Colombia superó esta semana los 165.000 casos de infectados de COVID-19 y las victimas mortales del tenebroso virus se acercan a 6.000. Iván Duque y su equipo de gobierno han utilizado cuantas herramientas están a su alcance para intentar detener la pandemia, pero su caso no es diferente al de otros países de nuestra región. La contaminación llegó después de que se estaba controlando en Europa, pero su voracidad ha sido inmensa. Al igual que en otras latitudes, han ido aprendiendo de las experiencias ajenas sin aventurarse a innovar demasiado con relación a un tema en el que no existen precedentes conocidos.
Los medios de comunicación se han convertido en instrumentos útiles para alertar a la población acerca de lo imperativo de la proactividad colectiva en la contención del mal, pero la indisciplina que es consustancial a la falta de conciencia sobre la letalidad del mal penaliza crecientemente al colectivo, mientras los responsables de los temas de salud no cejan en sus esfuerzos por evitar que se llegue al límite de lo inmanejable
La saturación de las unidades de terapia intensiva de hospitales y clínicas está a la vuelta de la esquina, mientras las autoridades se desgastan en mantener en el aire todas las pelotas a un mismo tiempo: cuarentenas estrictas, normas de restricción a la movilización ciudadana, alertas comunicacionales a la ciudadanía, sanciones a los infractores, acondicionamiento de clínicas y hospitales, procura de equipamiento de respiración artificial, entrenamiento del personal sanitario en su uso y muchos otros instrumentos más.
Un estudio realizado por la revista Semana hace pocos días revelaba que, a la rata de crecimiento actual de los contagios, el país podría alcanzar para finales de mes los 9.350 fallecidos. Este mismo trabajo llamaba la atención sobre la desenfrenada carrera de cada una de las ciudades por dotar a sus hospitales de equipos para atender casos graves, después de haberse comprobado estadísticamente que 1 de cada 5 de los contagiados en todo el país son atendidos en centros de salud –el resto es tratado en sus domicilios– y que, entre los internados, hasta 5% requiere de terapia respiratoria. Estas cifras están al alcance del público interesado, lo que debería contribuir a alertar sobre la importancia de la protección individual y lo vital de la detección temprana del virus. A pesar de todo, la marcha es inexorable. Hay plena conciencia de que el país se encamina a gran velocidad a una situación humanitaria severa, para la que es preciso estar preparados.
Preservar la vida de los colombianos es, sin duda, la primera prioridad; pero pensar en el día de mañana es igualmente la responsabilidad de quienes conducen el país. La anticipación de un drama económico está en el tapete, al igual que la búsqueda de medios para aliviar los estragos y para rescatar al país de sus efectos. En los momentos en que la pandemia comenzaba a manifestarse, Fedesarrollo alertaba sobre cinco efectos anticipables: menor consumo, mayor desempleo, caída de la renta petrolera, crecimiento del déficit y deterioro de las calificaciones de riesgo son consecuencias del virus. Ya para esta hora todos ellos se están manifestando de manera lapidaria y con una potencia superior a la vaticinada. Para solo citar una de las variables, según ANIF se han destruido ya 5 millones de puestos de trabajo. La tasa de desempleo alcanzó máximos históricos y ya sobrepasa 22%, para ubicarse como la más alta de toda América Latina.
El panorama es aterrador. Si el país neogranadino crecía, en lo económico, a un ritmo de 4,1% en el primer bimestre, para el momento presente la caída de la economía se acerca ya a 6,4%. La Universidad de los Andes ha anticipado un crecimiento de la pobreza que podría afectar a 7,3 millones de personas, es decir, un incremento de 15 puntos en los niveles de pobreza.
Hay que desear que tengan la destreza necesaria para escoger bien entre las opciones de actuación que se van dibujando. Ya pagaron muy caro la decisión de eliminar por 24 horas el IVA en un grupo de productos, lo que provocó una avalancha de compradores de tal magnitud, que redundó en el peor día de la pandemia hasta el presente. Y lo que era inevitable: produjo una severa penalización al presidente por la torpeza de la medida.
Solo hay que concluir afirmando que la incertidumbre es lo que domina los escenarios. Por todo ello, en la Casa de Nariño no se duerme.