Los tiempos del ser humano no podrían ser perfectos, el libre albedrío que presume arrastra cepos, el futuro es en tanto que impacta nuestros sentidos en el presente
Tenía por apellido el mismo del Che, pero no asesinaba. Era un intelectual respetable, ante mi percepción y la de otros que lo llamaban doctor en piedras. Padre de dos poetas, y otro no tanto al cual dio un nombre ruso. A uno de ellos refugié en mi apartamento, cuando éramos muy jóvenes, porque fue presa de una fortísima depresión y su comportamiento suicida preocupaba [no a mí, que lo soy en grado de frustración, sino a sus familiares]. Nos identificábamos en diversos asuntos, uno de los cuales literarios. El maestro del Comandante Fetiche padecía una enfermedad y mi compañera italiana le aplicaba inyecciones en nuestro hogar. No imaginaba que, años más tarde, uno de sus alumnos irrumpiría en el ambiente político-militar venezolano para destruir al país que tiene las mayores reservas petroleras del mundo [divulgan eso que no me consta].
—Dime, ¿por qué estás desquiciado? –mirándolo fijo a los ojos, interrogué al hijo poeta del doctor en piedras que tenía por huésped durante aquellos días–. Pernoctas en mi residencia, debo saber […]
—Embaracé a mi suegra –musitó mientras, trémulo, tomaba un batido de lechosa e intentaba comer un emparedado que le preparé-. No sé cómo resolver el problema. Debo buscar la forma de morir.
Le mostré la soga que, durante varios años, mantuve preparada para mí en la pequeña sala del apartamento. El poeta tenía sobrepeso. Pensé que, si fuese su enemigo y quisiera matarlo, para luego desentenderme del crimen, no habría podido sin ayuda de dos personas.
Mi huésped observaba la cuerda, que tenía nudo dogal. Palpable si levantabas el brazo [la puse a dos metros del piso, sujeta a un tubo estructural de techado]. Palmeé su hombro izquierdo, antes de susurrarle que el futuro es presente perpetuo.
—¿Me depara algo? –me preguntó.
—No, tú lo haces –musité-. Elige suspender tu estadía en este mundo, o proseguir la existencia en ruta de fuga táctica.
Éramos jóvenes. Yo iniciaba labores en la Universidad de los Andes, donde también trabajaba una hermana del ofuscado poeta. Ella me llamó al teléfono para agradecerme. Me informó que lo enviarían a España, donde sería recluido en un sanatorio en el que psiquiatras expertos en sanaciones lo atenderían bien.
Cuando el Comandante Fetiche nos torturaba e infundía pánico mediante prolongados y encadenados discursos, su maestro doctor en piedras solía acudir al Café París [ubicado en el bulevar-traspatio del Edificio Central del Rectorado] y platicábamos sobre tribulaciones políticas mundiales. Una mañana, antes de llevarlo a mi apartamento, para que le aplicaran una inyección, le pregunté por el poeta hijo suyo que, en instantes aciagos, auxilié.
—No sé nada de tus hijos, excepto que trabajan para la Cancillería de tu destacado alumno –formulé-. Cuéntame […]
—Estoy muy decepcionado de ellos –expresó–. Les he pedido que renuncien. Ejercen actividades muy cuestionables, ilegales, a favor del gobierno. Son empleados de un delincuente que destruye, en cadena de medios, la república: mencionándome como su maestro, una, dos, tres veces durante sus intervenciones en Aló, Presidente. No enseñé a nadie ser canalla.
@jurescritor