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Enemigos reales de Juan Guaidó  y el cambio político (segunda parte)

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Continuando con el artículo anterior sobre los enemigos de la negociación y el gobierno de emergencia nacional, que están firmemente establecidos dentro del gobierno nacional y sus aliados internacionales que no desean perder los inmensos recursos estratégicos y de materias primas que les proporciona Venezuela y conscientes de que toda revisión profunda del papel histórico de la denominada por ellos tevolución bolivariana o socialismo del siglo XXI, puede llevar a un cuestionamiento que fracture su base política de la misma manera como la “perestroika” de Gorbachov desmoralizó a los fanáticos y desmontó la propaganda de 70 años llevando al fin de la Unión Soviética, queda la pregunta de quiénes son los enemigos reales del planteamiento de Juan Guaidó dentro de la oposición política y cuáles son sus motivaciones “concretas” para entender si su furia declarativa responde a un problema de visión política o tiene razones mucho más personales.

Para la gente de mayor edad, es más fácil de comprender si retornamos en nuestra memoria a los cambios estructurales que deseaba realizar Carlos Andrés Pérez en su segundo gobierno (1989-1994), cuando intentó una reforma política y económica tan radical que generó la unión de grupos políticos y económicos que se vieron amenazados en sus intereses vitales y de acuerdo con su interpretación, los intereses del  país también debido al intento de internacionalizar la economía, privatizar las principales empresas del Estado y además quería una descentralización política y financiera que hubiera acabado con el Estado Centralista creado desde tiempos de Juan Vicente Gómez y que se había vuelto heterogéneo por el apoyo decisivo del mismo Pérez en un inolvidable discurso en el Poliedro de Caracas,  como candidato presidencial a la reforma que hizo posible la elección directa de alcaldes y gobernadores.

Si tales cambios generaron conflicto, en el pasado, hoy en día estamos hablando de algo mucho más profundo y radical, por lo cual es importante entender que la propuesta política de Juan Guaidó implica un “salto cuántico” en el discurso político, papel del Estado y la sociedad y una transformación cultural de tal nivel que asusta a muchos que entienden realmente la magnitud de estos cambios y convierte a otros en enemigos encarnizados a muerte de los mismos, aun si militan en la oposición a Nicolás Maduro.

Tales cambios, apreciado lector, se pueden resumir muy limitadamente por razones de espacio de esta columna en los siguientes:

  1. Privatización masiva y casi total de empresas públicas:

A diferencia de Pérez que se enfrentó a los partidos políticos (incluyendo el poderoso sector sindical de su partido) por la privatización de algunas empresas muy importantes como Cantv, la destrucción actual de la economía nacional exige la práctica privatización de las 700 empresas, institutos y fundaciones nacionales, lo que acabaría con la principal herramienta de apego de la cultura política desde 1959, como es el “clientelismo político” de corte laboral que dio “quince y ultimo” a millones de venezolanos en los últimos 60 años y permitió la creación de “partidos de masas” de diferentes escalas incluso a nivel regional, donde algunos gobernadores llegaron a tener verdaderos ejércitos de activistas pagados por la administración pública.

Sería sin duda una Venezuela muy diferente, donde hasta los teatros, museos e instalaciones deportivas estarían en manos de fundaciones privadas o empresarios y habría un margen muy limitado para hacer “negocios” en la forma tradicional que se ha practicado en la política venezolana. Esta demás decir que aquellos líderes políticos que   están esperando sacar a Nicolás Maduro y el PSUV, para ocupar sus cargos y administrar dichas instituciones, no quieren aceptar estas ideas y prefieren en su fuero interno quedarse con Maduro & Co. hasta que caiga por colapso natural, y puedan asumir las empresas e institutos quebrados (así solo quede el carapacho institucional.) para hacer negocios con la reconstrucción de las mismas.

