La prioridad del gobierno venezolano que resulte de unas próximas elecciones libres, cualquiera que éste sea y cualquiera sea su orientación, será el resolver su colosal problema de deuda externa. Se trata nada menos que de una deuda de la República y de Pdvsa superior a los 140.000 millones de dólares, sin contar con la que se añada por nuevos reclamos o casos pendientes de arbitraje. Esta deuda resulta ser la que representa el mayor porcentaje del PIB de todos los países del planeta. Es preciso hacer notar que, a esta hora, no se conoce el monto de la deuda global con China, que está siendo servida con petróleo por Pdvsa. Es posible estimar, de acuerdo al criterio de algunos expertos que ella sobrepasaría los 15.000 millones de dólares.
Será, por tanto, imprescindible contar con un ambicioso y exigente esquemas de refinanciamiento que deberá ser negociado con todos los acreedores. No solo se trata de poner la casa en orden, se trata de devolverle al país la capacidad de crecimiento usando el financiamiento de terceros y gozando de su confianza, todo ello dentro del marco de un acuerdo con el FMI. El discurso de Carlos Hernández Delfino en su incorporación a la Academia de Ciencias Económicas es un aporte de primer orden para dimensionar el cuadro global de la situación de la economía venezolana y el marco de referencia necesario para comenzar a dar los primeros pasos.
A solo un año para que el Fondo Monetario Internacional cumpla ocho décadas de existencia, su capacidad para responder a las crisis y atender a las nuevas necesidades y urgencias será, sin duda, tema de muchos análisis. Creado en julio de 1944, el FMI ha sido una de las instituciones económicas internacionales más importantes para el propósito de garantizar la estabilidad macroeconómica mundial. Un reciente artículo de The Economist de abril de 2023, se pregunta, sin embargo, por los factores que ponen actualmente en duda la capacidad de una institución a la que el autor del artículo percibe atrapada entre las políticas de Estados Unidos y China.
Uno de sus problemas acuciantes tiene que ver con la falta de capacidad de algunas economías de ingresos medios, que acuden recurrentemente a solicitar apoyo del Fondo para llevar a cabo las reformas exigidas. Desde 2000 a la fecha, Pakistán ha pasado 14 años en alguna forma de evaluación de emergencia del FMI, lo que ha significado siete programas de préstamo, tres de los cuales no ha logrado pagar. No es el único caso. Egipto ha recibido cuatro programas en menos de una década. Argentina, ha tenido que comprometerse a alcanzar objetivos exigentes en su rescate más reciente por valor de 44.000 millones de dólares.
Es el caso que la reestructuración de las deudas insolutas pasa por la necesidad de efectuar una disminución neta, una rebaja del monto de la deuda acumulada por parte de los acreedores. China como país financista no considera, de manera alguna, esta vía como aceptable. En ningún caso una deuda puede ser reducida en su monto. No cabe duda, pues, que el ascenso de China en los últimos 20 años como un gran acreedor de un alto número de países en el mundo, y particularmente de países con economías débiles, incide en la capacidad de maniobra del FMI a la hora de la reestructuración de deudas. Al menos 65 países le deben a China más del 10% de su deuda externa. La diferencia de criterios y de normas de la banca china con el FMI no solo provoca desacuerdos. Hace, además, largo, penoso y tortuoso el proceso y la consecución de una negociación exitosa. Ello sin adentrarse aún en las dificultades para lograr la disciplina necesaria de los países deudores para reordenar su economía y atender otro tipo de requerimientos de salud financiera, ortodoxia económica y racionalidad cambiaria.
La pregunta crucial ahora es cuándo y cómo prepararnos para renegociar la deuda, cuál estrategia seguir para ajustarnos con el mayor provecho a las condiciones que establezca el FMI y, en general, el mercado de refinanciamiento. La tarea será titánica para el equipo que la asuma.
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