OPINIÓN

En beneficio de la memoria histórica VII 

por Fernando Ochoa Antich Fernando Ochoa Antich

Museo Histórico Militar

Las asonadas militares del 4 de febrero y del 27 de noviembre de 1992 constituyeron una doble traición, una al juramento que habían prestado sus perpetradores, sin distinción de grado y empleo: “Defender la patria y sus instituciones, hasta perder la vida, si fuera necesario, y no abandonar jamás a sus superiores” y la otra, al principio de lealtad que debe caracterizar las relaciones entre los miembros de la institución armada. Los motivos que los autores de ambas felonías han esgrimido para justificar su conducta, reñida con la ética militar, son inaceptables. Además, los mismos vicios que empañaban el esfuerzo de transformación nacional de los años de la democracia representativa, han sido repetidos de forma exponencial e impune durante el régimen chavista. Las 39 muertes, como consecuencia del 4 de febrero y las más de 200 del 27 de noviembre son imputables a los jefes de esas insurrecciones, en particular, al teniente coronel Hugo Chávez Frías. La sublevación del 4 de febrero de 1992 se ejecutó de acuerdo con el Plan de Operaciones “Ezequiel Zamora”, según “el cual se aplicarían varios principios de la guerra: la sorpresa, la maniobra, la movilidad y la concentración de fuerzas” (1). Sin embargo, la develación temprana de la insurrección impidió que la sorpresa y la concentración de fuerzas pudieran ser aplicadas. En efecto, los profesionales comprometidos en varias unidades en Caracas decidieron no participar en la insurrección.

Esta decisión impidió que el palacio de Miraflores, sede del gobierno nacional, fuese atacado con suficiente capacidad de combate. Los principios de maniobra y movilidad se aplicaron con eficiencia desde el inicio de la insurrección. Los batallones de paracaidistas “Briceño” y “Chirino”, el batallón misilístico “Ezequiel Zamora” y la compañía de tanques del batallón “Pedro León Torres” se desplazaron con gran rapidez hacia Caracas. Los supuestos que deberían cumplirse para ordenar aplicar el plan eran los siguientes: regreso del presidente Pérez por el aeropuerto de Maiquetía, contar con un número suficiente de unidades comprometidas en la insurrección y tener garantizado un importante apoyo aéreo. La hora de llegada a  Venezuela del presidente Pérez fue ratificada por el teniente coronel Arévalo Méndez Romero, oficial de operaciones del Regimiento de la Guardia de Honor, al T.C Hugo Chávez Frías, pero los otros dos supuestos no fueron cumplidos. No se contaba con el número suficiente de Unidades en la Guarnición de Caracas, debido al acuartelamiento ordenado en esa Guarnición por el general Pedro Rangel Rojas, Comandante General del Ejército, ni había suficiente tiempo para lograr el imprescindible apoyo aéreo. Otra de las vulnerabilidades de la conspiración en  Caracas, consistió en que la mayoría de los oficiales comprometidos no tenían comando de tropas. Casi todos, cumplían funciones  en las distintas escuelas de Armas y Servicios o realizaban curso de Estado Mayor.

El capitán Antonio Rojas Suárez se reunió el domingo 2 de febrero, a la 1:00 pm, con el capitán Gerardo Márquez en la Escuela de Infantería. El capitán Márquez venía de Maracay a informarle  que el 3 de febrero a las 12:00 pm se realizaría la sublevación militar. El capitán Rojas Suárez protestó debido a que no había tiempo para alertar a todos los oficiales comprometidos. El capitán Márquez le ratificó la decisión. “Ante esta certeza, el capitán Rojas Suárez procedió a contactar al capitán Ronald Blanco La Cruz. Se dedicaron a visitar las unidades comprometidas: el Regimiento de Ingenieros “Codazzi”, el  Grupo de Caballería “Ayala”, los batallones “Bolívar”, “Caracas”, “O’Leary”, “Carmona” y “Figueredo”, el Grupo de Artillería “Ribas” y la Academia Militar. Allí se entrevistaron con el capitán René Gimón Álvarez,  y con algunos otros oficiales. No lograron contactar a la mayoría de los oficiales comprometidos, por encontrarse francos de servicios” (2). A las 6:00 pm se reunieron con algunos líderes políticos de izquierda para informarles la decisión tomada. Ellos también consideraron que el tiempo era insuficiente para alertar a sus militantes. A las 8:00 pm, los capitanes Rojas y Blanco regresaron a la Escuela de Infantería. Durante la noche revisaron los planes militares. A las 6:00 pm, el general Rangel Rojas ordenó el acuartelamiento de las unidades del Ejército  de la Guarnición de Caracas. Definitivamente, la insurrección estaba descubierta.

El capitán Antonio Rojas Suárez trató por todos los medios de alertar a  los oficiales de la Guardia de Honor sin éxito. Eso le causó gran preocupación “ya que ellos, incluyendo a uno de los edecanes, debían detener al presidente Pérez y recibir el apoyo de las unidades blindadas para asegurar la toma del Palacio de Miraflores, del Regimiento de la Guardia de Honor y de la Casona”(3). El batallón de paracaidistas “José Leonardo Chirino”, al mando del T.C. Joel Acosta Chirinos, inició su marcha de aproximación hacia Caracas a las 9:50 p.m. del 3 de febrero. A las 10:00 p.m. cruzó el peaje de Palo Negro. A esa misma hora, yo recibía al presidente Pérez en Maiquetía. Muy posiblemente, el refuerzo de la seguridad del aeropuerto que ordené previamente disuadió a quienes estaban encargados de la detención del presidente Pérez. El batallón de paracaidistas “Antonio Nicolás Briceño”, al mando del T.C. Hugo Chávez Frías, tomó rumbo hacia Caracas a las 9:30. p.m. Sin embargo, en lugar de tomar la vía más expedita, la autopista Regional del Centro, se desvió por la carretera de los Teques, arribando a Caracas a las 12:05 p.m. La Orden de Operaciones establecía que el batallón Briceño atacaría Miraflores, apenas llegara a Caracas, con el objetivo de apoyar a una compañía del Grupo Mecanizado “Ayala” en la toma de Miraflores y en la detención del presidente Pérez. Inexplicablemente, el T.C. Chávez Frías ordenó dirigirse al Museo Militar, en La Planicie, donde permaneció inactivo, por varia horas, sin cumplir su misión de atacar Miraflores o realizar alguna operación ofensiva en apoyo de las otras unidades involucradas en la insurrección, hasta su rendición.

Continuará…

1.- Díaz, Jesús E. “La rebelión militar del 4 de febrero de 1992 y su incidencia en la sociedad venezolana”, tesis doctoral, Universidad Rafael Belloso Chacín. Maracaibo, 1997.

2.- Zago, Angela, La rebelión del ángeles, Warp Ediciones, Caracas, 1998, entrevista al capitán Antonio Rojas Suárez, p.102.

3.- Rojas Suárez Antonio, conversación telefónica, 12 de mayo de 2006.