Es importante señalar que, por paradójico y contradictorio  que parezca, el mismo o mayor odio y frustración existe en líderes del PSUV cada vez que Tareck Al Aissami avanza en su estrategia de alianza con sectores empresariales, como ocurrió con el Hotel Maracay, asumido por una corporación estadounidense, convirtiéndolo en el Marriot Maracay Golf Resort, además que la supuesta privatización de los sectores no redituables de Pdvsa, incluyendo el negocio de gasolina y gas doméstico a empresas nacionales y extranjeras, es una amenaza “mortal” a mafias locales y nacionales, además de funcionarios “vagabundos” que se lucran con las ventas privilegiadas de dichos productos. La diferencia “esencial” es que no se atreven a criticarlo y cuestionarlo por el poder político y temor que despierta su figura, más sin duda, deben estar muchos funcionarios corruptos afectados como “caimán en boca de caño”, esperando cualquier oportunidad de caída en desgracia de su persona para encerrarse en el estatismo tradicional y el consiguiente “saqueo”  tradicional.

2. Muerte del discurso político tradicional

Muchos políticos e  intelectuales venezolanos odian a Juan Guaidó con toda la intensidad de su alma, porque su triunfo político implicaría la muerte de un discurso y una concepción cultural dominante durante 100 años, que sin duda Oscar Schemel puede explicar mejor que yo, como sería la narrativa político-histórica, los Símbolos y las emociones establecidas desde el surgimiento de la Venezuela petrolera y urbana de J.V. Gómez hasta nuestros días.

Esto implica 2 ideas fundamentales sembradas en la conciencia colectiva de una inmensa mayoría de los sectores sociales en Venezuela como son:

  • Identidad política de izquierda: brillantes intelectuales modernos como Antonio Ecarri (hijo) y Carlos Raúl Hernández han señalado la profunda identidad de la mayoría de las  clases políticas y académicas con las ideas marxistas-leninistas y su correspondiente forma de gestionar las realidades, a pesar de la caída del muro de Berlín, la desaparición del Comecon y la desaparición de la misma Unión Soviética, siendo indiferentes o hasta renuentes a aceptar la privatización masiva de la economía china, teniendo siempre como excusa para todo que en la Cuba socialista de Fidel Castro sí existía una revolución económica y social “verdadera”.

Este problema es tan delicado, que prácticamente en todas las universidades públicas del país existe un tabú de plantear una asociación estratégica con la empresa privada, así como una resistencia cultural casi insuperable de asumir ideas que puedan ser consideradas liberales, de derecha o conservadoras, porque simplemente buena parte, sino la inmensa mayoría de la superestructura cultural mediática, política y académica, le caería encima acusándole al “blasfemo” de desclasado, enemigo de la clase trabajadora, servil, enemigo de los pobre, sirviente de los ricos y poderosos y pare de contar.

Antonio Ecarri A. lo describe de esta forma:

“Fuimos el objetivo estratégico del comunismo ruso y su sucursal caribeña para sembrar, en esa primera generación mestiza que se levantaba a partir de 1960, viejos dogmas que disfrazaban de ‘justicia social’ y de ‘igualdad’ su intención de imponer un gobierno totalitario en Venezuela. Sembraron ideas que tenían olor a ‘patria’ confundiendo valores indigenistas y afrodescendientes con conceptos del viejo marxismo, provocando ese despelote ideológico que degeneró en el llamado socialismo del siglo XXI. El primer paso que logró esta conspiración contra Venezuela fue llevar estas ideas a las universidades, al mundo cultural y a las élites políticas.Venezuela fue impregnada a fondo de ideas marxistas que se convirtieron en un ideario colectivo que fue carcomiendo al Estado y a sus instituciones. Estas ideas fueron transformándose en políticas públicas que hicieron crecer al Estado hasta doblegar por completo a la sociedad, en nombre de una mal llamada igualdad. Es decir, estas ideas trajeron todo un entramado legal que le sirvió la mesa a la instalación de formas totalitarias nunca antes vistas en nuestra historia”.

Por otra parte, Carlos Raúl Hernández, señala:

“La izquierda reaccionaria denunció el cambio como ‘neoliberalismo de tecnócratas sin corazón’, pese a que el nivel de ingresos se incrementó, los pobres recibieron amplios beneficios de 27 programas sociales, y en 1991 el crecimiento del empleo hizo que los empresarios tuvieran que importar mano de obra que escaseaba. Pero la reforma intelectual y moral hizo que vieran como esperanza la revolución en 1998, enterrada antes de nacer, porque había muerto con el muro de Berlín. Los que se formaron, estudiaron y disfrutaron un país civilizado y próspero, cuyo nivel de vida era el más alto del subcontinente, todavía hoy creen la prédica oscura”…

