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Los medios de comunicación siempre han sido un problema mayor de nuestras sociedades. Desde que nacieron, uno diría que está en su naturaleza. Si alguien maneja la audiencia pública tiene un  enorme poder: difundir lo que piensa y por ende poder sembrarlo en la cabeza de los demás, o tratar de hacerlo. El que recibe la andanada de palabras o imágenes o sonidos diversos los digiere y los hace suyos, raras veces, no va a seguir a ninguno para la salud de su espíritu. Si algo ha transformado la humanidad es el desarrollo vertiginoso en los últimos siglos de la capacidad comunicacional de grandes cantidades de individuos de las maneras más intensas y extensas. Pero referirnos a ello sería tarea de gruesos volúmenes y no de un pequeño artículo. Solo quiero decir que el mundo ha sido penetrado por palabras e imágenes a tal punto que podemos decir que ellas son factor decisivo de cuanto ocurre en él, desde la compra de su carro hasta la elección de un presidente o la idea que usted se hace de la existencia de algún dios o de sus convicciones morales.
A tal punto que algunos pensadores piensan que a estas alturas todo lo que pensamos es producto de  los gestores de los aparatos  que hacen pensar colectivamente. A lo mejor una exageración, pero en todo  caso se apoya en verdades  como un templo.
También quiero agregar que además de los adelantos técnicos que nos deslumbran, usted puede oír la  grandiosa Novena Sinfonía en su minúsculo teléfono, hay una serie de demonios que viven en ese espacio comunicacional. El más esencial de todos es que el que habla tiene un inmenso poder sobre el que oye. Baudrillard llamaba a la televisión “la palabra sin respuesta”. Por tanto, crea una de las mayores desigualdades que padecen los terrícolas. Hablan en general el poder y el dinero. Se trata de  algo irremediable. No me diga de la democracia de las redes y similares, porque le recordaré aquello del gran Umberto Eco de ”las cloacas de  la  información”. Elon Musk sabe de eso. Y además quiero agregar que muchos dicen que vivimos en la  era de la mentira, de la no verdad, y que esa avalancha ilimitada de los medios está poblada de ellas, de los bulos. O  sea que vivimos en medio  de una tormenta que  nos alimenta y nos aplasta, cada día. Punto y aparte.
En Venezuela, los medios audiovisuales, que son los que dominan crecientemente, siempre han sido basura. Aun antes de la tiranía. Incultura y publicidad, en manos irresponsables y ávidas de dólares, como diría André Breton. Pero por malas que fuesen, lean a Antonio Pasquali,  se quedan en pañales al lado del monstruo que han creado los agentes de la incultura y el espíritu totalitario del chavismo. No solo acabaron con la prensa escrita sino que sus sustitutos, muy empobrecidos que son los humildes portales  de su laptop, además han sido censurados y usted tiene que hacer filigranas tecnológicas para poder leerlos. Y ojo y si se ponen muy vainosos porque se llevan presos a los periodistas. LA TV fue, muy calculadamente,  devorada por el Estado o sus cómplices y dejaron algunas plantas sumisas, incapaces de disentir mínimamente de la voz del jefe. A eso súmele la pobreza generalizada del país y la mentalidad cuartelera y tiránica del régimen y contemplará el más  espantoso espectáculo posible, y la causa de la desinformación y  la incultura de las mayorías.
Y, sin embargo, alguna vez los más desoyen y se rebelan, la mente y el corazón responden a la manipulación de todos los días. Ha sucedido no ha mucho.

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