No solo es la falsa oposición venezolana quien se ha embarcado una vez más en la tesis de una salida negociada del régimen chavista. Con la administración de Joe Biden poderosos grupos de interés y lobbistas dentro del Partido Demócrata también han hecho suya la tesis de provocar una negociación con el chavismo y ablandar las sanciones contra el régimen. La principal razón por la cual la falsa oposición busca en forma desesperada una negociación con el régimen es porque quiere formalizar esta nueva etapa de cohabitación y reinserción en el sistema político chavista como la oposición oficialmente admitida con la esperanza que algún día pueda heredar las prebendas del Estado chavista.
Sin embargo, en Washington privan otras razones para buscar esta supuesta salida que en la realidad no conduce a ninguna parte. El gobierno de Biden es una mezcla de intereses contrapuestos donde, desde el seno del Estado norteamericano, las políticas se van definiendo como resultado de luchas para imponer agendas de grupos de poder. Este no es un gobierno con política de Estado sino con una suma de intereses diversos que a veces resultan contradictorios. El tratamiento que Washington le ha dado al tema Venezuela prueba no solo que Suramérica como entorno geopolítico de Estados Unidos no es una prioridad sino además que, como resultado de esta lucha de intereses, el Estado norteamericano como entidad no tiene una política hacia Venezuela y lo que quizás es peor no sabe qué hacer con el chavismo.
En lo que significa un retroceso frente a las políticas de Donald Trump el gobierno de Biden ha enviado señales claras para buscar una convivencia geopolítica con el chavismo en la región y auspiciar una suerte de cohabitación de los operadores locales con el régimen. Para esto han insistido varias veces en buscar un ablandamiento de las sanciones, incluso antes que la falsa oposición y el régimen se sienten a negociar. De hecho ya Estados Unidos ha tomado medidas que bajo ciertas circunstancias le permite operar al régimen en el ámbito comercial internacional y que dejan a las celebradas sanciones como papel mojado.
Este ejercicio de improvisación que el gobierno de Biden hace con Venezuela y que quiere ser presentado como una política coherente debe ser argumentado para revestirlo de cierta racionalidad que lo haga digerible a diferentes audiencias. Aquí entran en juego los conocidos “Think Tank” que son grupos de supuestos analistas y expertos que con su curriculum tratan de inyectar credibilidad a tesis que son presentadas como soluciones inevitables. En realidad se trata de piezas de propaganda cuidadosamente diseñadas para justificar una política o en este caso la ausencia de políticas por parte del gobierno norteamericano hacia Venezuela.
En los últimos días ha circulado un documento suscrito por Geoff Ramsey, Keith Mines, David Smilde y Steve Hege con el aval de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA) y el Instituto para la Paz de Estados Unidos (USIP) que forma parte de esa campaña propagandística para promover las bondades de otra ronda de negociaciones entre la falsa oposición y el chavismo. El escrito contiene una serie de valoraciones y recomendaciones con indudable valor teórico pero completamente desconectadas de la realidad. Se trata de un elenco de ideas que podrían sonar muy bien en un seminario en Washington o en una arenga partidista pero que fracasan a la hora de caracterizar la crisis en Venezuela y construir previsiones para un cambio político real.
El referido documento falla en caracterizar los rasgos fundamentales de la crisis venezolana. El desmembramiento del territorio y la sustitución del Estado venezolano por el Estado chavista-cubano-castrista queda reducido a “conflicto político intratable marcado por el aumento de la represión y la disolución del sistema democrático y sus instituciones”. Los autores parten de la premisa de que en Venezuela hay un Estado y unas instituciones que pueden ser salvadas mediante una negociación y una cohabitación política. Parecen desconocer la presencia de grupos militares y mafias que han sido procreados por el chavismo y que con agenda propia tienen el control real del territorio y de cuya interacción se produce una sensación de orden en medio del caos.
En un intento por descifrar el fracaso de negociaciones anteriores los autores lo atribuyen a un déficit de participación democrática en el proceso negociador. Para resolver esto proponen que esta nueva ronda incorpore otros grupos y actores de la sociedad civil, grupos del chavismo y hasta elementos de las fuerzas armadas chavistas. Para ser consecuentes con la tesis de los autores habría que darle un espacio en estas negociaciones a representantes de las megabandas y grupos criminales quienes después de todo tienen un poder político y militar superior a muchas organizaciones denominadas como de la sociedad civil. Una ronda de negociaciones con la participación democrática de estos numerosos y diversos grupos solo podría celebrarse en el Poliedro de Caracas.
Aquí es precisamente donde la realidad hace añicos estas fabricaciones teóricas que pretenden justificar unas negociaciones que solo tendrán éxito en el mundo fantástico de Narnia. Lo concreto y lo real es que el régimen desde el Estado chavista está en una posición superior de poder que le permite prescindir de las negociaciones. En otras palabras, el régimen chavista no necesita negociar para subsistir y esto es una realidad que duélale a quien le duela. Por otra parte, es la falsa oposición la que necesita desesperadamente las negociaciones para poder justificarse políticamente.
La mejor evidencia de que el chavismo puede prescindir de las negociaciones son los reiterados intentos que han ocurrido en los últimos 22 años de los cuales el régimen siempre ha salido en mejores condiciones. El chavismo entendió temprano que la táctica de ofrecer la negociación tiene formidables resultados que les permite seguir ganando tiempo para continuar en el poder mientras unos ilusos se van despojando de unas ilusiones para abrazar otras.
Estos burócratas y teóricos de Washington parecen no entender que en las actuales condiciones, es decir, mientras no se altere o se quiebre el poder militar del chavismo, el régimen está preparado y seguro tiene previsiones para seguir negociando indefinidamente. El chavismo jamás se sentará a negociar en serio con nadie hasta que tenga poderosas razones para hacerlo. Y unas sanciones blandengues en las cuales ni siquiera Washington cree no lo son. Mientras tanto, todo queda reducido a un ejercicio de retórica diplomática sin mayores consecuencias para un Estado chavista que ya debe tener lista la minuta de lo que va a tratar con el presidente sucesor de Joe Biden y el que venga después de él.
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