Varios amigos doctores me han sorprendido con la afirmación de que les gusta el lema de los jesuitas “En todo amar y servir”. “Yo no soy religioso –me dice uno–, ni me considero creyente, pero comulgo con ese lema de ustedes que para mí es fuente interior de inspiración y vida”. Hace 30 años los jesuitas no teníamos este lema. ¿Será que los jesuitas contrataron a alguna empresa de imagen y mercadeo para refrescar su rostro? La verdad es que esa frase es de san Ignacio, pero estaba escondida en el secreto del corazón. Al celebrar de los 500 años del nacimiento del santo (1491) algún jesuita tuvo la feliz idea de levantar esta joya oculta como inspiración renovadora.
Ignacio tenía poco de poeta, pero mucho de conocedor y médico de almas. Luego de sus primeros años de vanidad y de glorias efímeras, a los 30 años se sintió tocado por Dios para cambiar radicalmente su vida. Brotó en él la pregunta ¿cómo lograr la liberación de tantas ataduras que envician e impiden la realización humana? En su difícil proceso interior de búsqueda sintió que, a causa de su gran ignorancia espiritual, Dios le llevaba de la mano corrigiéndolo como un maestro de escuela a un niño de primeras letras. Esa experiencia personal la recogió en un librito-guía para ejercitar el espíritu, que desde entonces ha servido a muchos millones de personas en centenares de países y lenguas diferentes para hacer los Ejercicios Espirituales, tomando como maestro espiritual a Ignacio y a los jesuitas.
La piedra de bóveda del edificio de los ejercicios es la última meditación llamada “contemplación para alcanzar amor”. En una breve cuartilla Ignacio nos da las instrucciones para hacer esa contemplación, con la advertencia previa de que “el amor consiste en la comunicación de dos partes, a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene y puede, y así por el contrario el amado al amante”. Luego nos invita a recordar y contemplar todo el bien recibido en nuestra vida y “sentir y gustar internamente” a Dios, actuando gratuitamente en nosotros con su presencia silenciosa y múltiple. La presentación ignaciana de esa omnipresencia amorosa en momentos parece bordear el panteísmo, del que se salva al transformarse en coloquio entre amado y amante; el amor no es una fuerza telúrica impersonal sino Dios que se entrega y suscita la respuesta amorosa. A los dioses mundanos del poder, del dinero y de ritos religiosos y de leyes sin Espíritu, Jesús contrapone el Dios-amor que rompiendo barreras se hace hermano, sirviendo y dando vida. Jesús se atreve a decir que a Dios nadie lo ha visto nunca, pero que quien lo ve a él, ve actuar al Padre que es amor. También dirá que quienes se compadecen y se hacen hermanos del herido y los que dan de comer al hambriento y liberan al oprimido, se encuentran con Dios, aunque ellos crean no conocerlo. A Dios nadie lo ha visto nunca, pero con Él nos encontramos todos los días en aquellos que nos necesitan y reciben vida de nosotros, nos dice la Escritura.
Ignacio dice que, luego de muchas dificultades y traspiés espirituales, tuvo “una ilustración tan grande que todas las cosas me parecían nuevas”. Y encontró la alegría y sentido de en todo amar y servir, cuando todavía no era sacerdote, ni pensaba fundar la orden religiosa de los jesuitas, pero en Jesús había encontrado sentido y gustado internamente que quien da la vida a otros por amor, aunque parezca perderla, la encuentra. Es un misterio, eso de que la pérdida es ganancia frente a la lógica mundana dominante: en la lucha por la vida hay que quitársela a otros para disfrutarla. La ciencia y los prodigiosos avances de la racionalidad instrumental, con frecuencia, se usan para ganar guerras sofisticadas con millones de muertos y sometidos para vida de los vencedores. La alternativa es el amor capaz de domar y convertir a todas las ciencias, avances tecnológicos y organizativos, y los medios económicos y políticos en instrumentos de amor y vida.
Ignacio nos invita a recordar y contemplar cómo Dios actúa en todo, amorosa e invisiblemente para que nuestra respuesta a tanto bien recibido sea “en todo amar y servir”. Este lema de los jesuitas es el camino de la vida que presentan los ejercicios. Pero no es exclusivo de los jesuitas, ni siquiera de los cristianos, ni de practicantes de una religión, sino es la profunda verdad de toda conciencia y el núcleo inspirador de la condición humana.
Esta Venezuela de indigencia y agonía, sin gasolina, ni dólares, ni Estado que nos regale todo, nos invita a mirar dentro de nosotros y sacar de nuestro inagotable pozo interno agua viva para nosotros, nuestras familias, nuestra economía, nuestra política, nuestra reconciliación y reconstrucción nacional. Esfuerzo traducido en solidaridad y vida, no porque nos obligan con el fusil, sino porque redescubrimos que no somos “yos” rabiosos disputándonos a dentelladas los restos del país, sino “nos-otros”, dándonos vida unos a otros. La alegría de “En todo amar y servir” es una poderosísima palanca para transformar nuestra sociedad, en sus sentimientos interiores y en la política del bien común que acabe con el hambre, la miseria y dictadura que tienen secuestrada la vida de los venezolanos.
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