El 23 de junio de 1723, hace 300 años, nació en Los Palacios y Villafranca, término de Sevilla, Juan Manuel Antonio Ramos y de Lora, con el tiempo designado Obispo de Mérida de Maracaibo en las Indias, diócesis creada en 1778. Presentado para esa dignidad fue preconizado por Pio VI en 1782. Consagrado en Tacubaya (22.6.1783), viajó a su Diócesis demorándose en Maracaibo. Apenas llegado a Mérida dictó el 29 de marzo de 1785 las Constituciones de una Casa de Educación, que progresó mucho en las décadas siguientes. Constituye el origen de la actual Universidad de los Andes.
La iniciativa de Ramos de Lora tuvo enorme trascendencia. La Casa de Educación, que comenzó a funcionar con una clase de gramática, pasó a ser Seminario Conciliar y se reconoció como Real Seminario de San Buenaventura en 1789. En pocos años alcanzó progreso notable, por lo que el Rey, a solicitud de las autoridades, le otorgó en 1806 la facultad de entregar grados mayores y menores. La Junta Suprema Gubernativa de la Provincia, a poco de declarar la independencia (1810), amplió la gracia recibida y le concedió el título de Universidad. Daba ya buenos frutos: de 1808 a 1811 entregó 98 títulos en Filosofía, Cánones y Teología. Cumplía así la misión que le impuso el fundador: formar a “los jóvenes inclinados al estado eclesiástico”. Y la que esperaban las elites provinciales, que pretendían el poder político: preparar intelectualmente las nuevas generaciones que debían asumir la conducción de la sociedad.
Ramos de Lora fue un civilizador, en el sentido exacto del término. Se ocupó, en efecto, de elevar el nivel cultural de la sociedad y de mejorar la formación y el comportamiento de las personas. Se preparó para esa tarea en el Convento de San Antonio de Padua en Sevilla. Allí recibió las nociones elementales de las ciencias conocidas. Ordenado sacerdote en 1746, la Orden Seráfica dispuso su traslado a la Nueva España en 1749. Inicialmente fue destinado al Colegio de la Propaganda Fide en México y más tarde a las misiones en California, donde participó en la extraordinaria experiencia adelantada por Fray Junípero Serra. Su obra en Mérida dio continuidad a la de los Conventos y del Colegio de los Jesuitas. Sin duda, inspiró otras posteriores, religiosas o civiles, que hicieron de esa ciudad un lugar dedicado al cultivo del espíritu y al encuentro de gentes que buscan el saber.
Aquella Casa de Educación fue levantada con solidez. Su fundador le construyó digna mansión, en solar adquirido con su peculio (hoy herencia de la Universidad). Y la dotó de libros y recursos. Hasta 1812 por sus claustros pasaron 431 jóvenes: 97 llegaron al sacerdocio y otros tuvieron papel destacado en la epopeya de la independencia o en la organización de la República. Convertida en institución oficial, mantuvo siempre abierta sus puertas, lo que permitió la formación de hombres útiles a la nación: entre 1832 y 1900 entregó 330 títulos de grados mayores a 208 alumnos (en filosofía, teología, derecho civil, cánones, medicina, farmacia y agrimensura). Por sus aulas pasaron muchos más (400 de ellos recibieron título de bachiller) y miles adquirieron formación elemental (en latinidad) o básica (en filosofía). Su labor fue admirable. Por eso, Rafael Caldera la llamó “machu-picchu del espíritu” y “cátedra de civismo” (El mito del andinismo).
Fue mayor su contribución al país a partir de 1928. Se ampliaron las áreas de enseñanza, con énfasis en las de carácter científico. El número de estudiantes pasó de algunas decenas a casi 2.000 en treinta años, mientras la Casa arrastraba a la ciudad en su crecimiento. Al establecerse el sistema democrático recuperó su autonomía; y recibió enorme apoyo (no sólo económico) de parte del Estado y la sociedad, pues se reconoció su responsabilidad en la construcción del futuro. Se abrieron las puertas para todos, se incorporaron nuevas materias de estudio, se fomentaron los postgrados y los programas de investigación y se extendió su presencia en la región. Cuando se cumplieron 200 años de la fundación de la Casa-Universidad la cifra total de sus egresados llegaba a 28.056 en variedad de disciplinas. Se multiplicó en las tres décadas siguientes. Ya gozaba de prestigio nacional e internacional.
