OPINIÓN

Encuentro de la humanidad en París

por Jesús Rondón Nucete Jesús Rondón Nucete

Ilustración: Juan Diego Avendaño

Llegaron a su fin los Juegos de la XXXIII Olimpíada de los tiempos modernos. Según los organizadores, figuran entre los más exitosos en distintos aspectos. Han contado con la participación (en 32 disciplinas) de 10.714 deportistas (de 206 entidades) que lograron impresionantes marcas (como la del salto de garrocha: 6,25 m). Y han permitido obtener enormes beneficios (no solo económicos) al país anfitrión y a las instituciones involucradas. Pero, han provocado también otras reacciones de trascendencia, que pueden influir en los destinos del mundo. El deporte, una vez más, ha demostrado ser instrumento útil para alcanzar objetivos de la humanidad.

Los observadores de los acontecimientos mundiales (pensadores, politólogos, sociólogos, periodistas) coinciden en señalar que los Juegos Olímpicos, convertidos en uno de los más atrayentes fenómenos de masas (más de 1.500 millones de telespectadores en 2024), figuran entre las actividades más influyentes de nuestro tiempo. No son un simple pasatiempo u ocasión para la evasión de los problemas que afectan a la humanidad. Los objetivos de los actuales sobrepasan los que pretendían quienes propusieron a finales del siglo XIX la resurrección de los antiguos juegos griegos. Los de entonces –durante los cuales se rendía homenaje a los dioses en Olimpia– buscaban también enaltecer los valores de aquella civilización (que en buena parte sustentan la nuestra). Como atraían gentes de todo el Mediterráneo (espacio de las colonias griegas), permitían la intercomunicación, inicialmente de los pueblos del mismo origen y más adelante de otros distintos; y la difusión de ideas y experiencias.

Los juegos de Olimpia no fueron los únicos, ni siquiera los más antiguos del mundo griego. Existe evidencia histórica de prácticas similares anteriores: el canto XXIII de la Ilíada narra los juegos celebrados en honor de Patroclo (uno de los héroes de los aqueos).  Pero los de aquella ciudad, en homenaje a Zeus, a los que acudían los mejores atletas (que además habían pasado por el gymnasium), consagraban a los triunfadores (que no recibían premios materiales). Tal prestigio adquirió que durante su celebración cada cuatro años se imponía una tregua sagrada: cesaban los combates en curso. Por eso, en gran parte del Mediterráneo el tiempo se contaba por “olimpíadas” (período entre dos juegos consecutivos). Era por tanto un honor participar: Filipo de Macedonia y el emperador Nerón figuran en las listas de ganadores (que se conservan al menos desde 776 a.C.). Muchos de ellos quedaron inmortalizados en obras artísticas o literarias.

No fueron exclusivas de los griegos la práctica de deportes ni la celebración de certámenes. Se conocen manifestaciones anteriores. Pareciera que derivaron de las luchas que enfrentaron a los hombres primitivos contra los animales. Los arcos y las flechas, lo mismo que las lanzas (jabalinas), de instrumentos de caza pasaron a armas de guerra y luego a artefactos de diversión. Lo mismo ocurrió con las técnicas para el dominio de ciertos animales (como los uros o los toros). Las conocían Gilgamesh en el Sumer (III milenio a.C.) y los cretenses (mediados del II milenio a.C.). En todo caso, siglos antes de nuestra era se practicaban ciertos deportes, entre otros lugares, en China, India y aún en Mesoamérica, donde se construyeron campos en casi todas las ciudades para un juego de pelota, cuyas particularidades aún no han sido bien comprendidas. Un elemento destaca en todas las actividades mencionadas: su carácter sagrado.

El deporte es una actividad de todos los tiempos y de dimensión universal. Responde a sentimientos (de competencia y emulación) y aspiraciones (de superación y alcance de metas) propios de la naturaleza humana. Lo resume bien el lema del olimpismo: “más rápido, más alto, más fuerte”. Desde sus comienzos el ser humano quiso ser mejor, física e intelectualmente, con el propósito de vencer sus deficiencias. Temprano descubrió que para lograrlo debía mantener su salud y sus condiciones. Los griegos y los romanos incorporaron al proceso de formación de los ciudadanos la práctica de ejercicios atléticos. Esa iniciativa se extendió y se hizo general. Tiene ahora, también, una proyección social. A comienzos de este año olímpico el papa Francisco se refirió a sus beneficios: el deporte “puede construir puentes, derribar barreras y promover relaciones pacíficas … es un medio para expresar los propios talentos, pero también para construir la sociedad”.

