Los críticos de la no alineación geopolítica siempre la han caracterizado como una política defectuosa y condenada al fracaso, y tras la invasión rusa de Ucrania tiene cada vez menos partidarios. Al fin y al cabo, Ucrania fue invadida por no ser miembro de la OTAN, lo que llevó a Suecia y Finlandia a abandonar su tradicional neutralidad y solicitar el ingreso a la organización.
Pero mantener una postura de no alineación o abstenerse de alianzas incondicionales con las grandes potencias puede ser necesario para ponerles límites. De lo contrario, el creciente nacionalismo de las superpotencias puede llevar a un orden mundial contrario a los intereses de los demás países.
Entre las principales superpotencias del mundo hay un auge del nacionalismo económico. Un informe publicado en 2019 por el Instituto Peterson para la Economía Internacional, en el que se analizan las políticas del entonces presidente de Estados Unidos Donald Trump, destaca su defensa del proteccionismo, las restricciones a la inversión extranjera directa entrante y a la inmigración, y el rechazo de las normas multilaterales. Antes de eso, Estados Unidos ofrecía a sus aliados un compromiso con un orden internacional basado en reglas y con la seguridad compartida, que el gobierno del presidente Joe Biden intenta restaurar. Pero la narrativa trumpiana del «Estados Unidos primero» cambió ese ofrecimiento, y muchos candidatos republicanos para la elección legislativa intermedia de noviembre prometen debilitarlo todavía más.
China también está cambiando lo que ofrece a sus potenciales aliados. Hace diez años, la Iniciativa de la Franja y la Ruta prometía a los países asociados una provisión generosa de financiación para proyectos de infraestructura y desarrollo, conforme las autoridades chinas creaban una poderosa red de relaciones económicas, financieras, políticas y de seguridad en todo el mundo. Pero esas inversiones se están reduciendo al endurecer China su estrategia comercial en relación con los emprendimientos en el extranjero.
Asimismo, hace apenas seis años, el presidente Xi Jinping prometía apoyar un orden global basado en reglas. Pero en el 20° Congreso Nacional del Partido Comunista de China celebrado este mes, y citando como argumento profundos cambios en el panorama internacional e intentos externos de chantajear, contener e imponer un bloqueo a China, declaró: «Tenemos que poner en primer lugar nuestros intereses nacionales».
El nuevo nacionalismo de las superpotencias obliga a otros países a tomar decisiones difíciles. Durante la Guerra Fría, la alineación con Estados Unidos permitió a los países de Europa occidental beneficiarse con el libre comercio y reconstruir sus economías y sistemas democráticos. Pero otros países que no obtenían tales beneficios respondieron a la Guerra Fría con la fundación, en 1961, del Movimiento de Países No Alineados, una iniciativa promovida por el presidente de Egipto Gamal Abdel Nasser, el de Ghana Kwame Nkrumah, el primer ministro de la India Jawaharlal Nehru y los presidentes de Indonesia Sukarno y de Yugoslavia Josip Broz Tito.
Pero la no alineación durante la Guerra Fría no era sinónimo de no tomar partido. Menos de un año después de la fundación del MPNA, Nehru pidió ayuda a Estados Unidos en el contexto de la guerra con China; y un decenio después, la primera ministra Indira Gandhi (hija de Nehru) recurrió a la Unión Soviética. Como es bien sabido, el presidente egipcio Anwar El-Sadat abandonó a los soviéticos en favor de Estados Unidos a principios de los setenta. Hasta cierto punto, algunos países pueden usar la no alineación para poner a ambas partes a competir entre sí en materia de inversiones, ayuda, compras de armamento y acuerdos de seguridad.
Además, los países no alineados pueden exigir rendición de cuentas a las superpotencias. Es el ejemplo de Singapur, que se negó a apoyar la invasión indonesia de Timor Oriental en 1975, se opuso a la invasión estadounidense de Granada en 1983, y denunció la invasión rusa de Ucrania. Los países que forman la Organización de Estados Americanos han condenado a Rusia por la invasión y le han suspendido la condición de país observador. Pero no se sumaron a las sanciones promovidas por Estados Unidos contra Rusia, citando como argumento los efectos sobre los pueblos cubano y venezolano. Kenia votó a favor de condenar la invasión rusa de Ucrania en la Asamblea General de la ONU, pero un mes después se abstuvo en la votación para la expulsión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos. El embajador keniano Martin Kimani recordó al mundo que Occidente suspendió a Libia del Consejo de Derechos Humanos antes de invadirla y que las consecuencias fueron desastrosas para los países vecinos.
La no alineación también permite a países pequeños promover sus valores e intereses sin atarse en forma incondicional a las políticas y preferencias internacionales de alguna de las superpotencias; algo que para estas puede resultar problemático, ya que la lealtad a ciegas es más cómoda y les permite proyectar más poder.
El emergente nacionalismo actual demanda independencia económica, y lograrla puede ser difícil tras décadas de participación activa en los mercados internacionales. Para fortalecer su resiliencia financiera, la India ha acumulado más de 500.000 millones de dólares en reservas de divisa extranjera, y Brasil aumentó las suyas a más de 300.000 millones de dólares. Otro modo de reforzar la resiliencia es reducir la deuda externa. A mediados de los dos mil, 46% de la deuda pública de Indonesia y 83% de la de Chile estaban denominados en moneda extranjera. El año pasado, Indonesia y Chile habían reducido ese porcentaje a 23% y 32%, respectivamente.
Pero aumentar la independencia puede ser difícil incluso para los países ricos. Por ejemplo, un informe reciente del European Council on Foreign Relations sostiene que si la Unión Europea quiere actuar de conformidad con sus valores sin padecer «acoso» de otras partes, debe mejorar sus capacidades tecnológicas. Con ese objetivo la UE ya dio pasos en la dirección de obtener más autonomía estratégica, mediante la creación de la Alianza Europea para las Baterías, con la que busca desarrollar una cadena de valor competitiva y sostenible en el continente para este insumo.
Pero todavía hay mucho por hacer. La intensificación de la rivalidad sinoestadounidense está modificando el equilibrio mundial de poder. Además, las dos superpotencias enfrentan desafíos políticos internos que pueden incidir en sus políticas externas. Mientras tanto, no hay que culpar a otros países por apelar a la no alineación en busca de independencia: puede que no dejarse arrastrar por las grandes superpotencias los ayude a lograr un orden mundial más equitativo.
Traducción: Esteban Flamini
Ngaire Woods es decana de la Escuela Blavatnik de Gobierno en la Universidad de Oxford.
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