Francia, adonde viajamos con frecuencia para visitar a la familia, y Costa Rica, un país que, quizá más que ningún otro, se ha dedicado a la conservación del medio ambiente, copresiden la conferencia de la ONU sobre los océanos de 2025.
Esta semana, los tomadores de decisión se reunirán en Costa Rica para preparar y, entre otras cosas, presionar a la comunidad internacional para que cumpla su compromiso de proteger 30% del océano global para el 2030.
La reunión de este año nos llamó la atención, no sólo porque nos dedicamos a la conservación marina, sino porque también es una oportunidad para destacar el papel a menudo pasado por alto que desempeña la Antártida en el sistema climático de la Tierra, antes de un simposio mundial que se celebrará en Corea del Sur el próximo mes para impulsar los esfuerzos por conservar más vida marina del continente más austral.
Uno de los pasos más importantes que podemos dar para alcanzar el objetivo mundial 30×30 es crear áreas marinas protegidas (AMP) en la Antártida.
Las investigaciones han demostrado que el océano Austral, la gran masa de agua que rodea el continente, es el mayor sumidero de calor y carbono del mundo. Ha capturado casi tres cuartas partes del calentamiento antropogénico y una quinta parte de las emisiones de carbono a lo largo de los años, protegiéndonos de los peores impactos del cambio climático. De hecho, no es una exageración decir que no podemos esperar resolver la doble crisis del cambio climático y la pérdida de biodiversidad si no hacemos todo lo que esté a nuestro alcance para proteger esta parte tan importante de nuestro océano.
Pero la región está cambiando dramáticamente. Los últimos cuatro años consecutivos han sido testigos de descensos récord en el hielo marino, así como de olas de calor que provocaron un aumento de las temperaturas 40 grados Celsius por encima de lo normal durante el verano antártico.
Los cambios tienen profundas implicaciones para la vida marina del continente, socavando potencialmente sus poblaciones de krill, una fuente vital de alimento para pingüinos, focas, ballenas y aves marinas.
Estudio tras estudio ha demostrado que la mejor manera de proteger la vida marina que sufre una intensa presión ambiental es crear una red de AMP que prohíban la pesca y otras actividades industriales.
Estos santuarios brindan a los animales la oportunidad de aumentar sus poblaciones mientras se adaptan a las nuevas realidades ambientales. Además, las zonas constituyen un importante laboratorio natural para aislar los efectos del cambio climático y estudiar su impacto en los entornos marinos en este momento histórico sin precedentes.
En 2002, la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCRVMA), organismo internacional responsable de la gestión de la vida marina en el Océano Austral, se comprometió a crear una red de AMP capaces de proteger la compleja red de vida que tiene por hogar el Océano Austral. En 2009, sus gobiernos miembros identificaron nueve «dominios» de planificación o hábitats biológicamente significativos, donde las protecciones podrían tener el máximo impacto.
En ese momento, la CCRVMA había establecido recientemente un AMP para la plataforma sur de las Islas Orcadas del Sur, el primer AMP en alta mar del mundo. En 2016, creó otra AMP, la más grande del mundo, en el mar de Ross. Juntos, cubren 2,2 millones de kilómetros cuadrados de hábitat casi prístino y ya están desempeñando un papel vital para proteger a los mamíferos marinos contra impactos ambientales como las olas de calor polares. Se están estudiando otras propuestas, pero los avances se han estancado, dejando sin protección gran parte de las aguas de la Antártida.
Afortunadamente, uno de los temas de la agenda del simposio de julio es la consideración de una nueva AMP en el Dominio 1, a lo largo de la Península Antártica Occidental. Las aguas proporcionan hábitat para orcas, ballenas jorobadas y aproximadamente 1,5 millones de parejas de pingüinos Adelia, de barbijo y papúa que anidan y buscan alimento allí. Sin mencionar el krill antártico, que además de eliminar enormes cantidades de dióxido de carbono de la atmósfera al comer algas ricas en carbono cerca de la superficie y luego excretarlo cuando nada hacia aguas más profundas y frías, también proporciona 96% de las calorías para las aves marinas y los mamíferos de la Península Antártica.
Sin embargo, la zona es el objetivo de embarcaciones a escala industrial que pescan krill, compitiendo con otros depredadores de la cadena alimentaria por el recurso, incluso cuando estas criaturas se enfrentan a una batalla a vida o muerte con aguas más cálidas, la acidificación de los océanos y la pérdida de hielo marino.
Las investigaciones muestran que las tensiones acumuladas del cambio climático y la pesca concentrada ya están teniendo efectos catastróficos en la red de vida de la región. Ampliar la red de AMP de la Antártida daría al krill y a todos los animales que sustenta una oportunidad de prosperar mientras se enfrentan al calentamiento más rápido del mundo.
Ashlan y yo volvemos a menudo a la clásica película de 1978 de mi abuelo Jacques sobre el continente helado, Viaje al fin del mundo. Acompañados por mi padre Philippe, la tripulación del Calypso pasó varios meses angustiosos explorando su plataforma de hielo y se convirtieron en las primeras personas en bucear bajo sus aguas. Mucho antes de que los sofisticados modelos climáticos y la tecnología por satélite ilustraran cómo el Océano Austral hace posible la vida de todos nosotros, mi padre y mi abuelo sabían que salvando la Antártida estaríamos salvando el mundo.
Ahora, décadas después, hemos visitado nosotros mismos la Antártica y hemos visto de primera mano los cambios que está provocando la aparentemente insaciable sed de energía y recursos de la humanidad. Esos cambios son aterradores, pero esperamos que también sirvan como una llamada de atención a la humanidad de que si queremos que la humanidad tenga alguna posibilidad de prosperar en este planeta, debemos tener el valor de enfrentarnos a los intereses especiales y a la industria miope y proteger esta última frontera helada.
Phillipe y Ashlan Cousteau son oceanógrafos
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