“Hay que ponerse la máscara… Pero no cualquier tipo de máscara, solo la N95… Pero no compren esa máscara porque luego se agota y las necesitamos para nuestro personal de salud… Las que tienen que comprar son unas que no protegen, pero son mejor que nada…”
El que no estaba completamente confundido, no estaba entendiendo nada. Ese era el contexto que se vivía en el mundo cuando Los Amigos Invisibles quedamos desempleados, hasta nuevo aviso, dejándonos con una cantidad de planes a medias y una gran incertidumbre económica. Para este año teníamos planeado capitalizar con un calendario lleno de shows la victoria de nuestro Latin Grammy en 2019, editar 3 sencillos que formarían parte de nuestro nuevo disco en 2021 y adicionalmente editar una versión aniversario remasterizada de nuestro primer disco A Typical & Autoctonal Venezuelan Dance Band, que este año cumple 25 años y que nunca se editó en ninguna plataforma digital.
Estos planes repentinamente quedaron huérfanos, y a la par, los pagos mensuales de nuestras deudas. Desde hace ya varios años Los Amigos Invisibles somos una banda independiente que subsiste del flujo de caja que generan principalmente nuestros shows y de créditos bancarios que nos permiten seguir invirtiendo en crear y grabar música, videos y su respectiva promoción en meses flojos, mientras el flujo de caja se vuelve a normalizar, obedeciendo a un modelo básico de productividad empresarial de la era moderna –aunque a veces se asemeja más al modelo de un tren antiguo al que hay que alimentar con carbón para andar–. En cualquier caso, esto nos ha dado la libertad de seguir haciendo la música que queremos, al ritmo que necesitamos, sin tener que incluir opiniones externas, y lo mejor, sin tener que entregar el master (copyright) de nuestra música por toda la eternidad a alguna disquera.
Pero el tren tuvo que parar, la pandemia lo paró y nos dejó sin carbón y sin dirección. En un período de dos semanas tuvimos que asimilar nuestro estatus laboral y su duración (hasta que se descubra la vacuna), tuvimos que manejar el miedo de ser contagiados o de que se contagiase alguno de nuestros seres queridos en grupo de riesgo y al mismo tiempo comenzar a vivir los estragos del encierro y de la nueva convivencia –lo que no es poca cosa–. Según cuentan los expertos que se dedican a estudiar los efectos del encierro en carreras que lo requieren (astronautas, militares, etc.), este deja una huella imborrable en la psique. Los humanos al parecer somos animales sociales, cosa que he podido constatar porque a mi animal social el encierro no le ha sentado nada bien.
En el artículo titulado “El coronavirus, un desastre especial en la salud mental”, que publicó hace pocos días la revista americana The Atlantic, se describen los efectos psicológicos de una pandemia en las diferentes sociedades del mundo y en específico el efecto psicológico devastador que tuvo en la sociedad hongkonesa la del SARS en 2003, la cual cabe destacar apenas duró solo 3 meses. También muestra los números del instituto del censo de Estados Unidos, que indican que una tercera parte de la población americana en estos momentos está sufriendo severos casos de ansiedad, así como el resultado de la última encuesta de una ONG que se dedica al estudio de la salud mental (The Kaiser Family Foundation), que señala que la pandemia ha afectado negativamente a la salud mental de 56% de los adultos americanos. Estos números pertenecen a la sociedad norteamericana, pero lo que nos deja entender el artículo es que no importa el país en el que vivas, las pandemias tienen un efecto en la salud mental independientemente de cuáles sean tus fronteras.
Yo no tuve que leer este artículo para saber lo que ocurría con mi salud mental. Lo de experimentar las 5 etapas de un duelo (negación, ira, negociación, depresión y aceptación), todas el mismo día y a veces al mismo tiempo, ya era una señal. Apenas tuve conciencia de esto tomé el primer avión a la Riviera Maya y desde entonces mi salud mental cambió radicalmente. Al parecer, en el mar la pandemia es más sabrosa.
Yo hubiese pensado que la mayoría de los músicos del mundo estarían pasando por alguna situación estresante parecida, después de todo, dejar de dar conciertos de manera regular por un período de meses indefinidos no es poca cosa para cualquier artista, y sin embargo, no dejaba de leer en redes sociales lo productivo y lo creativo que estaban siendo muchos artistas aprovechando este tiempo muerto. Me empezaba ya a preguntar si me estaba perdiendo de algo, por lo que llamé a algunos amigos colegas para que me comentaran su experiencia de estos meses.
“Pensé que iba a componer más, pero al mismo tiempo sentí que era un buen momento para parar y bajarle a este ritmo de productividad en el que a veces uno se afana”, me dijo Héctor Buitrago, bajista de Los Aterciopelados, desde las afueras de Bogotá. “En la primera etapa de esta pandemia sí se sintió una suerte de miedo colectivo, pero en términos generales he estado bastante bien, tranquilo con mi familia, acá donde vivo estoy rodeado de espacios verdes y eso nos ha ayudado”, agregó.
De manera similar C-Funk, guitarrista fundador de Los Tetas, me contó desde su casa en Santiago de Chile: “Sí me ha afectado emocionalmente la pandemia, pero no demasiado, más bien algo ha pasado en mi cabeza que me ha hecho tener harta inspiración. He estado haciendo hartas cosas”.
Julián Saldarriaga, guitarrista de la banda Love of Lesbian, fue aún más preciso. “El encierro no me ha supuesto un desequilibrio emocional ni he pasado momentos malos”, comentó desde su hogar en Barcelona. “He empezado a hacer unas canciones nuevas y he tocado simplemente por el placer de tocar”.
No fue sino hasta que hablé con Erik Neville, guitarrista de los DLD, que pude encontrar a alguien que podía identificarse con mi experiencia. “Sí me ha afectado emocionalmente no solo por lo de la cancelación de la gira y demás, sino por el encierro; ahí vamos remándole para salir de todo este rollo y por ahí va saliendo algo de trabajo, pero sí nos ha pegado a mí y a todos mis compañeros. El efecto en la industria ha sido devastador”, me contó desde su casa en Satélite, en el estado de México, mientras yo lo escuchaba con la profundidad con la que se oyen dos compañeros en una sesión de alcohólicos anónimos.
Más allá de que las experiencias de los involucrados en este artículo se asemejen casualmente al porcentaje de afectados por la ansiedad del censo de Estados Unidos, hablar con mis colegas y ver sus diferentes maneras de reaccionar a una misma pandemia solo me reforzó lo que ya sabía: todo es cuestión de perspectiva. Nuestra psique es como un lente de aumento. Todos vemos las mismas cosas, pero algunos necesitamos ajustar la fórmula del lente para poder verlas mejor.
A diferencia de mis colegas, yo apenas he podido conectarme con un ritmo creativo y de productividad levemente decente. Los creadores del meme viral que decía que “si en esta cuarentena no aprendes otro idioma, escribes un libro o te pones en forma, es porque no tienes disciplina” estarían muy defraudados conmigo. ¿Pero qué les puedo decir? Al menos les dejé este artículo.
Nota: Las conversaciones completas con mis colegas sobre cómo les ha ido en esta cuarentena las pueden encontrar en mi blog: http://lamusicaesminegocio.blogspot.com/
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