En todos las épocas y geografías, los conquistadores de pueblos, así como los revolucionarios y los dictadores, para asegurar su dominación, han pretendido destruir los centros donde se busca y se transmite el saber, fuente de la cultura y la identidad. Ocurrió desde la antigüedad en las civilizaciones occidentales, asiáticas y africanas; e incluso en los siglos cercanos en Europa y América. Intentan suplantar el sistema de valores existente por uno diferente, fundamento de la nueva forma de poder. Por eso se quemó la Biblioteca de Alejandría, donde se decía que se conservaban “todos los libros” del mundo. Y se destruyó y saqueó Nalanda, guardián de las tradiciones budistas en Bihar. Y Lenin expulsó en barcos y trenes a los intelectuales rusos (la “intelligentsia”) que se tenían por opositores. Y Hitler ordenó la conversión o cierre de las más prestigiosas universidades alemanas o de los países ocupados por los nazis.
No ha escapado la Casa-Universidad de Mérida a la persecución. En 1814 cuando se restableció el poder español se ordenó su traslado a Maracaibo porque sus maestros habían animado la Revolución. El primer Monagas la privó del subsidio del gobierno y le prohibió construir sede propia porque sus catedráticos habían protestado contra el asalto al Congreso en 1848. Guzmán Blanco se apoderó de sus bienes y rentas y asumió el nombramiento de sus autoridades porque la consideraba un “nido de godos”. Cipriano Castro, andino, eliminó la Escuela de Medicina que funcionaba regularmente y otorgaba títulos porque se lo pidieron algunos de sus áulicos. Ayer no más, en 1969, sectores del claustro de Caracas, escépticos ante la capacidad de la provincia, se opusieron a la creación de la Facultad de Ciencias. Fracasaron en sus intentos, pero algunos causaron grave daño a la institución y a los pueblos que servía.
La Casa de Educación de Ramos de Lora y, en general, los institutos de estudios superiores, han sido sometidos a ataques arteros durante el “proceso de regresión política” que comenzó en 1999. Desde temprano se manifestó la intención de someterlos a control gubernamental. Meses después de la toma del poder se suspendió la elección de autoridades previstas en universidades experimentales. Luego (2003) el gobierno creó un sistema paralelo no autónomo que ha manejado discrecionalmente. Tras la derrota sufrida por el caudillo en el referéndum constitucional (2007), de la que culpó a profesores y alumnos, se congeló el presupuesto de las universidades autónomas. Eso supuso, debido a los altos índices de inflación, la disminución de los ingresos y, en consecuencia, de los sueldos y salarios, los programas de investigación, los beneficios estudiantiles y en general de los gastos de funcionamiento. En fin, a través distintos actos, se limitó seriamente la autonomía.
La agresión ha causado grave daño a las universidades. Pocas cifras bastan para mostrarlo. El número de estudiantes ha disminuido, porque sin la ayuda de las Instituciones miles de jóvenes no pueden asistir a sus cursos. Estudiar es cada día más difícil. En la UCV la matrícula pasó de 47.503 en 2008 a 31.762 en 2017 (una caída de 15.741). Ocurrió lo mismo en la ULA: de 44.488 a comienzos de 2012 cayó a 21.555 a finales de 2019. Como consecuencia, el número de egresados se ha reducido sensiblemente, lo que perjudica al desarrollo del país y, en aspectos esenciales como la educación y la salud, directamente a la población, ya afectada por la emigración de profesionales (32.000 médicos para marzo de 2020). El número de graduados estuvo en ascenso hasta los primeros años de este siglo (5.433 en 2009). Luego empezó a descender: fueron 2.084 en 2019.
Está en peligro el legado que dejara a la Patria presentida Fray Juan Ramos de Lora. Quienes dirigen el “proceso de regresión política”, decidieron la sustitución de las Casas-Universidades del saber – donde surgen las ideas que se transmiten a través de la enseñanza – por establecimientos regimentados donde sólo se enseñen tareas mecánicas básicas. Les molesta la búsqueda de la verdad, la creación intelectual, la actitud crítica. La de Mérida resistió antes los ataques de los mandones que creían poder vencer el tiempo. Resistirá los nuevos intentos. Corresponde acompañarla en su defensa. Es una exigencia del país del futuro.
@JesusRondonN