OPINIÓN

En agosto de 1980 el Partido Obrero Unificado Polaco PZPR estaba perdiendo el derecho moral para seguir gobernando

por Michael Dobbs Michael Dobbs

A los medios americanos le interesaba Polonia en los años del comunismo porque fue, entre los países de Europa Central, la más independiente de la Unión Soviética. Nunca permitió ser sumergida por completo en el comunismo. Como decía Stalin: «Los polacos son como los rábanos, rojos por fuera, blancos por dentro». Adicionalmente, la situación cambió gracias a la elección de Karol Wojtyla como Papa en 1978.

Esto hizo que Polonia fuera del interés para The Washington Post. Yo conocía Polonia porque en el pasado mi padre trabajó aquí. Entre 1962 y 1964, fui asesor comercial en la embajada británica. En 1980, fui corresponsal en Belgrado, trabajé para varios diarios, entre ellos para The Washington Post. Es allí donde recibí la información de que en Polonia comenzó una huelga en Lublin y Swidnik. Inmediatamente, esta situación fue comparada con las protestas de 1970 y 1976.  Entonces surgió la interrogante con respecto adónde desembocarían las huelgas. Por esto me pidieron que solicitara la visa para llegar a Polonia y relacionarme con ellas.

Las huelgas en la región de Lubelskie no pudieron ser cubiertas por los periodistas extranjeros. Pero el 14 de agosto comenzó la huelga en el Astillero de Gdańsk. Fue un jueves y mi visa de dos semanas estaba por vencerse el domingo. Consideré que, de forma inmediata, debía buscar la manera de llegar a Gdańsk. Junto con Chris Niedenthal comenzamos a pensar cómo llegar al sitio. Esto no fue fácil, porque todo el sector del transporte público estaba protestando. Finalmente, conseguimos la conexión con la aerolínea LOT, con la cual –vía Bydgoszcz– llegamos al lugar el viernes por la tarde. El taxista nos llevó al astillero por un dólar (en la Polonia de aquel entonces por un dólar se podía comprar casi todo). La puerta del astillero –la famosa número 2, la cual mostrarían luego como el símbolo del astillero– estuvo cerrada. Ya en aquel tiempo la decoraban con flores, y unos días después fue colgada la foto de Juan Pablo II.

En la puerta pedí hablar con los líderes de la huelga. Unos minutos después estaba sentando con Lech Wałęsa, quien estuvo acompañado por los demás dirigentes de la huelga. Trataba de entender cuál fue el motivo para organizarla. Ellos tenían dos solicitudes: aumento de sueldo por 1.000 zloty más, y permitir el regreso al trabajo a Anna Walentynowicz (su despido disciplinario, 5 meses antes de jubilarse, fue la razón directa para organizar la protesta). Luego de un tiempo, Wałęsa añadió el tercer postulado: el derecho a organizar libres sindicatos profesionales.

Lech Walesa

Después de la primera visita, quise enviar el informe a la redacción, pero en la costa todas las conexiones telefónicas y telegráficas fueron cortadas. Para poder enviar el texto a The Washington Post tuve que regresar a Varsovia. En esta oportunidad viajamos en taxi y la carrera de Gdańsk a Warszawa nos costó 100 dólares. Llegamos al lugar el sábado a las 2:00 de la madrugada. Durante todo el día estuve escribiendo mi informe. El domingo vencía mi visado, entonces tuve que solicitar su prórroga. Finalmente recibí la visa por días y tuve que renovarla cada 48 horas.

Fui el primer periodista extranjero que relató toda la huelga en el astillero. Inmediatamente que entré ahí, sentí que los huelguistas se estresaron con la situación. No sabían qué reacciones se podía esperar de parte del gobierno. Pero con el tiempo, las preocupaciones se convertían en alegría. La huelga se parecía cada vez más a un festival. Los manifestantes crecían en valentía. Obviamente, nadie pensaba aún que de esta manera empezaba el fin del comunismo (esto solo se hizo claro en 1989).

En 1980 ya tenía claro que el Partido Obrero Unificado Polaco PZPR había perdido el derecho moral para gobernar.

Su autoridad se basaba en la convicción de que el partido representaba los intereses de los obreros. Cuando los trabajadores empezaron a crear un sindicato independiente del partido, enviaron una clara señal: que la ideología comunista se les hizo ajena; el régimen gobernante solo pudo mantenerse en el poder gracias al apoyo militar. No pudo haber existido un mejor símbolo de la caída del comunismo que este. Ya en aquel entonces se veía que el régimen comunista tuvo que caer, porque un sistema de poder tan ineficiente no podía sobrevivir. Únicamente se desconocía con precisión cuándo llegaría su fin.

 

Publicado paralelamente en la revista mensual Wszystko Co Najważniejsze.