OPINIÓN

En política, la verdad es el primer fallecido

por Gonzalo Morales Divo Gonzalo Morales Divo

«La política es la guerra por otros medios» según la célebre sentencia de Carl von Clausewitz. Y en ese sentido, tanto en un conflicto armado como en la política de todos los días, la verdad y la mentira son por igual tan letales como misiles o tanques.

Recordemos que en la década pasada, Occidente fue inundado con «fake news», bulos y todo tipo de desinformación desde Rusia, China y otros rivales, por no decir enemigos, de occidente. Eso complicó mucho el panorama de la información pública.

La religión, por ejemplo, es verdad absoluta solo para quien la cree y hay miles de creencias que chocan entre sí. ¿Cuál es la verdadera creencia para Marta? La que Marta cree. ¿Cuál es la verdad inequívoca para Jorge? La que Jorge profesa. Hasta allí llegan las verdades subjetivas o difíciles, por no decir «imposibles», como las religiosas.

Creemos que las mentiras son pecaminosas y excepcionales, que constituyen desaciertos denunciados en libros sagrados. Lamentable y maquiavélicamente no es así. En política la verdad es excepcional, rara, escasa. Si no es decididamente falsa, tiene una panoplia de híbridos: las medias verdades, la «posverdad», las famosas «verdades alternativas» de Kayleigh McEnany, y una lista larga de variaciones.

Excepto la ciencia, que puede darse el lujo de comprobar fáctica y experimentalmente un hecho, casi nada es exacto, «objetivo», externo al interés de quien la expone. Eso hace que la política sea tan existosa: los que dominen la narrativa tienen más oportunidad de mentir y salir ilesos. Algunos no, como Richard Nixon, pero no fue por la narrativa sino porques sencillamente se descubrió su plan de espiar al partido demócrata.

Pocos se salvan

Incluso el periodismo que, al reportar, se supone productor de información cierta, no lo es del todo. Hay puntos de vista, errores de interpretación, peor aún: agendas ideológicas que hacen ver que un hecho X sea Y para los liberales y Z para los conservadores. Leer Aporrea, o ver Fox y MSNBC nos lo comprueba sin disimulo.

Muchos de nosotros, inevitablemente, creen noticias falsas o tendenciosas porque «nos dan la razón», o porque «lo vemos así» sin mayor sustento investigativo; o porque mueven una causa política. De modo que no buscamos lo verdadero sino lo que nos da la razón.

De modo que, quien esté libre de pecado que lance la primera verdad. Por eso, lo del «Día de los Inocentes» es realmente 365 días continuos, porque estamos rodeados de agendas (muchas de ellas inconscientes) o porque nosotros mismos tenemos, inocente o ex profesamente, esas agendas cuya única intención es «tener la razón».

Nuestro cerebro está condicionado a torcer la realidad y reportar lo subjetivo como mecanismo de defensa o logro de una ventaja social o personal. Lo pensado se transforma en «la realidad».

Algunas conclusiones

De modo que somos inocentes al creer que poseemos una verdad y lo que tenemos es una agenda, lo sepamos o no. Usamos la mentira o la manipulacion porque nos da ventajas evolutivas: nos muestra más inteligentes o fuertes de lo que somos; nos hacer salir de entuertos; nos salva de tener experiencias desagradables.

Poco a poco nuestra mente purifica las mentiras, de modo que son «nuestras verdades», solo que «incomprendidas» por los demás. La gran mentira, pues, es que las mentiras son la excepción. La verdad más comun es una media-verdad. Solo la verdad nos haría «liebres», capaces de saltar esos terrenos pedregosos de las medias verdades y las «verdades alternativas».

Ahora ¿se puede hacer algo al respecto? Claro. Pero requerirá mucho autoconvencimiento, logro de consenso en grupos de opinión, argumentos sólidos sobre las ventajas de exponer los hechos tal cual son y otras acciones que comentaré en artículos próximos.

Si no lo hacemos, nuestra sociedad se convertirá en un pequeño caos de cinismo e incredulidad. ¿O ya lo es?

Artículo publicado en El Político