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En la agenda europea

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El lugar y sentido que tiene Venezuela en la agenda europea parece estar cambiando: pueden pesar en ello razones propiamente europeas, no solo de países específicos sino del conjunto de la Unión; pero además parece tratarse de una reevaluación de la situación venezolana.

Felizmente, el 26 de mayo, se celebrará la Conferencia de donantes en solidaridad con los refugiados y migrantes venezolanos en medio de la pandemia Covid-19 . Antes, el 13 de mayo, ya fue facilitado desde Estocolmo un encuentro en el que representantes de la Unión Europea, las Naciones Unidas, el Vaticano, Rusia, Canadá, Estados Unidos, México, Noruega y Suecia exploraron posibilidades de negociación de un acuerdo, especialmente en lo humanitario, pero sin descartar un escenario político, por lo que nos es dado conocer de una cita muy discreta, sin declaraciones al final. Todo ese esfuerzo es, debe ser, expresamente bienvenido y agradecido: nada de lo que sigue se propone disminuirlo.

El caso es que la atención de Europa sobre la crisis venezolana se mantiene, pero conviene preguntarse ¿en qué condiciones?, ¿con cuáles prioridades?

En octubre del año pasado, la primera Conferencia de donantes fue convocada por la Unión Europea y las Naciones Unidas. Su Declaración final, a partir del reconocimiento de la grave crisis política, económica y de derechos humanos en Venezuela, así como de respaldo y recordatorios a los países receptores de migrantes, se centró en los aspectos institucionales y en la coordinación con la respuesta regional que promovían los países del Proceso de Quito, entonces activo. Mientras tanto, se atendía la crisis política en declaraciones con alertas, llamados y apoyos a los diálogos y negociaciones de 2016-2017 y 2019. Desde comienzos del año pasado el Grupo Internacional de Contacto -formado por países europeos y latinoamericanos- ante el agravamiento de la emergencia humanitaria, el flujo de emigrantes, las violaciones de derechos humanos y la crisis política, se pronunciaba en apoyo a la movilización de recursos a través de canales independientes y no politizados para el acceso de la ayuda humanitaria y la atención a los migrantes y refugiados en países vecinos; a la vez, promovía el acercamiento con actores internacionales para sumar esfuerzos a la solución de la crisis política. Entre esos acercamientos para concertar esfuerzos internacionales, no obstante los diferentes acentos de sus propuestas, se produjeron algunos encuentros con el Grupo de Lima, entonces muy activo.

Menos de un año después el panorama europeo es diferente, también el del muy acontecido espacio regional latinoamericano y especialmente el venezolano, en el que la escalada represiva ha encontrado las fórmulas para reforzar el control político y social en medio de una emergencia humanitaria que no deja de agravarse, ahora bajo los impactos sanitarios y políticos de la pandemia que tanto aísla al país.

Desde comienzos de este año la Comisión se ha asumido, bajo su nueva dirección, como una Comisión Geopolítica una de cuyas orientaciones ha sido reforzar la presencia europea en el mundo, pero sobre todo consolidar su esfera de influencia, con mayor atención a su vecindad africana, en el Medio Oriente y ante los desafíos de Turquía, Rusia y China. Viajes, reuniones, iniciativas y decisiones evidencian el compromiso con las orientaciones trazadas, que no deja de lado las razones de derechos humanos pero que -en medio de la pandemia- no escapa a las consecuencias de su politización, particularmente por China y Estados Unidos.

En efecto, a tradicionales y nuevos énfasis se ha añadido en los meses recientes el del covid-19 con sus demoledores efectos en las economías de nueve países de la zona del euro, sobre lo que aún no hay medidas acordadas y está apenas sobre la mesa una propuesta negociada por Francia y Alemania. Más allá del vecindario cercano, el distanciamiento de Estados Unidos desde el marcado unilateralismo de la presidencia de Donald Trump, se ha manifestado en asuntos de mucho interés para Europa, tales como el abandono de las negociaciones de un tratado trasatlántico de comercio e inversiones, la denuncia del Acuerdo de París sobre cambio climático y del acuerdo nuclear con Irán, las amenazas y alejamiento de la Organización del Tratado del Atlántico Norte y la exigencia de decisiones para la contención de China.

En realidad el cada vez menos disimulado impulso geopolítico global de China es problemático para Europa y su cercano vecindario. Esto se ha hecho más evidente en torno a las propuestas de investigaciones independientes sobre el origen y evolución inicial del covid-19, la politización de las ayudas y la rudeza de las reacciones diplomáticas y políticas chinas, así como su fuerte incidencia en la Organización Mundial de la Salud. En un artículo reciente del alto representante, Josep Borrell, expresaba que la posición de la Unión Europea ante China se ha vuelto “más asertiva y realista”, incluyendo el fortalecimiento de relaciones con otros países  de Asia, desde la franca consideración de China como socio en algunos temas, contraparte en negociaciones en las que debe lograrse el balance de intereses, competidor económico en busca de liderazgo tecnológico y rival sistémico que promueve modelos alternativos de gobernanza.

En este cuadro de prioridades y urgencias se produjo la reunión a la que invitó Suecia y está por darse la segunda Conferencia de donantes, convocada conjuntamente con la Cancillería de España, para  apoyar a los países vecinos receptores de migrantes venezolanos. Sin desmerecer el hecho de que se siga actuando ante la crisis venezolana ni mucho menos menospreciar que se dé a su dimensión humanitaria el trato urgente que amerita, estas convocatorias transmiten el debilitamiento de la atención al piso político de la crisis, que está en su origen y su agudización, y no tiene por qué competir con lo humanitario. Esto obliga a hacerse muchas preguntas y tienta a formular conjeturas, no para hacer reproches a Europa, sino para analizar sus razones.

Arriesgando conclusiones en trazos gruesos, aparte de los trastornos que producen las urgencias económicas y epidemiológicas presentes, lo considero atribuible a la decreciente posibilidad de concertar iniciativas en la Unión y con otros gobiernos que por su cercanía o por su peso son significativos en el apoyo a la causa de la democracia en Venezuela; a la disposición desafiante de los aliados del régimen venezolano que no corren costos ni riesgos mayores y, en todo caso, se ven compensados con beneficios materiales y geopolíticos; también, y no por último de menor importancia, a la creciente ambigüedad, limitaciones y contradicciones en el mensaje y las estrategias de los interlocutores democráticos venezolanos.

Finalmente, lo fundamental en lo que debemos insistir, una y otra vez, es en dar la bienvenida y el mayor agradecimiento a la iniciativa para atender con sentido de urgencia y eficiencia la tragedia humanitaria vivida por los venezolanos, fuera y dentro de nuestras fronteras.

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