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En la estela de Beryl: huracanes y tormentas tropicales, un problema de educación ambiental

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Imagen satelital en la que se observa el huracán Beryl, el día 1 de julio de 2024, a la 15:40 hora legal venezolana, ya afectando la región nororiental de Venezuela. Este tipo de imágenes, conjuntamente con los radares meteorológicos Doppler y los pluviómetros automáticos instalados en las cuencas altas de los cursos de agua, constituyen valiosas herramientas para la emisión de alertas tempranas que permiten la evacuación tempestiva de la población amenazada. Fuente: Plymouth State Weather Center

Los huracanes, junto con las depresiones y tormentas tropicales, son perturbaciones ciclónicas que se forman en la zona intertropical, en regiones oceánicas donde las temperaturas alcanzan unos 27 centígrados desde la superficie hasta 200 pies de profundidad, aproximadamente. El sistema se califica como huracán, voz de origen maya-quiché, cuando la velocidad sostenida del viento alcanza 119 kilómetros por hora, aunque en los huracanes mayores se registran ráfagas de más de 250 kilómetros por hora. Tales características confieren a estas perturbaciones atmosféricas un gran poder destructivo, sobre todo por las inundaciones que generan en las regiones costeras debido a las mareas ciclónicas, así como por las lluvias de extraordinaria magnitud que pueden producir en las cuencas hidrográficas afectadas por las bandas de nubes –los llamados “coletazos”-, que forman parte de la estructura del huracán.

Esto último ocurrió a principios del presente mes en la cuenca del río Manzanares, al paso del huracán Beryl, con muy lamentables consecuencias para la ciudad de Cumanacoa y poblaciones cercanas. Es de interés destacar que Beryl se originó por la rápida evolución de una onda tropical, situación meteorológica que suele afectar la zona septentrional venezolana, con mayor frecuencia durante los meses de mayo a noviembre. Cabe recordar que fue una perturbación de este tipo el principal factor causante de las graves inundaciones en la urbanización El Castaño (Maracay, estado Aragua), el día 17 de octubre de 2022.

Impactante imagen de la inundación de una calle de Cumanacoa (estado Sucre) por las aguas desbordadas del río Manzanares, el día 2 de julio de 2024. Fuente: Redes sociales

Probablemente, la primera tormenta tropical documentada en la historia de Venezuela sea la que afectó severamente a la península de Paraguaná el 23 de septiembre de 1877, cuyos efectos relató prolijamente la dama francesa Leontine Perignon de Roncajolo [1]. Ya en el siglo XX, se tienen noticias del ciclón que impactó con graves consecuencias la región nororiental del país entre el 27 y 28 de junio de 1933, descrito detalladamente por el cronista margariteño don Ángel Félix Gómez [2]. Otros hitos destacables los constituyen el huracán Hazel, en octubre de 1954, a cuyo paso el Observatorio Cajigal registró uno de los montos mensuales de precipitación más altos de su historia y la tormenta tropical Alma, en agosto de 1974, causante del accidente de una aeronave de la Línea Aeropostal Venezolana, cuando impactó contra el cerro El Piache, en la isla de Margarita, suceso en el cual perdieron la vida 47 personas. Pocos años después, en 1979, el huracán David generó intensos procesos erosivos en Isla de Aves, posesión venezolana situada a 670 kilómetros al norte de La Guaira, de gran importancia para la soberanía marítima del país.

Seguidamente, hay que reseñar las inundaciones y deslizamientos que ocasionaron la tragedia del Parque Nacional Henri Pittier y de algunos sectores de Maracay, el 6 de septiembre de 1987, eventos producidos por intensas lluvias en la cuenca del río Limón, que estuvieron asociadas a condiciones meteorológicas regionales generadas por una depresión tropical –estadio previo a una tormenta tropical-, la cual se encontraba estacionaria frente a las costas caribeñas venezolanas [3].

Sin embargo, ha sido la tormenta tropical Bret, en agosto de 1993, la perturbación ciclónica que causó más daños en Venezuela, con un saldo de al menos 120 fallecidos, varios centenares de heridos y más de 4.000 damnificados. Otros huracanes dignos de mención por los daños ocasionados en algunas regiones venezolanas son César (1996) e Iván (2004), además del huracán Julia, que el día 6 de octubre de 2022 descargó fuertes precipitaciones en la península de Paraguaná.

Conviene diferenciar, en esta breve reseña, eventos meteorológicos de origen extratropical (frentes fríos y vaguadas), como los que provocaron las precipitaciones de extraordinaria magnitud en diciembre de 1999, en los estados Vargas y Miranda; febrero de 2005, en el valle del Mocotíes, (Mérida) y noviembre de 2008 en varias regiones venezolanas; así como los eventos pluviométricos torrenciales a escala local, cuya evolución se enmarca en la dinámica estacional de la convergencia intertropical (CIT). La actividad convectiva en el seno de la CIT, generó las intensas precipitaciones que produjeron las inundaciones y deslizamientos en Las Tejerías (estado Aragua), los días 8 y 9 de octubre de 2022, tras el paso del huracán Julia.

Desde luego, para la población todas estas situaciones meteorológicas pueden constituir amenazas, entendidas como las probabilidades “de ocurrencia de un evento potencialmente desastroso durante cierto periodo de tiempo en un sitio dado” [4]. Las amenazas serán tanto más severas cuanto mayor sea la vulnerabilidad de los habitantes de ciudades y pueblos. Sin embargo, sus impactos pueden prevenirse y mitigarse por medio de la gestión de riesgos, conceptuada como la “capacidad de desarrollar y conducir una propuesta de intervención consciente, concertada y planificada, para prevenir o evitar, mitigar o reducir el riesgo en una localidad o en una región, para llevarla a un desarrollo sostenible” [5]. Así, resulta obvio que no es pertinente hablar de gestión de riesgos cuando se están atendiendo contingencias ocasionadas por algún fenómeno natural, como los antes citados.

Existen claros indicios respecto a que los eventos meteorológicos potencialmente peligrosos, tanto de origen tropical como extratropical, podrían ser más frecuentes y violentos en la medida en que se intensifique el cambio climático. Lo anterior subraya la urgencia de que estos temas se incluyan como prioridades en los programas de todos los niveles de la enseñanza, por medio de la educación ambiental, entendida como un elemento transversal, pero con mayor énfasis en los cursos directamente relacionados con el medio ambiente, como las Ciencias de la Tierra, asignatura lamentablemente venida a menos en los planes de estudio oficiales más recientes.

Carecen de sentido, pues, ciertas propuestas de crear nuevos órganos burocráticos destinados a la atención de emergencias hidrometeorológicas y para evitar que tragedias como las de Cumanacoa se repitan en un futuro, allá, en las riberas del Manzanares, o en cualquier otro lugar de Venezuela. De lo que se trata es de fomentar la cultura de la prevención, basada en las experiencias y amplios conocimientos acumulados, lo cual sólo se logra valorando y potenciando la educación como herramienta privilegiada, a fin de liberar al ser humano de la miseria y de la vulnerabilidad que conlleva la ignorancia.


[1] Perignon de Roncajolo, L. (1991). Recuerdos de Venezuela. 1876-1892. Caracas: Fundación de Promoción Cultural de Venezuela.

[2]. Gómez, A. F. (1983). El huracán de 1933. Santa Ana del Norte: Fundación Neoespartana de Cultura.

[3] Foghin, S. (2002). Tiempo y Clima en Venezuela. Caracas: UPEL.

[4] y [5] Norma Venezolana. (2001). Gestión de riesgos, emergencias y desastres. Definición de términos. Caracas: Fondonorma.

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