OPINIÓN

En la deslumbrante espesura de mi memoria

por Rodolfo Izaguirre Rodolfo Izaguirre

Cuando afirmo que a los 93 años cumplidos estoy aprendiendo a vivir es cierto. Comienzo a comprenderme a mí mismo. Miro hacia atrás y veo a un ser que no me gusta, desapruebo su manera de comportarse con los demás, abrazado a una presunción que trata de ser intelectual sin lograrlo y disfrutando con penoso esfuerzo de alguna sonrisa ocasional e indiferente de quienes creen conocerme. Y trato ahora de esmerarme, ser más sincero en los afectos, menos seguro o jactancioso, más espontáneo. Trato de no ser tan atrevido, de ser más cauteloso en el sentido de la aventura. Lo primero que hice ha sido desertar de las ideologías, cualquiera que ella sea y obedecer tan solo a mi propio pensamiento: quiero decir, no depender de ningún pensamiento ajeno y tomar de éste lo que considere digno de sumar al mío; y al hacerlo he comenzado a sentirme más libre, más ágil y comprensivo al punto de que no califico ni juzgo a nadie, no califico a nadie de adeco o copeyano,  sino que me refiero a seres demócratas como yo porque a los de pensamiento único, abusivos y autoritarios, no los califico porque no hago distinciones entre los feroces animales de la selva.

Recuerdo bien cuando llegué con pena pero sin gloria a los cincuenta años y le dije a Belén: «Hoy cumplo 50 años, a partir de este momento diré Sí cuando deba decir sí y No cuando deba decir no porque hasta ahora siempre he dicho y hecho lo contrario y lo primero que haré es decirle No al Partido Comunista a pesar de no haber sido nunca militante sumiso u obediente sino un triste y despistado compañero de camino.

Ha sido lo único que he logrado cumplir porque seguí negando y afirmando lo que no debía afirmar a negar. ¡Al menos me salvé de estar hoy apoyando a quienes por autoritarios no debo apoyar políticamente!

Y siento que comienzo a ser otro. Leo con entusiasta devoción a autores que nunca asomaron sus nombres  entre los libros de mi biblioteca: los llamados «clásicos»: Séneca, Plotino, Cicerón y encontrar deleite y sabiduría en sus textos dolorosamente difíciles para el muchacho o para el temerarios joven sexi ñángara que fui alguna vez y gracias a mi propia, serena y avanzada edad comienzo a familiarizarme con personajes célebres por la inteligencia o por sus lujos y placeres en la Grecia antigua y en la Roma de magistrados que en sus edictos anunciaban al pueblo las normas a las que debían ajustar sus acciones; filósofos epicúreos o estoicos; un mundo de físicos, dialécticos, músicos, gramáticos y artes retóricas que impulsan mis propósitos de conocerme mejor.

Plotino se sumerge en los océanos del Alma, la Belleza y la Contemplación  mientras Cicerón lo hace explorando el sumo bien y el sumo mal y Séneca se refiere a la constancia del sabio, a la brevedad de la vida y a la tranquilidad del ánimo, todos ellos dueños de un lenguaje de mucho resplandor.

Aunque parezcan desconectadas en el tiempo son lecturas que me enseñan a vivir en momentos como el que sufrimos en la hora actual, duros y afligidos, lacerados no solo por la intemperancia que nos castiga sino por la dolorosa certeza de que son pocos los que leen y muchos los que han dejado de vernos a los ojos y solo miran la bolsa de comida que llevamos en la mano.

Curioso que Plotino persista en navegar en la belleza con lenguaje de intensas ideas y pocas palabras atacado como estuvo por una grave enfermedad de la piel que le  produjo úlceras en las manos y en los pies, enroqueció su voz, se le debilitó la vista y no se bañaba. Murió mal a los 66 años.

Y así sigo viviendo, despojándome poco a poco de pertenencias que antes consideraba imprescindibles; venerando a los amigos que desertaron y no están físicamente junto a mí, pero invadido por la deslumbrante espesura de mi memoria.