15 años tenía cuando, en numerosas capitales influidas por hábitos, costumbres y sucesos propios del Mundo Occidental, los chicos que iniciábamos la difícil etapa de adolescencia buscábamos ser comprendidos: acomodarnos en las sociedades, ser aceptados como éramos y escuchados nuestros anhelos intelectuales que irrumpían huracanados. Desde el área de la https://petroleumag.com/el-petroleo-sembrado-la-intercomunal-cabimas-lagunillas-abrio-un-horizonte-a-la-modernidad/ salí varias veces hacia la carretera Lara-Zulia con el propósito de experimentar viajes-«autostop» hacia Barquisimeto:
-«[…] Todo empezó con un libro de Jack Kerouac, de este a oeste, de oeste a sur, al este, al norte, desiertos, ríos, playas, montañas, nevadas, lluvia, calor… casi siempre en coche, a veces en un coche propio y otras, en uno ajeno, a veces en autobús sin frenos y a menudo -más de lo que les gustaría- caminando por el arcén. Pero todo ocurre En la carretera, deglutiendo el asfalto y el paisaje que hacen de Estados Unidos una especie de meca de la libertad y la aventura […]» (1)
De improviso, una vez decidí hacerlo porque me gustaba charlar con mis primos residenciados en Barquisimeto. Allá también mi padre había construido una casa grande en una de las novísimas y mejores urbanizaciones: Santa Eduvigis, muy cerca del https://es.wikipedia.org/wiki/Aeropuerto_Internacional_Jacinto_Lara.
Un par de «adultos no mayores» que se desplazaban en un https://www.vwcanarias.com/es/blog/historia-volkswagen-beetle.html se detuvo para ofrecer me cola hasta la ciudad de Carora. Aparte del libro Rimas y Leyendas de Gustavo Adolfo Becker (2), yo llevaba un equipaje livianísimo compuesto por dos pantalones jeans e igual número de franelas negras. Me dejaron en la alcabala de supervisión vial situada en la periferia de esa localización.
No transcurrió media hora cuando se aproximó a mí, con el ceño fruncido, un guardia nacional cuya edad no excedía los 25 años solicitándome abruptamente mi cédula de identidad. Se la extendí y me tomó del brazo para trasladarme hacia el módulo de control, un recinto pequeño. En el traspatio vi lo que parecía un pozo séptico y lavadero.
-¿Qué tienes en la mano derecha? –absurdamente, me preguntó porque la respuesta era obvia. Revisaba mi minúsculo equipaje.
-Un libro de poemas –expresé con firmeza, erguido.
Brusco, el uniformado me arrebató el poemario y lo tiró [sucesivas veces] contra las paredes para destruirlo.
-«¡Basura, basura, basura!» –exclamaba ebrio. Lo supe por el tufo de alcohol barato que salía de su torcida boca.
Segundos después, me apuntó con un https://ueec.es/subfusil/uzi/ que portaba obligándome a arrodillar. Me golpeaba con la cacha y me mantuvo en esa postura tortuosa durante una hora hasta cuando vi por la entrepuerta un vehículo https://es.wikipedia.org/wiki/Chevrolet_Impala frenar exacto en la entrada del módulo de control vial.
Un subalterno le abrió la puerta al teniente coronel «8-A» quien, al entrar donde me arrodillaron, enfureció:
-«¿¡Por qué torturan a este muchacho aquí!?»
Integrantes de la tropa señalaron al jefecito que había ultrajado mis derechos humanos. El oficial le conminó a acercarse y constató que estaba borracho. Mientras me ayuda a levantarme, ordenó que lo condujeran hacia un calabozo.
Cortés, el teniente coronel recogió mi maltrecho libro de Bécquer y me lo dio preguntándome hacia dónde me dirigía. Le informé. Me invitó a viajar con él hacia Barquisimeto. Él iba hacia allá para asistir a una reunión castrense. En el camino charlamos cómodos sobre distintos temas, especialmente literatura. Era un militar culto y me sentí bendecido por haberme rescatado. Me dejó en la redoma del https://es.wikipedia.org/wiki/Obelisco_de_Barquisimeto.
NOTAS.-
(1)
https://www.traveler.es/articulos/viajar-en-autostop
(2)
https://www1.swarthmore.edu/Humanities/mguardi1/espanol_11/becquer.htm