Quienes creían ciegos en el «diálogo negociado» de México fijaron parte sustancial de sus expectativas, o de algún modo los acaramelaron con la idea de que esa reunión de fluxes engominados traería estupendas consecuencias para todos los venezolanos. Nadie pensó en el chiste de involucrar a los guyaneses que ahora hasta en la ONU reclaman derechos inexistentes.
Entre esas supuestas positivas consecuencias maceradas estaba, desde luego, la creencia ingenua de que en escasos dos meses y medio las elecciones regionales trampeadas desde el día primero que asumió la Asamblea Nacional desconocida -con más que justa razón- por el mundo entero, exceptuando China, Rusia, Turquía y, seguramente los talibanes, serían elecciones más limpias que el agua del Guaire revolucionario. Observables, verificables, tragables. En el festín variopinto estarían así todos los partidos y los candidatos, para justificar el remoquete de «megaelecciones». Ingenuos. A México el régimen va por dinero y por librarse de sanciones, además de garantizarse un intubamiento de legitimidad. La representación de quienes fingen oposición van por lo mismo.
Un titular de El País señalaba el 3 de septiembre que: «El diálogo de Venezuela en México se reanuda con el foco puesto en las elecciones de noviembre». Pues el foco lo extraviaron mucho antes de ir. ¿Cuales condiciones? El ventajismo campea, como los inhabilitados, presos, exiliados, candidatos y partidos comprados y pagados verde sobre verde, más otras componendas como las divisiones propiciadoras del triunfo «oficial». ¿Qué vendría a observar la Unión Europea? Una ristra de entuertos electorales. Ninguna irregularidad parece inmutar a los permeados rectores dizque unitarios del CNE. Uno de ellos salió vociferando necedades estos días, hablaba con desfachatez inaudita de la poca importancia de semejantes detalles para una elección. Complaciente el tipo.
Las «elecciones» de noviembre son lo que se sabía que eran desde el principio, aun antes del invento de México: una proyección absurda de aquella Asamblea Nacional invalidada de diciembre pasado. Así de embarrada queda la «megaelección». Con la repartición de unas cajitas de comida entre sus acólitos y una mínima inyección de dinero fresco comunal, el régimen garantiza la movilización de sus fichas adiestradas -no tantas, pero suficientes. Los que hacen el papel mal hecho de opositores en el reparto fingirán que luchan por el triunfo, esperando el tiempo necesario para reconocer su calculada derrota.
Ningún aspaviento de estos servirá de nada en función de liberar al país. Ni México, ni las «megaelecciones», ni algún otro imprevisto que le surja a las mentes del régimen para su protección en el tiempo. Replantearse una lucha más efectiva para lograr el propósito de desplazar a los terroristas del poder es tarea urgente a precisar en este final de año. La estabilización del régimen producto de México y las elecciones del fraude debe ser combatida por el contrario con una fortaleza y firmeza mayores, si se quiere no lograr una suprema decepción. El 21 de noviembre podría ser una fecha traumática para los ingenuos que elaboran malamente las elecciones con el régimen como una alternativa para conquistar el poder y desplazar a los rojos. La lucha es contra ellos, no con ellos. Toda confusión generada para desconocer esa máxima se paga con mayor prolongación del régimen en el tiempo. En México no se perdieron las «elecciones» regionales, constituyen una derrota a la lucha de los democratas desde su malévola gestación y aceptación, por contradictorio que luzca el enunciado.
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