Es importante señalar que, a pesar de esta herencia cultural, dos decenas de partidos políticos de diversos signos ideológicos y múltiples universidades públicas, dominadas por sectores de izquierda, están apoyando a Juan Guaidó,  bien sea por una reflexión profunda de la historia o por simple cálculo político sobre el resultado final de este conflicto. Políticos de izquierda muy conocidos me han manifestado su temor de desaparecer de la vida pública de la misma forma como los medios audiovisuales vetaron al expresidente Luis Herrera Campins durante los últimos 20 años de su vida… este temor está muy arraigado en periodistas, intelectuales y actores sociales de diverso tipo, que deben ser convencidos de manera diáfana y frontal de que no existirá persecución y censura en un hipotético cambio político en Venezuela.

  • Antiamericanismo: un componente altamente emocional y por ello simbólico que diferencia a Juan Guaidó de todos los casos políticos del pasado, es que rompe con la tradicional conducta y discurso de enfrentamiento con el gobierno de Estados Unidos, que ha sido utilizado por muchos distinguidos miembros de las élites económicas y políticas que no dudan de la tesis de un “enemigo externo” a quien echarle la culpa de sus fallas propias, como tampoco dudan en abrir cuentas bancarias en instituciones estadounidenses y adquirir propiedades y acciones en suelo y corporaciones estadounidenses. Aquí jamás verán a Nicolás Maduro imitar a Vladimir Putin prohibiendo a los funcionarios (y obviamente, por razones morales y revolucionarias, a los miembros inscritos en partidos políticos del polo patriótico) tener cuentas y propiedades en el exterior.

Entrar a discutir la esencia y los orígenes del antiamericanismo en Venezuela y el papel de los gobiernos y las corporaciones estadounidenses en nuestra historia en un tema tabú, que muchos no quieren discutir por razones obvias. Estas irían desde el comienzo de la independencia, cuya influencia sobre los próceres de 1810-1811 fue enorme, pero cuya admiración se frustró por la neutralidad de los gobiernos estadounidenses durante la misma en América Latina, a diferencia de muchas figuras descollantes como Daniel Florencio O’Leary (por cierto, cónsul británico (1841), sin que nadie lo señalara de espía o agente imperial inglés), Gregorio MacGregor o Agustin Codazzi, mientras en otros países destacan figuras como Guillermo Brown. Solamente en el caso venezolano, queda la historia escondida por políticos e historiadores del monumento al águila: un pedestal con un águila de bronce, con el que honraron a los estadounidenses que fueron ejecutados en la ciudad de Puerto Cabello por colaborar con el Generalísimo Francisco de Miranda, en 1806 y que fue inaugurado el 5 de julio de 1897.

Es de Perogrullo (obvio) decir que durante el siglo XX la admiración y amor desenfrenado de muchos políticos e intelectuales por la Unión Soviética, su implementación de las ideas marxistas y su aparato propagandístico, se sumaron también a una serie de abusos innegables de empresas multinacionales de dicho país y políticos que buscaron y consiguieron el apoyo financiero y asesoría militar y policial  para mantener el poder antes, durante y después de la Guerra Fría (1945-1992), pero este tema también es tabú y no se puede debatir en público ni en círculos académicos por razones obvias.

La idea de que el gobierno de Donald Trump derrote al régimen de Maduro en Venezuela y lo desaloje del poder es intolerable para este sector político que milita en la oposición y adversa a Juan Guaidó, que  prefiere el suicidio a ver calles, avenidas y plazas con los nombres de Abrams, Bolton, Trump o Pompeo, así como el reseteo de todo el discurso político y la apertura de una relación de amistad, alianza y cooperación comercial y militar parecida a la de Colombia.

Sería mucho más fácil que un gobernador o alcalde del PSUV acepte estos cambios, mientras lo dejen en el cargo, que para estos líderes políticos que adversan a Nicolás Maduro, ya que están arraigados firmemente a sus ideas y emociones de toda su vida.

Pidiendo disculpas por lo largo de este escrito, continuaremos la próxima semana con aspectos económicos intrínsecos que tendría un Gobierno de Emergencia Nacional o con los 5 grandes cuellos de botella (problemas) que no se discuten en la política para no asustar a la gente…

Gracias por su atención…

 

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