciente preocupación por lo que está ocurriendo. Hasta el momento (cuando esto escribo 17-01-23) ha adoptado una actitud un tanto dual. Concedió a los educadores un tal “Bono de Guerra” (por demás insuficiente) y anuncia medidas en lo socioeconómico. En Guayana acudió a la represión más bien selectiva deteniendo a dirigentes y activistas sindicales, en otros sitios han actuado los colectivos tratando de intimidar, en algunos ha dejado hacer sin recurrir a la represión abierta, en todas partes han comenzado las amenazas contra la estabilidad laboral de quienes dirigen y participan en las protestas. Lo previsible por la condición dictatorial del régimen es que acuda a la represión abierta y masiva si las protestas escalan.
El movimiento debe aprender de las experiencias de momentos de protesta del pasado reciente, algunas de las cuales terminaron en derrotas dolorosas y costosas por caer en provocaciones e incurrir en actos de voluntarismo un tanto extremos. Tiene que cuidarse de rendirle culto a la calle como único escenario de lucha, no apartarse de los medios cívicos y pacíficos, administrar su fuerza, actuar con realismo, pragmatismo, creatividad para preservarse y desarrollarse. Nada de paro general o indefinido, marchar a Miraflores u otros objetivos y acciones facilitadores de los propósitos del oficialismo.
¿Cuál será el desarrollo de las cosas? Es difícil predecirlo. Pero, de entrada, es positivo y auspicioso que el reflujo y la desmovilización ciudadana estén remitiendo.