OPINIÓN

En 1860 Venezuela y Estados Unidos superaron delicado impasse diplomático

por Luis Alberto Perozo Padua Luis Alberto Perozo Padua

José Antonio Páez al recibir la Espada de Honor de manos de Carlos Soublette el 19 de marzo de 1843

La crisis política y económica generada por los hermanos José Gregorio y José Tadeo Monagas, colocó a Venezuela al borde de un colapso absoluto que parecía no tener solución, escenario que trascendió las fronteras hasta el punto de generar conflictos internacionales.

Le tocará al general José Antonio Páez, el viejo y aguerrido caudillo llanero, lidiar con los menoscabados y espinosos asuntos diplomáticos.

El historiador Tomás Polanco Alcántara, en su libro Venezuela y Estados Unidos a través de dos siglos, revela que será el 27 de agosto de 1860 cuando ambos países firman un nuevo tratado de amistad, lo que supondrá el restablecimiento de las relaciones bilaterales.

El nuevo acuerdo de comercio, navegación y entrega de prófugos, lo suscribirán Pedro de las Casas, secretario de Estado para las Relaciones Exteriores de Venezuela y Edward A. Turpin, ministro residente de Estados Unidos.

Tras asumir la primera magistratura nacional, el general Páez recibió los saludos del cuerpo diplomático el 28 de septiembre de 1861, cuyo discurso fue asumido por Turpin, quien al poco se retiró del cargo y en su lugar fue designado Henry Blow.

Para entonces gobernaba el país norteamericano Abraham Lincoln, quien recibe una misiva del general Páez, jefe supremo venezolano en donde le expresa que «la ausencia de Turpin no es en ningún modo indiferente» y «deja en el país los más gratos recuerdos por el tino con que supo cultivar la benevolencia del gobierno y el pueblo obrando siempre como agente de paz».

Páez y Turpin, así como otros representantes diplomáticos, como el de Francia y España, habían cultivado una amistad devenida de las tardes de peleas de gallo, que se desarrollaban en la casona del centauro llanero, asidua afición en donde corría el clarito y muchos pesos en apuestas que concluía a altas horas de la noche.

Por decreto del 3 de enero de 1862, como acto propio las relaciones diplomáticas, Páez, en su carácter de jefe supremo de la nación, ordenó cumplir el nuevo Tratado de Amistad, Comercio, Navegación y Entrega de Reos, suscrito el 27 de agosto de 1860.

Pero sucedió que el representante diplomático norteamericano, el señor Henry Blow, quien asistió a varios actos oficiales, actuó en el cobro y reparto de bonos de la deuda pública, de improviso abandonó Venezuela sin dar explicaciones.

Al poco arribó al puerto de La Guaira el señor E. D Culver, informando que venía como nuevo ministro residente de Estados Unidos, exhortando se le expidiera fecha para presentar sus credenciales. Inmediatamente la respuesta fue positiva por parte del gobierno venezolano, acto que se desarrolló sin contratiempos obviando -por el momento-, el impasse diplomático ocasionado por el embajador anterior.

La conducta adoptada por el ministro Blow obedecía a una instrucción diplomática, situación que ameritó una severa nota del Departamento de Estado venezolano, según apunta Polanco Alcántara, adicionando que la nota fue compleja en su redacción, «y que al parecer respondía a una cuestión de política propia, al no querer establecer ningún precedente, por indirecto que fuese, que pudiera ser utilizado por Francia, Gran Bretaña u otros países para reconocer a los estados Confederados en lucha contra el Gobierno de Washington».

A juicio del cronista Oscar Yanes, el incidente de la legación de Estados Unidos, tuvo que ver más con apuestas de gallos que, con el apoyo a las gestiones de pago a los reclamantes de las indemnizaciones pactadas con motivo del caso de la Isla de Aves, aun cuando esto supone más un chisme de las crónicas de la Caracas de tiempos de Páez.

No dilató el Departamento de Estado venezolano en felicitar la política internacional de Estados Unidos tras mantenerse al margen de toda controversia doméstica dentro de un Estado americano para que se desarrollaran sin su intervención, influencia ni instrucción, registra Polanco Alcántara.

La delicada situación escaló a tal punto que el gobierno venezolano hizo saber al embajador americano que tenía a su disposición sus pasaportes, «con todo el pesar de que tal decisión recayere en una persona con quien se había cultivado tan buenas relaciones y cuyo carácter y distinguidas circunstancias merecen toda estima».

El problema asumía para la diplomacia norteamericana dimensiones muy delicadas, apunta el historiador y agrega que, el secretario de Estado, con base en una serie de consideraciones complejas, dio instrucciones a su ministro en Caracas mantenerse en el puesto.

Analiza Polanco Alcántara que el general Páez, por su carácter y su habilidad, había producido una impresión muy favorable en Estados Unidos y su gobierno, por tanto, las maniobras debían ser muy delicadas para que no se percibieran como injuriosas u ofensivas hacia el centauro llanero, «e incluso se deseaba la consolidación nacional en Venezuela bajo su gobierno».

El impasse estaba superado, en donde había prevalecido la habilidad diplomática de ambas partes; y en otro plano, las peleas de gallos. Para el historiador Polanco Alcántara, «era el prestigio personal de Páez la causa de ese efecto».


Fuente

Tomás Polanco Alcántara. Venezuela y Estados Unidos a través de dos siglos. Cámara Venezolana-Americana de Comercio e Industria. Editorial ExLibris. Caracas 2000

Oscar Yanes. Intimidades de los presidentes – historias, calumnias y chismes. Planeta Editores. Enero 1 de 1999

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