No podía imaginar Pierre de Coubertin, padre de los juegos modernos, proveniente de familia tradicional y conservadora, que, con la evolución que tendrían, contribuirían a acelerar cambios sociales de mucha trascendencia en el mundo contemporáneo. Tampoco prever algunos efectos “colaterales” de importancia (estímulo a la economía o a procesos de renovación urbana, como los de Barcelona o Atenas). Han sido, en verdad, instrumento para promover los derechos de la mujer, así como los de los deportistas del mundo menos desarrollado. Ellas han mostrado sus capacidades en actividades reservadas tradicionalmente a los hombres; y aquellos sus posibilidades al competir con los de otros de países más avanzados. Desde los comienzos, confirmaron la igualdad esencial de los hombres y la falsedad de las tesis de las razas superiores.  Adolf Hitler recibió en vivo una lección en tal sentido en el Olympiastadion de Berlín en 1936 por parte de un atleta americano de color.

Los Juegos Olímpicos son ocasión para mostrar la realidad cultural, social, económica y política de un país. Como atraen millones de personas – además, los eventos centrales, como las competencias más interesantes se transmiten por televisión en directo al mundo entero – los gobiernos respectivos se preparan para asegurar su realización normal y exhibir las bondades de la ciudad y el país que los albergan. Constituyen un mecanismo efectivo de publicidad de bienes o servicios; pero, también, de apoyo a ciertas causas (la integración racial, México, 1968). Incluso, para divulgar un proyecto nacional o ganar adeptos a ideas y políticas. Esa intención fue evidente en Berlín (1936) y más tarde en Tokio (1964), Moscú (1980) y Pekín (2008). Durante la Guerra fría (especialmente de 1956 a 1984), los Juegos se convirtieron en campos de competición entre las dos superpotencias: pretendían demostrar con sus triunfos deportivos la superioridad de sus respectivos sistemas.

A pesar de las convulsiones que agitan la escena mundial y dividen a la comunidad internacional (guerras en Ucrania, Gaza y Sudán, situación poselectoral en Venezuela) y de la extraña crisis gubernamental en el país anfitrión, los Juegos de París se han desarrollado con aparente normalidad. En buena medida, se debe a un plan puesto en marcha para garantizar la seguridad de los eventos (muy exigente el del recorrido de la antorcha olímpica) y de 11,2 millones de visitantes que han concurrido a aquella metrópolis (y otras ciudades) por estos días. No debe olvidarse que Francia ha sido objeto de graves atentados terroristas (con pérdida de cientos de vidas humanas) en los últimos años. Se sabe que fueron develados a tiempo, por lo menos 4 intentos de atentados. Contrastaba la preocupación oficial, con el ambiente que reinaba en las competencias, tanto por parte de los atletas como de los espectadores.

En efecto, los Juegos de la XXXIII Olimpiada han mostrado la alegría y las esperanzas que animan a los seres humanos. Y que es posible combinar armoniosamente las aspiraciones globales de la humanidad con la defensa de los intereses legítimos y las especificidades propias de los pueblos. Lejos de desaparecer, el nacionalismo mantiene vigencia: los atletas luchan en nombre de un país y se arropan con su bandera, mientras sus connacionales los apoyan con fervor. Pero, estos y aquellos son conjuntos de origen diverso, mezclas de distintos aportes. Sin importar la fe que profesan, el color de su piel o las costumbres que practican, buscan la victoria común. Las competencias olímpicas se revelan como mecanismos de superación del racismo. Sin embargo, al mismo tiempo, por sobre la rivalidad deportiva, entran en relación con los otros, en quienes descubren ideas, sentimientos y aspiraciones iguales a los suyos. Descubren su unidad esencial.

Miles de atletas provenientes de muchos lugares se congregaron la noche del domingo 11 de agosto en la cancha del Estadio de Francia en París para dar por finalizados los Juegos de la XXXIII Olimpíada de los tiempos modernos. Reinaba la alegría, aunque solo algunos habían obtenido las preseas del triunfo ¿Tenían conciencia de haber participado en un evento que ha contribuido a hacer más humano el mundo del futuro? No es fácil saberlo. Pero lo han intentado. Porque los Juegos, que se tienen como ocasión para apreciar nuestras posibilidades corporales, permiten sobre todo la expresión de sentimientos entre quienes convivimos.

X: @JesusRondonN