«-Cuando vine en su busca, señor Faulques, creía que iba a matar a un hombre vivo». Ivo Markovic, mi personaje favorito de El pintor de batallas de Arturo Pérez-Reverte
Estas líneas se publican en la sección de Opinión. A esta sección tradicionalmente la identificaría con análisis político, económico, social, etc. De hecho, mis primeros artículos para El Nacional en el año 2016 tenían este tono. Todavía hoy en día intento hacer un análisis desde mi trabajo de investigación en Cedice Libertad.
Pero considerando el proceso que estamos viviendo actualmente y del que me siento parte, estas líneas no son un análisis sino un conjunto de reflexiones –tal vez ni a eso lleguen- que trato de asimilar y digerir.
Desde hace algún tiempo, luego de lo que viví en 2014 y 2017, tengo la fuerte impresión de estar en un país con profundos contrastes y que esto deja una huella imborrable en mí. No sé si para bien o para mal. Tomaré como contexto la manifestación pacífica del pasado 30 de julio de 2024 para tratar de explicar mejor esto.
La foto que acompaña este artículo es parte de ese día y no puede ser mejor ejemplo de lo que trato de expresar. A primera vista, vemos a un hombre manifestando, en medio de un país lleno de frustración, incertidumbre, devastación, pero al mismo tiempo con fe, esperanza y que se niega a rendirse.
El hombre tiene la típica ropa de manifestante que debe protegerse del sol o de las bombas lacrimógenas, según sea el caso. Otros cargaban en sus hombros la bandera venezolana. También podías ver la franela o camisa blanca junto con un rosario, en su versión clásica o con los colores de la bandera. En resumen, la típica indumentaria de manifestante a la que estamos acostumbrados cada cierto tiempo, pero que en otro país sería casi una especie de disfraz. Esto a mí también me descoloca, que lo que me parece normal cada cierto tiempo pueda pasar como disfraz en otros lugares.
Pero también vemos al fondo, en el edificio Humboldt (1955) del arquitecto Narciso Bárcenas y del ingeniero F. Puglia, en Altamira, diagonal al Sur-Este de la plaza Altamira, un mural de Ennio Tamiazzo, quien entre 1953 y 1959 dejó su huella en Caracas y en otras ciudades venezolanas, firmando sus obras como «TAM» (ver: Rivero, Blanca: Caracas: Un Museo de Arte Urbano, Universidad Central de Venezuela, Caracas).
El fondo revela mucho. Tamiazzo, luego de vivir las dos guerras mundiales y escapar de la hambruna de la posguerra, vino a Venezuela, no a Argentina ni a México, sino a Venezuela, que, aunque estaba en medio de una dictadura militar también estaba próxima a alcanzar la democracia, aunque él eso no podía saberlo. Era la época de Pérez Jiménez y con él, edificar era sinónimo de progreso, tal como lo advirtiera José Ignacio Cabrujas en su texto «Catia a tres voces» (ver: https://milagrossocorro.com/2014/08/jose-ignacio-cabrujas-en-catia-tres-voces/). La modernidad estaba tocando las puertas, especialmente las de Caracas.
Los datos del libro de Rivero, Caracas: Un Museo de Arte Urbano lo dicen todo. El título del libro señala a Caracas como lo que efectivamente es, incluso hoy en día, un museo de arte urbano. Además, se trata de un libro publicado por la Universidad Central de Venezuela, que aunque más limitado en el espacio, es otra especie de museo urbano gracias a Carlos Raúl Villanueva y Sofía Ímber.
Los años cincuenta, la época dorada de Caracas, una ciudad considerada como el epicentro cultural de América Latina.
Parafraseando a Vargas Llosa, nunca dejo de preguntarme: ¿En qué momento se había jodido Venezuela?
La Venezuela que se niega a rendirse ante una ideología claramente destructiva y la Venezuela de las posibilidades, las potencialidades, la cultura. Son contrastes y son extremos los que vivimos a diario.
Siempre me pregunto sobre los efectos de esto en mi psique. Si estamos expuestos al calor inclemente de la calle y luego al frío del aire acondicionado, el resultado será un resfriado, ¿no?
A veces me identifico con personajes literarios que están al borde de todo. Inicié estas líneas con las palabras de Ivo Markovic a Andrés Faulques, quien le contestó: «-Pues tendrá –dijo en voz baja- que arreglárselas con lo que hay.» (El pintor de batallas, Madrid, Debolsillo, 2015, p. 290).
Me pregunto si el que está loco sabe que está loco o si el que está muerto en vida sabe que lo está. Supongo que nos toca lidiar «con lo que hay».
Si dejo más preguntas que respuestas; si estas preguntas pueden ser incómodas; si complico más el laberinto en el que muchos nos sentimos atrapados, ¿cuál sería el sentido de escribir esto?, mi respuesta desde hace algunos años es: documentar, porque creo que será de utilidad para el verdadero análisis, esta suerte de testimonio. Y si no es material para el análisis, al menos podrá servir para decirle a los que viven situaciones similares que no están solos.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional